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martes, 15 de mayo de 2012


Celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios

Hechos, 16, 22-34; Sal. 137; Jn. 16, 5-11
Cuando estamos atentos a las señales de la presencia de Dios y de su actuar en nuestra vida, podemos descubrir muchas cosas que pueden ser para nosotros una llamada del Señor que nos invita siempre a ir a El y alcanzar su salvación. Esa atención el creyente ha de saber tenerla en todos los ámbitos de la vida porque cuando quizá menos lo esperamos el Señor se nos manifiesta junto a nosotros para regalarnos su salvación.
En la Palabra de Dios que cada día se nos proclama el Señor nos hace oír su voz y pueden ser muchas las cosas que quizá quiera manifestarnos hasta en los textos más sencillos o quizá también en los que muchas veces hayamos escuchado pero que en otro  momento no han hecho mella en nosotros.
No nos podemos dormir, ni cerrar los oídos del alma ante lo que el Señor quiera manifestarnos. La actitud del creyente siempre ha de ser de vigilacia, de atención, de fe, con una apertura grande de los ojos de nuestro corazón, con un respeto y un amor grande a su Palabra. Qué lástima cuando nos encerramos en nosotros mismos y no querer oír, no queremos escuchar esas llamadas del Señor. Y esto sucede muchas veces a nosotros y a tantos a nuestro alrededor.
‘¿Qué tengo que hacer para salvarme?’ fue el grito del carcelero al ver lo que había sucedido y cuando las puertas de la cárcel estaban derribadas y abiertas sin embargo aquellos presos no habían escapado. Aquellos himnos que cantaban a Dios, incluso en medio de las cadenas y cepos de la cárcel, podrían haber estado haciendo mella en el corazón de aquel hombre. Lo que sucede a continuación viene a despertar su espíritu para descubrir que a través de aquellos que tenía allí en la cárcel podría llegarle la salvación.
‘Cree en el Señor Jesús, y te salvarás tú y tu familia’, fue la respuesta que recibió. No quiso dejar pasar tiempo para ser instruido y recibir el agua del Bautismo. Y aquí viene un detalle importante y hermoso. ‘A aquellas horas de la noche se los llevó a casa, les lavó las heridas, les preparó la mesa y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios’.
Hermosos los gestos de la hospitalidad con los que estaba poniendo en práctica el evangelio recibido. Pero hermoso el hecho de haber querido ‘celebrar una fiesta de familia por haber creído en Dios’. Nos tendría que hacer pensar si con un gozo y una alegría semejante vivimos nosotros nuestra fe.
La vida de nuestra sociedad actual está jalonada por muchas fiestas que en su origen tenían una referencia clara al hecho religioso. Y aún cuando ahora seguimos celebrándolas les mantenemos el nombre de esa referencia religiosa: fiestas de navidad, fiestas de nuestro santo, fiestas de nuestra comunidad o nuestro pueblo y así muchas más. En torno a esas fiestas tenemos multitud de actos que nuestra sociedad ha ido estableciendo casi como un rito, así comidas, encuentros de familias, etc. Lo que me pregunto es si conservamos en esas fiestas una referencia religiosa que vaya más allá del nombre o la ocasión cronológica en que las celebramos. Porque podemos conservar el nombre pero no el espíritu; podemos conservar el nombre en referencia a ese hecho religioso, pero luego en el desarrollo de esa fiesta no haya ningun momento verdaderamente religioso.
Celebramos la navidad, por ejemplo, y luego ni tenemos un recuerdo, ni hacemos una oración, ni leemos el texto de la Palabra en relación con el nacimiento de Jesús. fijémonos que para la mayor parte de la gente la navidad se queda en una comida y una fiesta familiar, pero la iglesia, la celebración del nacimiento de Jesús, etc., queda muy lejos y para eso no tenemos tiempo. ¿Dónde queda la expresión de la fe y la celebración de la acción de gracias por la fe en momentos así? Así se podrían analizar otras fiestas y celebraciones, lo que nos haría repensar si en verdad los valores cristianos y religiosos siguen influyendo en nuestra vida.
Aprendamos el mensaje que nos ofrece hoy la Palabra del Señor y hagamos fiesta desde lo más hondo del corazón por esa fe con que Dios ha enriquecido nuestra vida.

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