Hechos, 15, 1-6;
Sal. 121;
Jn. 15, 1-8
‘Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos’. La gloria de Dios, fruto abundante, ser discípulos de Jesús. Queremos ser discípulos de Jesús, seguirle; queremos en verdad dar gloria a Dios, pero ¿damos frutos y frutos abundantes?
Nos propone una hermosa alegoría, que tantas veces habremos meditado. La vid y los sarmientos, nosotros, Jesús y el Padre. La imagen de la viña aparece en los profetas y Jesús mismo la empleará en sus parábolas. Con esa imagen de la viña, como tantas veces hemos meditado, nos muestra lo que es el amor de Dios por su pueblo; un pueblo, nosotros, que ha de dar fruto, pero que no siempre lo damos.
Hoy nos dice Jesús que El es la vid y nosotros los sarmientos; el Padre es el labrador. Pero será necesario que los sarmientos estén unidos a la cepa, a la vid; desgajados o arrancados para nada sirven; enfermos.inútiles o llenos de ramajes infructuosos de nada nos valen. Por eso nos habla de unión y de limpieza o purificación.
‘A todo sarmiento que no da fruto lo arranca; y al que da fruto lo poda, para que dé más fruto’. Confía Jesús que nosotros estemos limpios o seamos sarmientos fructuosos. El nos ha alimentado con su Palabra y esa Palabra tendría que llenarnos de vida y mantenernos purificados. Pero seamos humildes y reconozcamos que necesitamos una poda en nosotros por tantas cosas, tantos ramajes que dejamos apegar a nuestra vida que necesita purificación. Es la poda y la purificación de nuestros pecados y de todo aquello que nos pueda llevar o inducirnos al mal.
Necesitamos permanecer unidos a Jesús. ‘El sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí’. Y nosotros tantas veces queremos actuar por nuestra cuenta. Nos lo sabemos todo. Nos creemos que nos bastamos con nuestras propias fuerzas. ¿Quién me va a enseñar a mí?, pensamos tantas veces. Yo sé lo que tengo que hacer y no necesito que nadie me esté diciendo nada. Repito, seamos humildes y reconozcamos que necesitamos estar unidos a Jesús para recibir la savia de su gracia.
‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada…’ nos dice Jesús tajantemente.
¿Cómo vivimos esa unión con Jesús? ¿Cómo llega su gracia a nosotros? Dios en su sabiduría infinita y en su poder puede hacernos llegar su gracia de mil maneras por decirlo de alguna forma. Pero tenemos unos medios claros y certeros: la Palabra de Dios, la oración, los sacramentos. Un cristiano sin la Palabra, sin oración y sin la gracia de los sacramentos será un cristiano sin vida, sin fruto.
Mucho podríamos y tendríamos que decir en este sentido. La importancia de la escucha de la Palabra que nos ilumina, que nos revela a Dios, que nos hace ver el camino, que nos alimenta. Con qué atención, con qué amor tenemos que escucharla y plantarla en nuestro corazón.
La oración que nos hace encontrarnos con Dios, con su Misterio, con su Palabra; la oración que nos une a Dios y nos hace vivir profunda e íntimamente unidos a El; la oración en la que nos sumergimos en Dios, y en la que dejamos que Dios en su inmensidad también nos llene y nos inunde. La oración que nos hace escuchar a Dios allá en lo más profundo de nosotros mismos, nos señala caminos, nos corrige en nuestras desviaciones y errores, nos hace mirar la cruda realidad de nuestra vida. La oración en la que le hablamos, suplicamos, pedimos, le invocamos, le damos gracias o cantamos su alabanza y también le pedimos perdón; cuántas cosas podemos decirle a Dios.
Finalmente los sacramentos, cauces de la gracia de Dios; participación en el misterio de Cristo, fortaleza y alimento de nuestra vida en el caminar de cada día, presencia salvadora de Cristo en nosotros y con nosotros. Mucho tendríamos que decir de cómo nos unimos a Cristo en todos y cada uno de los sacramentos en su momento o en la situación que cada uno vivamos.
‘El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante y con esto recibe gloria mi Padre… y seréis discípulos míos’.
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