Siempre como Jesús hemos de buscar el bien de la persona y así mostrar nuestra delicadeza y amor
Filp. 1, 1-11; Sal. 110; Lc. 14, 1-6
¿Quiénes serían los que más necesitarían ser curados
por Jesús? Es la pregunta que me hago ante este pasaje del evangelio. Es cierto
que ante Jesús está aquel hombre enfermo de hidropesía que va a ser curado por
Jesús, pero ¿no necesitarían ser curados aquellos que estaban allí sentados
también a la mesa y ‘estaban espiando a
Jesús’?
Claro que no va a ser curado quien no se pone a tiro de
la salvación que Jesús nos ofrece. Y seguro que la postura de aquellos fariseos
no era precisamente la de acercarse a Jesús para que llegase a ellos la
salvación que Jesús les ofrecía. Lo que ya tendría que hacernos pensar para
nosotros mismos, para ver cómo nos acercamos a Jesús y si en verdad queremos su
salvación.
Era sábado y el descanso sabático que imponía la ley
del Moisés estaba por encima del bien del hombre. Esa era la interpretación que
ellos en su rigorismo se hacían de la ley de Moisés. Jesús, como nos diría en
otro lugar, no había venido a abolir la ley ni los profetas, sino que lo que
quería era darles plenitud. Y en lo que es la voluntad del Señor ha de estar
siempre por encima de todo el bien del hombre.
En este caso, aunque ellos sean los que están espiando,
es Jesús el que se adelante a hacerles la pregunta: ‘¿Es lícito curar los sábados o no?’ Todo estaba muy reglamentado,
buscando por cierto sí la gloria del Señor porque el sábado estaba dedicado al
culto a Dios en la oración de los salmos y en la escucha del libro de la Ley,
pero también el bien del hombre buscando su descanso para que así no hubiera
por otra parte abuso con el trabajo de nadie. Pero como les pregunta Jesús, ‘si a uno se le cae al pozo el hijo o el
buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado?’ Como les había dicho en la
sinagoga cuando la mujer encorvada, ‘allí estaba una hija de Israel esclavizada
por el mal’, ¿no se le podía liberar de él? Allí ahora delante de ellos había
un hombre que sufría en su enfermedad, ¿no se le podía liberar de lo que le
hacía sufrir?
Quiere Jesús el bien de la persona, el bien de todo
hombre y de toda mujer. ¿No nos enseñó el mandamiento del amor con el que en
fin de cuentas lo que uno siempre ha de buscar es el bien de la persona, de
toda persona? Eso es amar; no son solo bonitas palabras, sino buscar siempre lo
mejor para la persona. ¿No hemos dicho estos días que el amor de Dios nos tiene
que humanizar? Busquemos, entonces, el bien de la persona.
Es importante
esto que estamos diciendo y que nos tiene que hacer pensar. Porque tenemos que
hacer que nuestras relaciones sean humanas, están de verdad llenas de
humanidad. Es pensar que el otro es una persona y es pensar en el respeto que
he de tener a su dignidad de persona y en consecuencia el respeto con que tengo
que tratarla siempre. Tenemos el peligro de hacernos duros y exigentes con los
demás en nuestro trato, porque pensamos demasiado en nosotros mismos.
Y ese respeto me ha de llevar a valorar siempre a la
persona. Tiene su dignidad y también tiene sus valores; en consecuencia a nadie
podemos despreciar ni valorar menos. Cómo tenemos que cuidar nuestros gestos,
nuestras palabras, nuestras actitudes, porque fácilmente cuando no nos cae bien
la persona somos muy fáciles a tratar mal, a mirar con malos ojos, a no tener
en cuenta, a minusvalorar, a discriminar y no digamos nada cómo fácilmente nos
pueden salir gestos y palabras ofensivas para los otros.
Cómo tendría que brillar siempre la delicadeza en el
trato con los demás. En nuestras actitudes, en nuestros gestos y en nuestras
palabras. Qué distinta tendría que ser la mirada con que miremos a los otros
cuando miramos con la mirada de Cristo. Recordemos lo que hemos dicho de
ponernos junto a Jesús para hacer como El hacía, para mirar como El miraba,
para amar con un amor semejante al de El.
Cómo tendría que salir a flote, por otra parte, toda la
ternura de nuestro corazón cuando nos encontramos con personas con limitaciones
o discapacidades o cuando nos encontramos con alguien que sufre. Tenemos que
reconocer que muchas veces nos cuesta, nos dejamos llevar por nuestros
‘prontos’ o nuestros prejuicios, y nos olvidamos de todo eso bueno que siempre
hemos de buscar para los demás.
Ahí tenemos esas cosas de las que Jesús nos ha de curar
a nosotros también. Pero, como decíamos, hemos de acercarnos a El y reconocer
esa enfermedad de falta de amor que muchas veces aqueja nuestro corazón. Que
nos llene de su Espíritu de amor.
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