Desde el compromiso de la fe y con la fuerza del amor no nos podemos quedar solo en palabras sino que hemos de saber llevar vida al que sufre a nuestro lado
Eclesiástico
1,1-10; Sal 92; Marcos 9,14-29
Qué fácil nos resulta a veces entretenernos en nuestras charlas y
discusiones aunque solo sea en nuestra mente quizás, mientras a nuestro lado el
que sufre sigue con su dolor, y el necesitado sigue con sus carencias.
Filosofamos, por decirlo de alguna manera suave, en qué es lo que podemos
hacer, cuál es la mejor solución, o si lo que hacemos le va a beneficiar o no,
o si sabrá aprovechar lo que compartimos para una causa buena, o de donde ha
venido, por qué no se quedó en su tierra o en su país, en que quizá va a hacer
un mal uso lo que le damos y es un desperdicio, o que quizá en nuestra tierra
hay gente que pasa necesidad mientras nos gastamos lo que tenemos en el que
viene de fuera, y así tantas y tantas discusiones, tantas y tantas razones que nos buscamos, tantas disculpas
quizá que nos damos, y mientras el que sufre sigue con su sufrimiento, el que
pasa hambre sigue sin tener un pedazo de pan que llevarse a la boca. ¿No nos
estará sucediendo algo así?
Me hago esta consideración inicial porque es a donde se han dirigido
mis pensamientos, aunque quizá podamos hacernos otras reflexiones, cuando he
escuchado el evangelio de hoy. Jesús y los tres discípulos escogidos bajan del
monte tras la Transfiguración y al llegar al llano donde está el resto de los discípulos
se encuentra con una tremenda discusión. Allí está un padre con su hijo
padeciendo una grave enfermedad y en torno los escribas y la gente con los discípulos
están enfrascados en una tremenda discusión. ¿Pueden o no pueden curar a aquel
muchacho?
Llega Jesús con su humanidad y todo el amor misericordioso de Dios que
se trasluce en su persona y se interesa por el problema de aquel hombre y su
hijo enfermo. Siente lástima por la poca fe de aquellos que andan en sus
discusiones y por su falta de fe no son capaces de hacer nada. Pero Jesús llega
junto al sufrimiento de aquel hombre y de su hijo entablando un diálogo con
ellos. Un dialogo que no se quedará en palabras, un diálogo que ayudará a
despertar la fe de aquel hombre, y que concluirá la salvación de aquel
muchacho. Terminará el texto relatándonos ese gesto tan humano de Jesús que se
acercó al muchacho, lo tomó de la mano y lo levantó lleno de salud y de vida.
Nos habla de cercanía, de encuentro, de saber estar al lado de los
demás, de aprender a ir tendiendo nuestra mano sin ninguna repugnancia para que
se apoye de verdad todo aquel que lo necesita; nos habla de una preocupación
que hemos de sentir por el otro que no se queda solo en palabras; nos esta
hablando de cómo tenemos que saber llevar vida, despertar esperanza, poner
ilusión en el corazón; de cómo nuestra fe tiene que ser viva y sentir la
seguridad de apoyarnos en Dios, de sentirnos amados de Dios.
Son los caminos que desde el compromiso de nuestra fe y con toda la
fuerza del amor nos han de llevar siempre al encuentro con el otro, a una
cercanía llena de amor, a derramar ternura por doquier, a no perder nunca la
sensibilidad para descubrir tantos sufrimientos y para sentir también como algo
mío el sufrimiento del otro. Es la luz que tiene que iluminar mi vida. Con esos
resplandores también hemos de iluminar el corazón de los que sufren a nuestro
lado.
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