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viernes, 31 de octubre de 2014

Siempre como Jesús hemos de buscar el bien de la persona y así mostrar nuestra delicadeza y amor

Siempre como Jesús hemos de buscar el bien de la persona y así mostrar nuestra delicadeza y amor

Filp. 1, 1-11; Sal. 110; Lc. 14, 1-6
¿Quiénes serían los que más necesitarían ser curados por Jesús? Es la pregunta que me hago ante este pasaje del evangelio. Es cierto que ante Jesús está aquel hombre enfermo de hidropesía que va a ser curado por Jesús, pero ¿no necesitarían ser curados aquellos que estaban allí sentados también a la mesa y ‘estaban espiando a Jesús’?
Claro que no va a ser curado quien no se pone a tiro de la salvación que Jesús nos ofrece. Y seguro que la postura de aquellos fariseos no era precisamente la de acercarse a Jesús para que llegase a ellos la salvación que Jesús les ofrecía. Lo que ya tendría que hacernos pensar para nosotros mismos, para ver cómo nos acercamos a Jesús y si en verdad queremos su salvación.
Era sábado y el descanso sabático que imponía la ley del Moisés estaba por encima del bien del hombre. Esa era la interpretación que ellos en su rigorismo se hacían de la ley de Moisés. Jesús, como nos diría en otro lugar, no había venido a abolir la ley ni los profetas, sino que lo que quería era darles plenitud. Y en lo que es la voluntad del Señor ha de estar siempre por encima de todo el bien del hombre.
En este caso, aunque ellos sean los que están espiando, es Jesús el que se adelante a hacerles la pregunta: ‘¿Es lícito curar los sábados o no?’ Todo estaba muy reglamentado, buscando por cierto sí la gloria del Señor porque el sábado estaba dedicado al culto a Dios en la oración de los salmos y en la escucha del libro de la Ley, pero también el bien del hombre buscando su descanso para que así no hubiera por otra parte abuso con el trabajo de nadie. Pero como les pregunta Jesús, ‘si a uno se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado?’ Como les había dicho en la sinagoga cuando la mujer encorvada, ‘allí estaba una hija de Israel esclavizada por el mal’, ¿no se le podía liberar de él? Allí ahora delante de ellos había un hombre que sufría en su enfermedad, ¿no se le podía liberar de lo que le hacía sufrir?
Quiere Jesús el bien de la persona, el bien de todo hombre y de toda mujer. ¿No nos enseñó el mandamiento del amor con el que en fin de cuentas lo que uno siempre ha de buscar es el bien de la persona, de toda persona? Eso es amar; no son solo bonitas palabras, sino buscar siempre lo mejor para la persona. ¿No hemos dicho estos días que el amor de Dios nos tiene que humanizar? Busquemos, entonces, el bien de la persona.
 Es importante esto que estamos diciendo y que nos tiene que hacer pensar. Porque tenemos que hacer que nuestras relaciones sean humanas, están de verdad llenas de humanidad. Es pensar que el otro es una persona y es pensar en el respeto que he de tener a su dignidad de persona y en consecuencia el respeto con que tengo que tratarla siempre. Tenemos el peligro de hacernos duros y exigentes con los demás en nuestro trato, porque pensamos demasiado en nosotros mismos.
Y ese respeto me ha de llevar a valorar siempre a la persona. Tiene su dignidad y también tiene sus valores; en consecuencia a nadie podemos despreciar ni valorar menos. Cómo tenemos que cuidar nuestros gestos, nuestras palabras, nuestras actitudes, porque fácilmente cuando no nos cae bien la persona somos muy fáciles a tratar mal, a mirar con malos ojos, a no tener en cuenta, a minusvalorar, a discriminar y no digamos nada cómo fácilmente nos pueden salir gestos y palabras ofensivas para los otros.
Cómo tendría que brillar siempre la delicadeza en el trato con los demás. En nuestras actitudes, en nuestros gestos y en nuestras palabras. Qué distinta tendría que ser la mirada con que miremos a los otros cuando miramos con la mirada de Cristo. Recordemos lo que hemos dicho de ponernos junto a Jesús para hacer como El hacía, para mirar como El miraba, para amar con un amor semejante al de El.
Cómo tendría que salir a flote, por otra parte, toda la ternura de nuestro corazón cuando nos encontramos con personas con limitaciones o discapacidades o cuando nos encontramos con alguien que sufre. Tenemos que reconocer que muchas veces nos cuesta, nos dejamos llevar por nuestros ‘prontos’ o nuestros prejuicios, y nos olvidamos de todo eso bueno que siempre hemos de buscar para los demás.
Ahí tenemos esas cosas de las que Jesús nos ha de curar a nosotros también. Pero, como decíamos, hemos de acercarnos a El y reconocer esa enfermedad de falta de amor que muchas veces aqueja nuestro corazón. Que nos llene de su Espíritu de amor.

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