Un crecimiento interior, un camino de purificación, una riqueza manifestada en santidad, una construcción de un mundo mejor
Hechos 15, 1-6; Sal 121; Juan
15, 1-8
Hoy las imágenes con las que nos habla Jesús son eminentemente agrícolas.
Nos habla de vid y de sarmientos, nos habla de poda y de los abonos necesarios
para obtener unos buenos frutos. Imágenes todas ellas muy expresivas y tienen
perfecta aplicación en todo lo que es nuestra vida.
Queremos que nuestra vida fructifique; nada hay peor que una vida insulsa
y sin sentido, una vida sin metas ni objetivos, que no manifieste en aquello
que hacemos y vivimos lo más hondo que llevamos dentro. Cada uno se prolonga,
podemos decir, en aquellas obras que realiza y así manifiesta la riqueza
interior que lleva dentro y que de alguna manera enriquece también a los que
nos rodean y enriquecen a la sociedad en la que estamos. Vamos dejando nuestra
impronta, nuestra huella, nuestros frutos en lo que hacemos no solo de forma
personal para nuestro enriquecimiento personal sino también en bien de la
sociedad en la que vivimos.
Eso significará un esfuerzo personal por ese crecimiento interior y
por ese crecer y madurar como personas. Una persona sensata y sabia sabe
analizar su vida para corregir errores, para mejorar su forma de actuar, para
tratar de fijarse metas, para encontrar motivaciones para esa lucha de cada día
que le haga mejorar como persona. Y esto en todas las facetas de su vida
humana. Así manifestamos la madurez de nuestra vida.
Lo mismo y con mayor motivación, si queremos, en todo lo que atañe a
nuestra vida cristiana, de seguimiento de Jesús. Es de lo que en concreto nos
habla hoy el evangelio. Y además de esa poda necesaria para corregir errores,
para purificar lo malo que pudiera ir apareciendo en nuestra vida, nos habla de
algo muy importante que es la necesaria unión del sarmiento con la cepa, con la
vid.
El Señor a través de su Palabra, allá en lo más secreto de nuestro corazón,
en la intimidad de la oración o en aquellos que como instrumentos de Dios están
a nuestro lado para ayudarnos, nos va señalando todo eso que tendríamos que
podar en nuestra vida para que nuestros frutos tengan el verdadero sabor. Ya
sabemos muy bien que un frutal que no se poda debidamente no nos dará unos
buenos y sabrosos frutos de calidad. Es lo que necesitamos ir haciendo en
nuestra vida cristiana, porque nuestra vida se puede ir maleando con la
influencia negativa de tantas cosas con que nos vamos encontrando y nos pueden
ir dañando.
Y todo eso lo podremos ir logrando en verdad con la fuerza del Espíritu
divino. Es la necesaria unión con Dios que todo cristiano ha de vivir desde la
oración y desde la vivencia de los sacramentos. Bien tenemos la experiencia – o
mala experiencia, podríamos más bien decir – de que cuando aflojamos nuestra
vida espiritual nos debilitamos, nos enfriamos, entramos en esa etapa de la
vida espiritual que no somos ni fríos ni calientes, y la tibieza espiritual es
el camino más terrible que nos hará resbalar por la pendiente de la tentación y
del pecado.
Leamos y escuchemos allá en lo más hondo de nosotros mismos este
hermoso texto del evangelio de hoy. ‘Permaneced
en mí, y yo en vosotros… el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada… Con esto recibe gloria mi Padre,
con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos…’ Será un
fruto que va a revertir en bien de nuestra sociedad y en bien de la Iglesia.
Estaremos así construyendo un mundo mejor y realizando el Reino de Dios
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