Dan. 5, 1-6.13-14.16-17.23-28
Sal.:Dan. 3, 62-67
Lc. 21, 12-19
Sal.:Dan. 3, 62-67
Lc. 21, 12-19
Hemos venido leyendo y lo haremos durante toda esta última semana del año litúrgico el capítulo 21 del evangelio de san Lucas. Un lenguaje apocalíptico, podríamos decir, el que encontramos en él.
Partiendo ayer de las ponderaciones que hacían algunos de ‘la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos’ – una hermosa construcción adornada bellamente con las riquezas de los regalos que se hacían al templo como ofrendas o cumplimiento de votos y promesas – Jesús anuncia su destrucción; ‘llegará el día que no quede piedra sobre piedra, todo será destruido’.
Habla de tiempos futuros, con calamidades o desastres naturales, o con tiempos de miserias, de hambre y de guerras, pero terminará hablando de los últimos tiempos con imágenes realmente espectaculares como suele suceder en este lenguaje, y como mañana escucharemos.
Hoy nos ha hablado de los tiempos difíciles donde los que crean en su nombre sufrirán persecuciones y el martirio. ‘Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre… todos os odiarán por causa de mi nombre’, terminará diciendo.
Tendríamos que recordar aquí la última de las bienaventuranzas. ‘Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaros, porque será grande vuestra recompensa en los cielos…’
Igual que el Apocalipsis es un libro para suscitar la fortaleza y la esperanza en aquellos cristianos de los primeros tiempos, finales del siglo primero de nuestra era, que sufren persecuciones, anunciando la seguridad y la certeza de la victoria final y la plenitud del Reino de Dios, en estos anuncios que hoy escuchamos en el evangelio, que decíamos con lenguaje apocalíptico, se quiere confortar a los cristianos, porque Cristo les anuncia la presencia y la fortaleza de su Espíritu para afrontar esos tiempos y momentos difíciles.
‘Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro’. Una invitación a la fortaleza, a la esperanza y a la perseverancia en la confesión de la fe. ‘Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’, termina diciéndoles Jesús.
Es el testimonio que vemos reflejado en los mártires de todos los tiempos que llegarán a derramar su sangre, a dar su vida por su fe, por Cristo, por el evangelio. Pero aunque no sea de una manera cruenta también hemos de contemplar a esa multitud innumerable de confesores, de testigos que en todo tiempo y en todo lugar han dado testimonio, han sabido proclamar la fe, han sabido ser testigos con su palabra y con su vida del nombre de Cristo.
También nosotros tenemos que ser confesores y testigos. No nos pedirá el Señor actos extraordinario de heroísmo hasta llegar a un martirio cruento, pero sí con el comportamiento de nuestra vida, día a día, en medio de nuestras debilidades, incluso con nuestras caídas y pecados, en los problemas que se nos presentan de la vida de cada día, en nuestros achaques, enfermedades o nuestra propia ancianidad. Esas distintas situaciones de nuestra vida como cristianos seguidores de Jesús han de tener una forma peculiar de afrontarlas.
Es ahí donde tenemos que hacer brillar nuestro nombre de cristianos, para iluminados por la fe, fortalecidos en el Espíritu, lo vivamos siempre según los valores del evangelio. Resplandecerá nuestra fe, el coraje de nuestra vida de esperanza, la paciencia en el sufrimiento, el ofrecimiento de nuestra vida con sus dolores y sus alegrías, y el especial brillo de nuestro amor.
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