Dan. 6, 11-27
Sal. Dan. 3, 68-74
Lc. 21, 20-28
Sal. Dan. 3, 68-74
Lc. 21, 20-28
‘Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’, nos ha dicho Jesús hablándonos de su venida al final de los tiempos.
Cuando pensamos en esa venida del Señor, en ese final de los tiempos, en ese encuentro pleno y definitivo con el Señor como en nuestra propia muerte son distintas las formas de reaccionar que tenemos. Podríamos pensar, por supuesto, en aquellos que no tienen fe y que entonces todo esto no les dice nada y viven la vida sin ningún sentido de trascendencia, lo cual nos resulta preocupante y tendría que ser motivo de oración por nuestra parte para pedir que el Señor les ilumine con el don de la fe.
Pero, sin dejar de pensar en esto, quiero referirme más bien a los que nos decimos que tenemos fe y sí creemos en las palabras de Jesús, pero que sin embargo para muchos son un motivo de angustia y de temor. Temen la muerte, temen ese encuentro con el Señor y y temen ese juicio de Dios. Hay una cosa que es el temor del Señor, que es también un don del Espíritu, pero el temor del que ahora hablamos es más bien un miedo que llena de angustia.
De alguna manera nos lo expresan las palabras del evangelio. ‘Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas… los hombres se quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad…’
Para un creyente que ha experimentado el amor de Dios en su vida, ¿esa sería lo que podríamos llamar la postura normal? Pienso que quien ha descubierto y ha tratado de vivir en su vida ese amor infinito de Dios que tanto nos ama, que nos da a su Hijo, que nos perdona y que nos llena de su vida haciéndonos hijos, aunque sintamos el peso de nuestros pecados e infidelidades sin embargo tendríamos que tener una como confianza en la misericordia del Señor.
Creo que es lo que Jesús quiere realmente trasmitirnos. ‘Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación’. Sentimos, es cierto el peso de nuestros pecados y tantas infidelidades de nuestra vida, pero hemos de saber alzar nuestra cabeza porque viene a nosotros el Señor que nos salva y nos libera. ‘Se acerca vuestra liberación’, nos dice Jesús.
Sabiendo lo que será el final, creo que todo esto tendría que movernos a que en verdad le vayamos dando un sentido a nuestra vida. Es la preparación y la atención de la que nos habla continuamente el Señor. Es el saber tener encendidas las lámparas en nuestras manos como aquellas doncellas prudentes de las que nos habla Jesús en sus parábolas. Es cuidar de mantener blanca y pura aquella túnica que vestimos en nuestro bautismo como signo de nuestra dignidad de cristianos. Es el lavarnos y purificarnos cuantas veces sea necesario en la sangre del Cordero, como aquellas muchedumbres de las que nos habla el Apocalipsis, porque hayamos sabido acudir a los sacramentos que nos purifican y que nos dan vida.
La confianza en la misericordia del Señor no nos lleva a la presunción, sino a la vigilancia y al estar atentos para acoger al Señor que llega a nuestra vida y nos llena de su salvación. Viene el Señor con gran poder y gloria. Que en verdad deseemos y hagamos todo lo posible por escuchar su voz que nos invita a pasar al Reino eterno preparado por el Padre desde todos los siglos.
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