Abramos los ojos de la fe y llenemos nuestro corazón de amor para ver a Dios y heredar su Reino
Lev. 19, 1-2.11-18; Sal. 18; Mt. 25, 31-46
Una forma de manifestar nuestra condición de creyente
es el deseo de unirnos a Dios para, viviendo su misma vida, hacernos una cosa
con El. Creer en Dios no es meramente aceptar su existencia, sino que creyendo
en El sentimos esos deseos de unirnos a El. Es la profundidad a la que llegan
los místicos en su unión con Dios, en las que Dios mismo, una vez purificados,
se les manifiesta de manera especial para hacerles sentir y disfrutar de su
presencia.
Queremos ver a Dios; es un deseo que todos llevamos
dentro desde nuestra fe en El. Queremos ver a Dios y sentir su presencia junto
a nosotros para disfrutar también de su gracia y de su amor. Es el deseo que sentimos en ocasiones cuando
leemos el evangelio de haber podido estar allí donde acaecían aquellas cosas
que nos cuenta el evangelio. Algunas
veces soñamos cómo podríamos alcanzar esa visión de Dios, pero hay algo maravilloso
en nuestra fe cristiana y es que sí podemos ver y sentir su presencia, porque
El de muchas maneras nos la hace sentir. Es la presencia de Dios que podemos
sentir y vivir en la celebración de los sacramentos, porque sabemos bien que
ahí está Dios, ahí se nos manifiesta y ahí podemos descubrirle y vivirle cuando
de su gracia llenamos nuestra vida con los sacramentos.
Pero Jesús ha querido hacerse presente para nosotros no
solo en los que llamamos los siete sacramentos,
sino que hay otra presencia en cierto modo también sacramental que es la
presencia de Cristo, la presencia de Dios que podemos ver y experimentar
también en los hermanos. Es de lo que nos habla hoy en el Evangelio. ‘Os aseguro,
nos dice, que cuanto hicisteis con uno de estos humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis’. Luego ahí, en el
hermano, en el pobre, en el hambriento o en el sediento, en el que está
enfermo o abandonado, en el que está en la cárcel o en el que aparece junto a
nosotros, venga de donde venga, ahí tenemos que estar viendo a Cristo.
Queremos ver a Dios, decíamos, gozar de su presencia;
pues tendríamos que decir que lo tenemos fácil, porque en el hermano hemos de
saber descubrir a Cristo por la fe. Lo tenemos fácil, pero bien sabemos que se
nos hace difícil; tenemos que abrir los ojos de la fe y haber llenado el alma
de verdad del amor de Cristo y eso no siempre lo conseguimos.
En este camino cuaresmal que estamos haciendo éste
quizá tendría que ser una de las cosas que nos propongamos; a eso nos está
invitando la Palabra de Dios que se nos proclama, este evangelio que hoy hemos
escuchado. ¿No nos gustaría cuando llegue ese momento final de la historia que
Cristo nos dijera a nosotros también lo que hoy hemos escuchado en el
evangelio? ‘Venid, vosotros, benditos de
mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’.
Ya sabemos lo que tenemos que hacer. Jesús nos lo dice
claramente. ‘Tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis, estuve
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y fuisteis ya
verme’. Ahí tenemos el programa. Ahí tenemos el medio de encontrarnos con
el Señor y poder vivir y disfrutar de su presencia.
Eso tenemos que aprender a traducirlo a hechos muy concretos
de nuestra vida. No será necesario hacer grandes cosas, sino en esos pequeños
detalles que podemos tener cada día con los que están a nuestro lado estaríamos
cumpliendo esta bienaventuranza de Jesús. Podemos partir el pan para dar de
comer al hambriento, pero son muchas las
cosas que podemos compartir en cada momento con el que está a nuestro lado.
Esos detalles de comprensión, de respeto, de valoración de toda persona; esos
detalles en los que nos manifestamos con total sinceridad alejando de nosotros
toda falsedad e hipocresía; esa palabra de ánimo y de consuelo, esa sonrisa que
podemos provocar en el alma del que tiene el corazón amargado o atormentado por
muchas cosas.
Muchas oportunidades tenemos de realizar lo que Jesús
nos está pidiendo hoy en el evangelio y
de tener el gozo en el alma de, a través de ese amor con que nos relacionamos
con los que están a nuestro lado, sentir y vivir la presencia del Señor.
Podemos ver a Dios, podemos sentir la presencia de Cristo a nuestro lado.
Abramos los ojos de la fe y llenemos nuestro corazón del amor de Dios.
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