Un camino de esfuerzo y superación para subir con Jesús hasta la Pascua y llenarnos de su vida y salvación
Ef. 6,1-9; Sal.
144; Lc. 13,22-30
Jesús va camino de Jerusalén. Es bien significativa
esta subida de Jesús a Jerusalén porque es la subida a la pascua, y no ya solo
la pascua que cada año se celebraba recordando el paso liberador de Dios en
Egipto y que puso en caminos de libertad
a los judíos, sino va a ser la Pascua definitiva, la Pascua de la pasión,
muerte y resurrección de Jesús en la que de verdad íbamos a ser liberados de la
peor de las esclavitudes, porque su sangre derramada era para el perdón de los
pecados de todos, para nuestra salvación.
Jesús va siempre cercano de los discípulos y de todos
cuantos acuden a El. ‘Recorría ciudades y aldeas enseñando’, nos dice
el evangelista. Esto da ocasión a que la gente dialogue con El, le haga
preguntas; quieren entender bien lo que significa el Reino de Dios que va
anunciando. Y están las preguntas hondas y fundamentales - no son la preguntas
capciosas y con trampa de los fariseos y otros grupos - que la gente sencilla
se hace sobre la salvación definitiva. ‘¿Serán
muchos los que se salven?’
¿Será difícil? ¿Será fácil?
¿Estaré yo en ese grupo de los que alcancen la salvación y la
vida eterna? Puede ser el sentido de la pregunta, semejante a las preguntas que
nosotros también podemos hacernos o nos estamos haciendo. Porque claro, uno
intenta ser bueno, hacer las cosas bien, ir cumpliendo con todo lo que nos van
pidiendo, aunque algunas veces nos cueste y tengamos tropezones. Pero quizá
también hemos hecho muchas cosas buenas, o hemos sido muy religiosos, porque
cumplimos las promesas, hicimos la primera comunión y se las hicimos hacer a
nuestros hijos a los que bautizamos desde bien pequeñitos, y algunas veces
hacemos una limosna. ¿Estaremos nosotros en la lista de los que alcancen la
salvación? ¿Habremos hecho lo suficiente para ganarnos la salvación?
La respuesta de Jesús como siempre quiere ir a lo
fundamental, quiere hacernos reflexionar seriamente sobre lo que hemos hecho de
nuestra vida, y nos quiere hacer clarificar bien cómo hemos de vivir nuestra fe
y en qué ha de consistir nuestra vida cristiana. La respuesta de Jesús nos puede parecer
incluso dura y exigente. ‘Esforzaos
en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no
podrán...’
¿Nos quiere poner las cosas
difíciles Jesús? De ninguna manera; lo que no quiere es que nos contentemos con
lo fácil. No se trata solamente de seguir haciendo las cosas como a nosotros
nos parecía o como se venían haciendo de siempre. No se trata de meros
cumplimientos o simplemente dejarnos arrastrar por la costumbre. Cuando
anunciaba el Reino de Dios que llegaba siempre invitaba a poner toda nuestra fe
en esa Buena Noticia que se nos proclamaba como ya cercano y a convertir el
corazón. Si había que convertir, es que había algo a lo que darle la vuelta.
En algún momento de nuestras
reflexiones hemos dicho que se trata de ponernos junto a Jesús para hacer las
cosas, vivir la vida como lo hacía El y como era su vida. Creemos en su Palabra
y la aceptamos, lo que significa que eso que nos dice lo vamos a hacer, va a ser el sentido de nuestra vida, aunque
muchas cosas tengan que cambiar. Y eso no es fácil, cuesta; sería más fácil
seguir haciendo las cosas como siempre, pero Jesús viene a hacernos un
planteamiento nuevo para nuestra vida, que es vivir como El vivió, con un amor
como el de El, con una mirada hacia las personas y hacia las cosas como El las
miraba.
Ahí está nuestro esfuerzo de
superación; ahí está ese crecimiento de nuestra vida espiritual; ahí está esa purificación que hemos de ir
haciendo en nuestra vida para arrancar de nosotros aquello que nos impida vivir
en el sentido de Jesús; ahí tiene que estar nuestra voluntad decidida de ponernos
de verdad al lado de Jesús y comenzar a vivir según su sentido. No es fácil,
exige superación y esfuerzo por nuestra parte, pero no será algo que hagamos
por nosotros mismos o solo con nuestras fuerzas. De nuestra parte estará el
Espíritu del Señor con su gracia, con su fuerza. Ahí está el ser capaces de
vaciarnos de nosotros mismos para decir como Pedro ‘en tu nombre, Señor, echaré las redes’, porque me fío de ti,
porque confío en ti.
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