Es necesario no perder nunca nuestro equilibrio interior llenándonos de la paz que Jesús nos da con la fuerza de su Espíritu
Hechos, 14, 18-27; Sal. 144; Juan, 14, 27-31
‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde’, nos dice
Jesús. Hay momentos en que perdemos la paz; los problemas, los contratiempos
que nos van apareciendo, algo que no nos gusta, un daño que hayamos recibido de
alguien en un desaire cualquiera que hayamos soportado, las enfermedades y
sufrimientos nos llenan de dolor y limitan nuestras posibilidades… muchas cosas
que nos afectan interiormente y con las que podemos perder la paz.
Es necesario que aprendamos a no perder nuestro equilibrio interior,
nuestra paz interior a pesar de las dificultades que nos pueda ofrecer la vida,
no perder nunca la paz. Es difícil en muchas ocasiones porque esos
contratiempos nos oscurecen la vida y nos parece que no tenemos salidas y nos
angustiamos y podemos perder la esperanza. De ahí ese necesario crecimiento
interior, ese madurar nuestra personalidad, esa necesidad de tener un espíritu
fuerte para enfrentarnos a todo eso. Es así como manifestaremos nuestra madurez
como personas y nuestra madurez cristiana.
Hemos de buscar la paz, pero la paz verdadera. Hoy nos dice Jesús que
nos regala su paz, pero que su paz no es como la que da el mundo. ‘La paz os
dejo, mi paz os doy: no la doy como la da el mundo’. Y es que tenemos el
peligro de buscar la paz en sucedáneos, en cosas que realmente no son
importantes, quedarnos en la superficialidad. El ambiente que nos rodea nos
empuja muchas veces a esa manera de actuar.
Una fe madura nos va a ayudar mucho en este sentido. No una fe como
refugio para una huida; no nos vamos a esconder de los problemas o de las
dificultades. Vamos a enfrentarnos sintiendo esa fortaleza interior; hay una
luz que de verdad ilumina nuestra vida y esa luz es Jesús. En el encontramos
esa verdadera paz; su Palabra nos ilumina y nos señala caminos.
En el texto que hubiéramos escuchado ayer Jesús nos anunciaba que nos dejaría la fuerza de su espíritu. Nos decía: ‘Os he hablado de esto ahora
que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el
Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os irá recordando todo lo
que os he dicho’. Acercándonos al final de la Pascua y a Pentecostés vamos
a escuchar repetidamente ese anuncio de Jesús.
Hoy nos anuncia que llega la hora del príncipe de este mundo; se
acerca la hora de su pasión; pero quiere indicarnos también cómo vivimos en un
mundo rodeado de dificultades, un mundo donde impera demasiado el mal, el odio,
el egoísmo, la ambición, la mentira y la falsedad. Es la realidad que vivimos a
nuestro alrededor que muchas veces nos hace mucho daño; pero no hemos de temer, porque no nos faltará la
fuerza del Espíritu del Señor que nos ilumina para lo que tenemos que hacer y
nos da su fuerza. Por eso, como reflexionábamos, no hemos de perder la paz, esa
paz que el Señor nos regala y que llena nuestro corazón cuando en verdad
sabemos llenarnos de Dios.
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