Jesús en el desierto al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado
Gen. 2, 7-9; 3, 1-7; Sal. 50; Rom. 5, 12-19; Mt. 4, 1-11
Hemos comenzado el camino hacia la Pascua cuando
iniciamos el pasado miércoles de ceniza la Cuaresma. Sentíamos la invitación a
mirar hacia lo alto porque ya desde un primer momento se nos invitaba a mirar a
Cristo y a Cristo crucificado, pero siempre con la certeza de la resurrección.
Es el camino que queremos hacer para que en verdad haya pascua en nosotros,
para que cuando lleguemos a celebrar la resurrección de Jesús nos sintamos en
verdad renacidos, hombre nuevos, hombres pascuales, porque hemos vivido desde
lo más profundo el paso salvador de Dios por nuestra vida.
Como diremos hoy en el prefacio de este primer domingo
de Cuaresma ‘celebrando con sinceridad el
misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba’.
Por eso miramos a Cristo, escucharemos su Palabra de vida que nos va renovando
día a día y nos irá transformando si nos dejamos conducir por la gracia del
Señor, ‘para avanzar en el misterio de
Cristo y vivirlo en su plenitud’. Así pedíamos en la primera oración.
Como nos decía
san Pablo hoy ‘por un hombre entró el pecado en el mundo y por el
pecado la muerte y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos
pecaron’, haciendo referencia a lo que hemos escuchado en la primera
lectura del Génesis que nos hablaba de la creación del hombre, pero también de
su pecado. Pero san Pablo continuaba diciéndonos ‘por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte… por
un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un
derroche de gracia y el don de la justificación… la justicia de uno traerá la
justificación y la vida’. Clara referencia al Misterio Pascual que nos
disponemos a celebrar.
Es tradicional en la liturgia de la Iglesia, y lo
contemplamos en los tres ciclos litúrgicos, que en este primer domingo de Cuaresma siempre escuchemos el
relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, según los tres evangelistas sinópticos,
uno en cada ciclo. Después del Bautismo de Jesús en el Jordán ‘fue llevado al desierto por el Espíritu
para ser tentado por el diablo’, nos dice el evangelista. Allí ayunó
cuarenta días y cuarenta noches con lo que ‘al
abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de
nuestra penitencia cuaresmal y al rechazar las tentaciones del enemigo nos
enseñó a sofocar la fuerza del pecado’, como decimos también en el
prefacio.
En el bautismo en el Jordán se había escuchado la voz
del cielo señalando a Jesús: ‘Este es mi
Hijo, el amado, el predilecto’. Ahora la tentación viene en el mismo tono,
en la misma sintonía. ‘Si eres el Hijo de
Dios…’ comienza siempre diciéndole el tentador. Eres el Hijo de Dios y
tienes todo el poder de Dios, ¿por qué pasar hambre aquí en el desierto? ‘di que estas piedras se conviertan en
panes’.
Eres el Hijo de Dios y así has de manifestarte ante los
hombres, porque para eso has venido, podría estarle diciendo el tentador, pues
manifiéstate haciendo cosas prodigiosas; ‘le
llevó al alero del templo y le dice… tírate
abajo, porque está escrito: encargará a sus Ángeles que cuiden de ti y te
sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras’.
Eres el Hijo de Dios que vienes a instaurar el nuevo
Reino. ‘Lo llevó a una montaña altísima y
mostrándole los reinos del mundo y su gloria’, en poder del maligno por el
reino del pecado y de la muerte, ‘y le
dijo: todo esto te daré, si te postras y me adoras’.
Ya conocemos las respuestas de Jesús que, por supuesto,
tendríamos que escuchar y aprender muy bien porque esas tentaciones reflejan
también cuales son nuestras tentaciones. ‘No
solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios…
no tentarás al Señor, tu Dios… al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás
culto’.
Las respuestas
de Jesús en estos momentos son lo que luego a lo largo del evangelio vamos a ir
viendo reflejados en toda su enseñanza. Por eso, es ahí, a la Palabra del
Señor, a su evangelio al que tenemos que
saber acudir para encontrar esa luz que nos ilumine para saber bien la
respuesta que tenemos que dar a lo que nos pide el Señor y la forma cómo
nosotros hemos de vencer también la tentación con la que nos acosa continuamente
al maligno.
¿No pedimos nosotros muchas veces en nuestra oración el
milagro fácil de Dios que nos resuelva todos los problemas sin poner ningún
esfuerzo por nuestra parte? Tendríamos que dejarnos conducir más en la vida por
la Palabra del Señor que sea en verdad el alimento de nuestra vida de cada día,
pero no haciéndole decir a la Palabra de Dios lo que a nosotros nos guste, sino
dejándonos interpelar y conducir con toda sinceridad por lo que el Señor nos
manifiesta.
No busca tampoco Jesús el éxito fácil a la Buena Nueva
de salvación que nos va anunciando, porque ya, por ejemplo, le vemos
habitualmente cuando realiza un milagro de alguna curación que les dice que no
lo digan a nadie. No es Jesús el curandero taumatúrgico que se aprovecha de sus
poderes para obtener fama y por así decirlo beneficios, sino que sus milagros
serán siempre por una parte signo de su amor y de su compasión misericordiosa,
pero al mismo tiempo signo de la transformación que Jesús quiere ir realizando
en el corazón del hombre y de nuestro mundo.
En las reflexiones que nos hemos venido haciendo desde
los primeros días de la Cuaresma cuando hablamos de conversión decíamos cómo
hemos darle en verdad la vuelta a nuestra vida para que esté orientada siempre
hacia Dios, para que Dios sea siempre el centro de nuestra vida. Hoy al
rechazar Jesús al maligno que le tentaba le dice que ‘al Señor, tu Dios, adorarás y a El solo darás culto’. Que el Señor
sea nuestro único Dios, el único Señor de nuestra vida. Que la gracia del Señor
nos ayude a ir arrancando de nuestro corazón esos ídolos, esos falsos dioses que nos creamos, cuando
apegamos nuestro corazón a tantas cosas que consideramos tan importantes en
nuestra vida, como si no pudiéramos vivir sin ellas.
Tenemos que comenzar por transformar nuestro corazón,
muchas veces endurecido como una piedra. Como anunciaban los profetas que se
transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Aquí sí que
tenemos que pedirle al Señor que transforme esas piedras de nuestro corazón en
panes, y no lo hacemos por tentación, sino para vencer nuestras tentaciones.
Que se transforme esa piedra fría de mi
indiferencia, esa piedra dura de mis
violencias, esa piedra solitaria de mi individualismo, esa piedra grande de mi
orgullo, esa piedra gorda de mi codicia, en panes de ternura y amistad, de
ofrenda y de generosidad, de pureza y de bondad. Que frente a esas tentaciones
que nos endurecen por dentro tantas veces con nuestras pasiones desordenadas
seamos capaces de poner el espíritu de servicio, el dinamismo de la caridad, la
fe confiada. Que en nuestras luchas y sufrimientos seamos capaces de ver
siempre la presencia del Señor y sean algo así como sacramentos de Dios para
nuestra vida, y sean en verdad una oportunidad para un mayor crecimiento humano
y espiritual.
El Señor nos enseñó a pedir en el Padrenuestro ‘no nos dejes caer en la tentación y
líbranos del mal’; y a Pedro y los apóstoles les decía en Getsemaní: ‘vigilad y orad, para que no caigáis en la
tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil’. Que esa
sea nuestra oración de verdad para que con la gracia del Señor podamos hacer
este camino que estamos iniciando y nos conduzca a la Pascua y al final podamos
ser esos hombres nuevos de la Pascua, como decíamos al principio.
Que alimentados del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ‘pan del cielo que alimenta nuestra fe,
consolida la esperanza y fortalece el amor… tengamos hambre de Cristo, pan vivo
y verdadero… y aprendamos a vivir de toda Palabra que sale de la boca del
Señor’.
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