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martes, 13 de diciembre de 2016

Muy prontos para decir que si y prometer muchas cosas buenas e igualmente prontos para olvidarlo y no cumplir con lo prometido o lo que se nos ha encomendado

Muy prontos para decir que si y prometer muchas cosas buenas e igualmente prontos para olvidarlo y no cumplir con lo prometido o lo que se nos ha encomendado

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32
Qué va a saber ese pobre desgraciado, si no tiene ni donde caerse muerto, es un ignorante, qué es lo que nos puede decir… expresiones así las hemos escuchado o acaso quizá también se nos hayan podido escapar en alguna ocasión, o al menos pensarlo en nuestro interior. Desde nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia, nuestra soberbia nos creemos más sabios, nos creemos más perfectos, los demás son unos desgraciados o unos ignorantes, ¿qué nos pueden enseñar? ¿Qué nos pueden decir? Vamos fácilmente en la vida de sobrados, nos creemos los cumplidores, pero quizá todo se nos queda en palabras; miramos por encima del hombro a los demás y quizá nos quedamos en apariencias, o seguimos recordando errores pasados, como si nosotros siempre hubiéramos sido perfectos.
Tendríamos que aprender a mirar de otra manera a los demás, porque quizá esos que nosotros despreciamos, como nos dice Jesús hoy en el evangelio, nos tomen la delantera en el Reino de los cielos. No tenemos derecho a juzgar ni a condenar a nadie. Bien sabemos que grandes pecadores cuando se convirtieron al Señor dejaron su mala vida y luego su vida resplandeció de frutos de santidad.
Tendría que haber más humildad en nuestro corazón, más respeto hacia los otros, y aprender a mirar con nuevos y distintos ojos a los demás valorando los pasos que puedan estar dando en su vida, también con sus dificultades, para ser mejores. ¿O es que acaso nosotros no tenemos que esforzarnos también cuando queremos ser mejores, cuando queremos superar nuestros defectos y debilidades, o los errores que hemos cometido? ¿Acaso podemos tirar la primera piedra?
Hoy Jesús con toda su intencionalidad para que sepamos hacer una lectura correcta primero que nada de nuestra propia vida, nos propone una pequeña parábola. Un padre que envía a sus hijos a trabajar en sus campos, uno que parece muy obediente le dirá que sí al padre pero pronto se olvidará de lo encomendado y de su promesa, mientras el que primero había dicho que no, pronto se arrepentirá y hará lo que su padre le ha encomendado. Son las fluctuaciones de nuestra propia vida; muy prontos para decir que si y prometer muchas cosas buenas e igualmente prontos para olvidarlo y no cumplir con lo prometido o lo que se nos ha encomendado.
Por eso dirá Jesús que los publicanos y las prostitutas se nos adelantarán en el Reino de Dios. Algo que le dolería mucho a los que le escuchaban sobre todo escribas y fariseos tan cumplidores en la apariencia, pero tan olvidadizos de las cosas verdaderamente importantes. Bien vemos en el evangelio que los que primero están para escuchar y para seguir a Jesús serán precisamente los pecadores, porque en la palabra de Jesús encontrarán toda la palabra de esperanza que les anuncia la salvación, mientras que aquellos que se creían los custodios de la ley del Señor no querrán acercarse a Jesús para escucharle con toda sinceridad y deseo de verdadera conversión de sus vidas.
Podríamos encontrar muchas resonancias de este texto en otros momentos del evangelio, ya fuera los publicanos que se acercan a Jesús y le siguen como Zaqueo, como Leví, los pecadores como aquellas diversas mujeres que desde su pecado se acercaron a Jesús con todo su amor porque en El encontrarían la paz y el perdón. Pero nos resuenan como un eco también otras parábolas, como la llamada comúnmente del hijo pródigo, donde el hijo mayor, aparentemente tan cumplidor porque se había quedado en la finca con su padre, sin embargo su corazón estaba bien lejos en sus resentimientos no solo hacia el hermano que no aceptaba a su vuelta, sino también con el padre al que le quería echar en cara muchas cosas.
Y nosotros, ¿Qué? ¿Cuáles son nuestras actitudes? ¿Cómo es la mirada que tenemos hacia los demás? ¿Cuál es la verdadera respuesta que damos a las llamadas del Señor?

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