Las virtudes con que adornemos nuestra vida serán ese cristal luminoso y brillante a través del cual demos buena luz a los demás con nuestros buenos ejemplos
Eclesiástico
5,1-10; Sal 1; Marcos 9,41-50
En otro momento del evangelio Jesús nos decía que tenemos que ser luz
y que tenemos que ser sal; la luz tiene que iluminar, la sal tiene que dar
sabor. Pero si la lámpara esta oculta no puede dar luz, pero también hemos de
decir que si la lámpara esta visible pero el cristal que cubre la llama que da
luz esta manchada y rota no podrá reflejar debidamente esa luz, si el cristal
esta lleno de suciedad o enturbiado con distintos colores lo que sucederá es
que la luz no podrá llegar nítida para iluminar o teñirá de colores no tan
agradables su resplandor. O como nos dice refiriéndose a la sal si se vuelve
sosa no podrá realizar su acción, si se corrompe nos dará corrupción.
Creo que esto nos pueda ayudar mucho. Vamos a decir, a dar por sentado
que somos buenos porque no hacemos grandes maldades, pero bien sabemos que
tenemos que cuidar mucho nuestras actitudes, hacer un control de nuestras
pasiones más diversas porque muchas veces pueden aparecer en nosotros algunas
cosas que ya no son tan buenas, no hay tal pureza de intención, o el descontrol
de nuestra vida puede hacer que nos aparezcan actitudes y comportamientos en
que nos dejamos llevar por nuestro orgullo, aparecen mezquindades en nuestra
vida, nos pueden ir corroyendo por dentro los celos y las envidias y ya aunque
aparentemente parezcamos buenos no todo
es bueno en nuestro interior; y eso que tenemos en nuestro interior se va
reflejando aunque no queramos en nuestros actos.
Por eso la actitud madura de la persona es querer ir superándose cada día
mas, para superar debilidades, para purificar esas posturas, esos gestos, esas
acciones que realizamos delante de los demás, porque el mal que hay en nosotros
desgraciadamente puede influir en los demás, puede arrastrar a los demás
también a realizar lo mismo que nosotros con no tanta pureza realizamos. Ya
sabemos que en la vida caminamos siempre como en una pendiente, y el que está
en una pendiente y quiere ascender siempre tendrá que estar en tensión para no
dejarse arrastrar, para poder seguir dando pasos en esa ascensión y en ese
crecimiento de su vida.
El ajetreo de la vida, el encuentro con los demás, el esfuerzo y
preocupación por nuestro trabajo y nuestras responsabilidades puede hacer
muchas veces que no pongamos toda la tensión y toda la atención en lo que
tendría que ser importante en nuestra vida que es ese crecimiento interior, ese
crecimiento y maduración como persona. Fácilmente nos pueden aparecer en esos
encontronazos que vamos teniendo en la vida por los problemas que nos van como
cercando, pueden aparecer, digo, ramalazos de orgullo, de egoísmo, de amor
propio, de rivalidades que nos enfrentan, de envidias y celos que tanto daño
nos hacen, pero que también pueden hacer mucho daño a los que están a nuestro
lado.
Jesús nos previene con sus palabras hoy en el evangelio que nos pueden
parecer incluso duras, pero es que tenemos que saber arrancar de raíz esas
malas pasiones que se nos meten tan dentro de nosotros; algunas veces parece
incluso que no nos damos cuenta de lo que nos sucede o de esos gestos o esas
actitudes impropias que podamos tener con los demás. Por eso es tan necesaria
la vigilancia. Ya sabemos que una mala hierba no nos vale solo con cortarla,
sino que tenemos que arrancarla de raíz porque de lo contrario volverá a
reverdecer en nosotros. A eso nos está
invitando Jesús hoy en el evangelio.
Las virtudes con que adornemos nuestra vida serán ese cristal luminoso
y brillante a través del cual demos buena luz a los demás con nuestros buenos
ejemplos.
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