Que no se frustre el plan de Dios en nosotros preparándonos solo para una navidad superficial y consumista de la que hayamos desterrado la presencia salvadora del Señor
Isaías 54,1-10; Sal 29; Lucas 7,24-30
‘¿Qué salisteis a ver en el desierto?’, pregunta Jesús tras
marchar la embajada que había venido de parte de Juan. Y es que Jesús comenzó a
hablar de Juan el Bautista. ‘ Él es de quien está escrito: Yo envío mi
mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti’. Y habla de él
como el mayor de los hombres nacido de mujer, nos dice que es profeta y más que
profeta, reconoce como se hace pequeño pero es grande porque grande fue su
misión. Y nos comenta el evangelista que los publicanos y los pecadores que lo habían
escuchado y se habían bautizado con Juan en el Jordán se llenaron de alegría,
mientras que los fariseos y los maestros de la ley que no habían aceptado su
bautismo, frustraron el plan de Dios en sus vidas.
Aquí nos viene bien preguntarnos cuando ahora estamos haciendo este
camino de Adviento, de preparación también de la venida del Señor, cómo
acogemos y aceptamos en nuestra vida la Palabra del Señor. La figura de Juan va
apareciendo delante de nosotros al ritmo de la liturgia de estos días como
mensajero del Señor que viene a preparar sus caminos en nuestra vida.
Sí, en nuestra vida, porque somos nosotros los que hemos de preparar
nuestro corazón para acoger al Señor en nuestra vida. Cada uno ha de pensar en
este sentido en si mismo cuando escuchamos la Palabra del Señor. Y cada uno ha
de mirar su corazón, su vida, sus actitudes, sus apegos, sus tropiezos
concretos que retrasan ese actuar de la gracia de Dios en nosotros.
Que no se frustre el plan de Dios en mi vida. Y lo frustramos cuando
seguimos con nuestras superficialidades, cuando simplemente nos dejamos
arrastrar por el ambiente y por lo que todos hacen, por esos falsos oropeles de
vanidad que nos presenta el mundo y que nos encandilan, por esas luces
engañosas en las que creemos que tenemos la luz y el sentido de nuestra vida
pero que realmente nos conducen a la oscuridad.
Estos días en nuestros ambientes todo suena a navidad, todo nos quiere
hablar de navidad, pero ¿de qué navidad nos habla? ¿Nos habla en verdad de la
navidad como nacimiento del Señor, como llegada del Emmanuel a nuestra vida
para dejarnos transformar por su gracia?
Puede haber, y de hecho las hay, muchas cosas buenas en lo que se vive
en estos días, porque es bueno que se viva con alegría, que las personas nos
encontremos, que las familias se reúnan, que tengamos buenos deseos de paz y de
felicidad para todos, que en el fondo deseos un mundo distinto y muy lleno de
vida. pero cuidado nos confundamos porque por ahí anda rondando también el
consumismo y el materialismo, por ahí anda rondando una navidad muy ecléctica y
que se puede quedar en superficial, por ahí puede andar rondando una navidad
muy laica de la que se quita todo sentimiento religioso y al final puede ser
una navidad sin Jesús, una navidad sin Dios.
Que todas esas cosas buenas que afloran en estos días en nuestras
relaciones humanas las hagamos brotar de donde tiene que brotar la verdadera
alegría de la navidad y es el hecho de que Dios se haya querido hacer hombre,
se haya encarnado en el seno de María y haya querido nacer hombre entre los
hombres para ser nuestra salvación.
No lo podemos perder de vista. Es lo que tiene que dar verdadera
profundidad a nuestras celebraciones festivas, porque es ahí donde tienen su
origen y su fundamento. Es así como nos vamos a llenar de la gracia del Señor.
Es así como daremos pasos para que no se frustre el plan de Dios en nosotros.
Escuchemos al mensajero que viene a preparar el camino para que en verdad nos
encontremos con el Señor.
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