Jer. 18, 18-20;
Sal. 30;
Mt. 20, 17-28
No podemos decir que los apóstoles no estuvieran entusiasmados por Jesús. estaban siempre a su lado, le seguían por todas partes, a ellos Jesús de manera especial les explicaba las cosas, en Jesús habían renacido seguramente muchas esperanzas en su corazón sobre todo en relación a la venida del Mesías que todo buen judío esperaba. Pero eso no quitaba para que aparecieran en su mente o en su interior sus aspiraciones y sus sueños que muchas veces quizá no supieran bien cómo conjugar con lo que Jesús les enseñaba. Necesitarían pasar por la experiencia de la pascua y recibir finalmente su Espíritu para que pudieran comprenderlo todo, como Jesús mismo les diría un día.
Aunque Jesús en esta ocasión, como nos narra el evangelista, mientras iban subiendo a Jerusalén se los había llevado aparte para explicarles todo lo que había de suceder en Jerusalén, sin embargo por allá aparece la madre de los Zebedeos que hace patente lo que eran esas aspiraciones que aún llevaban en su corazón.
‘Se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición…. Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda…’
Podría desconcertar esta petición sobre todo teniendo en cuenta lo que Jesús inmediatamente antes les había anunciado. ‘Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escriban y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará…’
Qué difícil se nos hace entender las cosas por muy claras que se nos digan, cuando tenemos una idea metida en la cabeza. Nos sucede muchas veces. En muchos aspectos de la vida. Pero podemos pensar por ejemplo en nuestra vida religiosa y cristiana, cuantas cosas nos proponemos o cuanto sabemos de cómo realmente tendríamos que vivir para comportarnos realmente como cristianos, verdaderos seguidores de Jesús, y sin embargo no terminamos de hacer lo que deberíamos, parece que la mente se nos cierra y seguimos con nuestras mediocridades o nuestros vanos sueños.
Pero Jesús es claro con los discípulos. ‘¿Podéis, sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?’ La respuesta está rápida y es entusiasta también. ‘Podemos, lo somos’. Y Jesús continuará: ‘Mi cáliz lo beberéis, pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes los tiene reservado mi Padre’.
¿Para quiénes puede estar reservado? Lo aclararemos fácilmente con lo que a continuación sucede. ‘Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos’. Allí están las pasiones humanas, los sueños y los deseos que algunas veces queremos ocultar y que otras veces afloran fácilmente. Pero allí está la respuesta de Jesús. El estilo que hemos de vivir entre nosotros no ha de ser a la manera de los poderosos de este mundo. Nuestro estilo tiene que ser distinto. ‘El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo’.
Esos serán los primeros, a la derecho o a la izquierda que da igual, pero los que son verdaderamente importantes en el Reino de Dios. Los que saben ser servidores, los que no les importa ser los últimos, los que son capaces de amar hasta el final. Y esto sí que tenemos que entenderlo muy bien. Desmontar quizá muchas cosas que se nos hayan metido en la cabeza. Es la verdadera conversión, la vuelta verdadera que hemos de darle a nuestra vida.
Y el modelo lo tenemos en Jesús. ‘Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos’. Nos entusiasmamos por seguir a Jesús. Que tengamos claro que es lo que significa seguir a Jesús. Que no nos ceguemos con nuestras cosas, sino que veamos claramente cual es el camino que El está recorriendo en su subida a Jerusalén y cuál es el camino, el sentido de vida que nosotros hemos de vivir.
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