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martes, 26 de abril de 2016

Es necesario no perder nunca nuestro equilibrio interior llenándonos de la paz que Jesús nos da con la fuerza de su Espíritu

Es necesario no perder nunca nuestro equilibrio interior llenándonos de la paz que Jesús nos da con la fuerza de su Espíritu

Hechos, 14, 18-27; Sal. 144; Juan, 14, 27-31
‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde’, nos dice Jesús. Hay momentos en que perdemos la paz; los problemas, los contratiempos que nos van apareciendo, algo que no nos gusta, un daño que hayamos recibido de alguien en un desaire cualquiera que hayamos soportado, las enfermedades y sufrimientos nos llenan de dolor y limitan nuestras posibilidades… muchas cosas que nos afectan interiormente y con las que podemos perder la paz.
Es necesario que aprendamos a no perder nuestro equilibrio interior, nuestra paz interior a pesar de las dificultades que nos pueda ofrecer la vida, no perder nunca la paz. Es difícil en muchas ocasiones porque esos contratiempos nos oscurecen la vida y nos parece que no tenemos salidas y nos angustiamos y podemos perder la esperanza. De ahí ese necesario crecimiento interior, ese madurar nuestra personalidad, esa necesidad de tener un espíritu fuerte para enfrentarnos a todo eso. Es así como manifestaremos nuestra madurez como personas y nuestra madurez cristiana.
Hemos de buscar la paz, pero la paz verdadera. Hoy nos dice Jesús que nos regala su paz, pero que su paz no es como la que da el mundo. ‘La paz os dejo, mi paz os doy: no la doy como la da el mundo’. Y es que tenemos el peligro de buscar la paz en sucedáneos, en cosas que realmente no son importantes, quedarnos en la superficialidad. El ambiente que nos rodea nos empuja muchas veces a esa manera de actuar.
Una fe madura nos va a ayudar mucho en este sentido. No una fe como refugio para una huida; no nos vamos a esconder de los problemas o de las dificultades. Vamos a enfrentarnos sintiendo esa fortaleza interior; hay una luz que de verdad ilumina nuestra vida y esa luz es Jesús. En el encontramos esa verdadera paz; su Palabra nos ilumina y nos señala caminos.
En el texto que hubiéramos escuchado ayer Jesús nos anunciaba que nos dejaría la fuerza de su espíritu. Nos decía: ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os irá recordando todo lo que os he dicho’. Acercándonos al final de la Pascua y a Pentecostés vamos a escuchar repetidamente ese anuncio de Jesús.
Hoy nos anuncia que llega la hora del príncipe de este mundo; se acerca la hora de su pasión; pero quiere indicarnos también cómo vivimos en un mundo rodeado de dificultades, un mundo donde impera demasiado el mal, el odio, el egoísmo, la ambición, la mentira y la falsedad. Es la realidad que vivimos a nuestro alrededor que muchas veces nos hace mucho daño; pero  no hemos de temer, porque no nos faltará la fuerza del Espíritu del Señor que nos ilumina para lo que tenemos que hacer y nos da su fuerza. Por eso, como reflexionábamos, no hemos de perder la paz, esa paz que el Señor nos regala y que llena nuestro corazón cuando en verdad sabemos llenarnos de Dios.

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