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miércoles, 10 de agosto de 2011

Una espiritualidad para la entrega generosa de nosotros mismos

2Cor. 9, 6-10;

Sal. 111;

Jn. 12, 24-26

Vive la vida, nos suelen decir los amigos o los que nos rodean. Y por vivir la vida se entiende el disfrutar de todo y sin poner ninguna cortapisa, el que alejarnos de todo lo que nos pueda ocasionar preocupación o problemas, porque para qué vamos a complicarnos la vida, y en el pensar en uno mismo como si uno fuero lo único imporante o el centro del mundo. En ese sentido hay muchos refranes o frases hechas, que no es necesario traer ahora aquí. En esa manera habitual como entendemos la vida, o lo que vemos a nuestro alrededor, eso de sufrir o morir para poder vivir es algo que no se entiende. Encontramos facilmente un sentido de la vida así a nuestro alrededor y a pesar de que nos digamos cristianos es algo de lo que fácilmente nos podemos contagiar.

Hoy nos dice Jesús: ‘Os aseguro, que si el grano de trino no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto…’ Cuesta entenderlo y asumirlo. Pero miremos a Jesús si en verdad nos decimos cristianos, creyentes en El y nos daremos cuenta que con estas palabras nos está reflejando lo que fue su vida. Ya sabemos que el camino de la pasión y de la cruz es algo que nos cuesta aceptar. Pero es su camino. Como tantas veces hemos dicho era algo que Pedro quería quitarle de la cabeza a Jesús.

Jesús nos viene a enseñar cómo nuestra mayor dicha y felicidad está en darnos, en ser capaces de entregarnos por los demás aunque tengamos que olvidarnos de nosotros mismos; que cuando hagamos felices a los demás es cuando más felices podemos llegar a ser nosotros. La grandeza espiritual de una persona pasa por ahí, por esa generosidad del corazón.

Pero a esa hondura no se llega de cualquier manera. Tenemos que dejarnos impregnar profundamente por el Espíritu de Jesús. Es necesario para un cristiano que quiere ser fiel de verdad a su fe el que cada día nos vayamos empapando más y más del evangelio. Para llegar a vivir en una entrega como nos enseña Jesús no es simplemente hacer lo que a mi buenamente se me ocurra, por asi decirlo, lo que pueda hacer con buena voluntad, sino que es necesario fortalecernos en el Señor. sólo con El es como podemos descubrir lo que tiene que ser nuestra entrega y nuestro amor y tener la fuerza para poder vivirlo.

Algunas veces cuando vemos una persona entregada y sacrificada por los demás y que además lo vive con alegría, nos preguntamos cómo es posible que puedan vivir con ese entusiasmo esa entrega y esa generosidad. Tenemos que descubrir allá en lo más hondo de esas personas que son personas de una espiritualidad grande porque viven muy unidas al Señor. Es eso profundo lo que tenemos que descubrir.

Es lo que podemos descubrir en la entrega hasta el sacrificio y la muerte de los mártires. Hoy celebramos a san Lorenzo, diácono y mártir. Con qué generosidad vivía su vida en el servicio de los pobres a los que atendía. Cuando le piden que les enseñe las riquezas de la Iglesia en aquellos momentos de persecusión, él les presenta a los pobres de Roma a los que atiende generosamente. Esa es su riqueza y la riqueza de la Iglesia, la entrega por amor a los demás.

Si en momentos difíciles asi, de persecusión, él tiene esa entereza tiene que ser por su fe profunda, por su grande espiritualidad, de su unión con Cristo para vivir un amor como el de Cristo. Un amor que le llevaba a despreciar su propia vida, a no temer la muerte, por el nombre de Jesús porque sabía bien donde estaba su riqueza y el premio que el Señor le concedería.

Es lo que tenemos que aprender nosotros. Es en lo que tenemos que ahondar cada día más en nuestra vida cristiana. Ese empaparnos del Evangelio, ese dejarnos impregnar y conducir por el Espíritu de Jesús. Y eso lo iremos logrando en la medida en que sepamos vivir unidos a Cristo en nuestra oración. Una oración de encuentro vivo, profundo, intimo, lleno de amor con el Señor. Que nunca nuestra oración sean rezos rutinarios. Que seamos capaces de darle hondura a nuestros encuentros con el Señor, en la oración o en la participación y celebración de la Eucaristía. Así florecerá esa generosidad del corazón para llegar a olvidarnos de nosotros mismos por darnos por los demás.

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