Hoy y mañana y pasado tengo que caminar… anunciando sin temor el designio divino contenido en el evangelio
Ef. 6, 10-20; Sal. 143; Lc. 13, 31-35
‘Hoy y mañana y pasado
tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén’. Es consciente Jesús de lo que
significa su subida a Jerusalén. En el evangelio de Lucas esta imagen de la
subida, de la ascensión tiene mucha importancia. Todo culminará en la Pascua en
Jerusalén y el evangelio de Lucas terminará con la Ascensión con que inicia el
libro de los Hechos con que continúa.
Ahora mientras sube a Jerusalén por camino unos
fariseos se acercan para prevenirle de Herodes. ‘Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte’, le dicen. Pero
Jesús no acepta el consejo porque sabe que todo está bajo el designio del
Padre, en cuyas manos se ha puesto. Y como dirá en otra ocasión nadie le
arrebata la vida, sino que El la entrega libremente. Así es consciente de lo
que significa su subida a Jerusalén porque El además les anuncia repetidamente
a los discípulos lo que allí va a suceder.
‘Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi
término’. No son expresiones de un tiempo determinado contado por días,
pero sí es anuncio de su camino en libertad hasta la plenitud de su entrega.
Cuando menciona a Jerusalén salen a flote sus
sentimientos y emociones, por el amor grande que siente por la ciudad santa,
que sin embargo no le va a escuchar sino más bien a rechazar. Más tarde llorará
al contemplarla y anunciará incluso su destrucción. Anuncia ahora de alguna
manera su entrada triunfal en la ciudad, pero allí llegará a su término su obra
que culminará en la Pascua. Sin embargo anuncia: ‘Os digo que no me volveréis a ver hasta el día en que exclaméis:
Bendito el que viene en el nombre del Señor’, haciendo mención a lo que
será su entrada en la ciudad santa entre las aclamaciones de los niños y del
pueblo sencillo.
Creo que en todo esto que estamos comentando hay algo
muy hermoso que tendríamos que destacar. Es la voluntad decidida de Jesús de
que el designio de Dios se realice. ‘Aquí
estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’,
fue su grito en la entrada en el mundo. Como dirá en otro momento su
alimento es hacer la voluntad del Padre. Hace pocos días hemos escuchado la
angustia y el deseo del corazón de Cristo de que llegue la hora de la entrega
en su pasión, en su bautismo como el mismo les dijera a los discípulos si
estaban dispuestos a asumir. Cuando llegue el momento del comienzo de la pasión
aunque desea que pase de El el cáliz del dolor y de la muerte, buscará por
encima de todo hacer la voluntad del Padre.
‘No se haga mi voluntad sino la tuya’. Y finalmente en la cruz pondrá su
espíritu y su vida toda en las manos del Padre.
¿Seremos capaces nosotros de hacer una cosa así?
¿Seremos capaces de una ofrenda de amor semejante? ¿Seremos capaces de mantener
la fidelidad hasta el final? También en muchas ocasiones nos llenamos de
angustias y de miedo, porque tememos el dolor y el sufrimiento, nos duele una
entrega así como la de Jesús en tanto bueno que podríamos y tendríamos que
hacer por los demás. Cuando nos vienen los momentos difíciles casi estamos
tentados de echar a correr pero en huida. Cuando encontramos dificultad u
oposición en la tarea que tenemos que desarrollar nos desalentamos fácilmente y
nos dan ganas de tirar la toalla. Pero a Cristo lo vemos subir decidido a
Jerusalén, a su Pascua, a su pasión, a su entrega. Aunque haya muchos que se
opongan y hasta lo quieran llevar hasta la muerte, como al final lo
conseguirían. Es el amor el que lo guía y el que lo empuja.
Para sentirnos alentados en nuestros miedos y cobardías
tenemos que mirar una y otra vez a Cristo en su camino hacia Jerusalén. Y nos
sentiremos alentados también cuando miramos a nuestro lado en la historia y
vemos a tantos que mantienen su fidelidad aunque esto les lleve a la muerte y
al martirio. Sí, tenemos que mirar la fortaleza de los mártires que la
encontraron en su fidelidad a Cristo y a su amor.
Que no nos falte la fortaleza del Espíritu. Que nos
revistamos de aquella armadura de Dios, de la que nos hablaba san Pablo en la
carta a los Efesios, orando al Señor en toda ocasión con la ayuda del Espíritu.
Y como decía allí san Pablo, ‘orad
también por mí, para que Dios abra mi boca y me conceda palabras que anuncien
sin temor el designio divino contenido en el evangelio del que soy embajador…’
No hay comentarios:
Publicar un comentario