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jueves, 30 de octubre de 2014

Hoy y mañana y pasado tengo que caminar… anunciando sin temor el designio divino contenido en el evangelio

Hoy y mañana y pasado tengo que caminar… anunciando sin temor el designio divino contenido en el evangelio

Ef. 6, 10-20; Sal. 143; Lc. 13, 31-35
‘Hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén’. Es consciente Jesús de lo que significa su subida a Jerusalén. En el evangelio de Lucas esta imagen de la subida, de la ascensión tiene mucha importancia. Todo culminará en la Pascua en Jerusalén y el evangelio de Lucas terminará con la Ascensión con que inicia el libro de los Hechos con que continúa.
Ahora mientras sube a Jerusalén por camino unos fariseos se acercan para prevenirle de Herodes. ‘Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte’, le dicen. Pero Jesús no acepta el consejo porque sabe que todo está bajo el designio del Padre, en cuyas manos se ha puesto. Y como dirá en otra ocasión nadie le arrebata la vida, sino que El la entrega libremente. Así es consciente de lo que significa su subida a Jerusalén porque El además les anuncia repetidamente a los discípulos lo que allí va a suceder. ‘Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término’. No son expresiones de un tiempo determinado contado por días, pero sí es anuncio de su camino en libertad hasta la plenitud de su entrega.
Cuando menciona a Jerusalén salen a flote sus sentimientos y emociones, por el amor grande que siente por la ciudad santa, que sin embargo no le va a escuchar sino más bien a rechazar. Más tarde llorará al contemplarla y anunciará incluso su destrucción. Anuncia ahora de alguna manera su entrada triunfal en la ciudad, pero allí llegará a su término su obra que culminará en la Pascua. Sin embargo anuncia: ‘Os digo que no me volveréis a ver hasta el día en que exclaméis: Bendito el que viene en el nombre del Señor’, haciendo mención a lo que será su entrada en la ciudad santa entre las aclamaciones de los niños y del pueblo sencillo.
Creo que en todo esto que estamos comentando hay algo muy hermoso que tendríamos que destacar. Es la voluntad decidida de Jesús de que el designio de Dios se realice. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’,  fue su grito en la entrada en el mundo. Como dirá en otro momento su alimento es hacer la voluntad del Padre. Hace pocos días hemos escuchado la angustia y el deseo del corazón de Cristo de que llegue la hora de la entrega en su pasión, en su bautismo como el mismo les dijera a los discípulos si estaban dispuestos a asumir. Cuando llegue el momento del comienzo de la pasión aunque desea que pase de El el cáliz del dolor y de la muerte, buscará por encima de todo hacer la voluntad del Padre. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’. Y finalmente en la cruz pondrá su espíritu y su vida toda en las manos del Padre.
¿Seremos capaces nosotros de hacer una cosa así? ¿Seremos capaces de una ofrenda de amor semejante? ¿Seremos capaces de mantener la fidelidad hasta el final? También en muchas ocasiones nos llenamos de angustias y de miedo, porque tememos el dolor y el sufrimiento, nos duele una entrega así como la de Jesús en tanto bueno que podríamos y tendríamos que hacer por los demás. Cuando nos vienen los momentos difíciles casi estamos tentados de echar a correr pero en huida. Cuando encontramos dificultad u oposición en la tarea que tenemos que desarrollar nos desalentamos fácilmente y nos dan ganas de tirar la toalla. Pero a Cristo lo vemos subir decidido a Jerusalén, a su Pascua, a su pasión, a su entrega. Aunque haya muchos que se opongan y hasta lo quieran llevar hasta la muerte, como al final lo conseguirían. Es el amor el que lo guía y el que lo empuja.
Para sentirnos alentados en nuestros miedos y cobardías tenemos que mirar una y otra vez a Cristo en su camino hacia Jerusalén. Y nos sentiremos alentados también cuando miramos a nuestro lado en la historia y vemos a tantos que mantienen su fidelidad aunque esto les lleve a la muerte y al martirio. Sí, tenemos que mirar la fortaleza de los mártires que la encontraron en su fidelidad a Cristo y a su amor.
Que no nos falte la fortaleza del Espíritu. Que nos revistamos de aquella armadura de Dios, de la que nos hablaba san Pablo en la carta a los Efesios, orando al Señor en toda ocasión con la ayuda del Espíritu. Y como decía allí san Pablo, ‘orad también por mí, para que Dios abra mi boca y me conceda palabras que anuncien sin temor el designio divino contenido en el evangelio del que soy embajador…’

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