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lunes, 12 de noviembre de 2018

Todos necesitamos encontrarnos con esa mano y esa mirada compasiva y misericordiosa que nos hace llegar la misericordia y el amor de Dios y así hacer un mundo más hermoso


Todos necesitamos encontrarnos con esa mano y esa mirada compasiva y misericordiosa que nos hace llegar la misericordia y el amor de Dios y así hacer un mundo más hermoso

Tito 1,1-9; Sal 23; Lucas 17,1-6

Cuando contemplamos cómo la inmoralidad, la falta de ética, la poca honradez en las responsabilidades que cada uno tiene que asumir, la maldad que llena los corazones o la falta de escrúpulos o sensibilidad para no hacer daño a nadie nos va invadiendo y de alguna manera sentimos como se contagia y a nosotros también nos puede contagiar, sentimos una repulsa tremenda en nuestro corazón y al mismo tiempo como impotentes sin saber qué hacer o cómo hacer. Parece como que quisiéramos destruirlo todo para recomenzar de nuevo haciendo que el mundo sea mejor, pero no siempre parece que pueda estar en nuestras manos.
Jesús nos está diciendo hoy que ese mal que tanto daño hace a los demás tenemos que arrancarlo de raíz, aunque sabemos que es bien difícil y a todos, creo que lo sabemos por experiencia propia, nos cuesta cambiar muchas cosas en nuestra vida que sabemos que no siempre son buenas. Como nos dirá en otro momento con la parábola de la buena semilla y la cizaña, sabemos que han de crecer juntas siendo al final cuando serán separadas del todo. Será para nosotros un acicate que nos hará mantenernos siempre muy vigilantes para no dejarnos contagiar por ese mal. Es la lucha que cada día hemos de mantener en la vida buscando por encima de todo lo bueno y alejándonos de lo malo.
Pero por otra parte nos habla Jesús de la paciencia de Dios que siempre está esperando nuestro cambio y nuestra conversión. No nos da por irremediablemente malos, sino que continuamente nos está regando con su gracia para que demos el paso a esa transformación.
Hoy nos habla Jesús también del perdón. Una disposición y una actitud necesaria siempre en nuestro corazón. Y es que como nosotros nos sentimos también pecadores y débiles, que nos cuesta recuperarnos y rehacer nuestra vida y siempre estamos tropezando, eso tiene que hacernos humildes para ser comprensivos con los demás, sea cual sea el mal que hayan podido hacer.
Algunas veces parece que hacemos distinciones entre lo que los otros pudieran hacer, y decimos con mucha facilidad ‘eso yo  no se lo perdono’. Pero ¿es así la actitud del corazón de Dios? ¿Y no nos dice Jesús en el evangelio que hemos de ser compasivos y misericordiosos como lo es el Señor siempre compasivo y misericordioso? Para que Dios nos perdone a nosotros si tenemos en cuenta esas palabras, pero para nosotros tener esa disposición y actitud para con los demás, ya somos distintos.
Es la imagen que misericordia que siempre tiene que tener la Iglesia para con los pecadores, sea cual sea su pecado. Pero en ocasiones parece que un poco se deja arrastrar por influencia mediática del mundo, por las actitudes justicieras de tantos alrededor y no muestra del todo ese corazón misericordioso. Y el pecador, por muy grande que sea su pecado, está ansiando encontrar esa misericordia, esa comprensión, esa mano como la de Jesús que levantaba a los enfermos y a los pecadores y a todos se acercaba sin hacer distinción, pero muchas veces quizás no la encuentra.
Todos necesitamos encontrarnos con esa mano y esa mirada compasiva y misericordiosa. Todos tenemos que mostrarnos igualmente compasivos y misericordiosos en todo momento con el hermano que ha tropezado y ha caído y saber tender la mano para ayudarlo a levantarse y hacer que se encuentre la infinita misericordia de Dios.

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