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martes, 4 de agosto de 2009

¿Por qué dudamos? Seamos firmes en nuestra fe

Núm. 12, 1-13
Sal. 50
Mt. 14, 22-36


‘¡Ábimo, soy yo, no tengáis miedo!’ Cuánto necesitamos muchas veces escuchar estas palabras de Jesús. Un apretón de manos, una mano sobre el hombro, una sonrisa reconfortante, una palabra de estímulo lo necesitamos con bastante frecuencia. Podemos sentir cansancio; pueden desanimarnos muchas cosas; la travesía de la vida se nos puede hacer costosa; puede parecernos que andamos solos; la fe se nos puede enfriar o decaer, y ese aliento es muy necesario en la vida.
Seguían titubeantes y con muchos miedos. A pesar de la hermosa experiencia vivida con el signo de la multiplicación de los panes, ahora se encuentran solos en medio del lago, luchando contra el viento y el oleaje. Y para colmo les parece ver fantasmas. Por eso tienen miedo, están llenos de dudas, se atreverán incluso a pedir pruebas de que en verdad es Jesús quien camina hacia ellos sobre las aguas del lago.
‘Jesús apresuró a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla’. Pero Jesús no fue con ellos. Se quedó para despedir a la gente. ‘Y después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar’. Esto ellos no lo sabían y allí están en medio de lago en su lucha con los elementos.
Jesús les invita a no tener miedo pero no lo tienen claro. ‘Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Jesús le dijo: Ven…’ Y Pedro lo intentó pero seguía dudando. Por eso a la menor complicación se hundía. ‘Al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse…’
Qué fácil nos hundimos cuando tenemos miedo. Lo vemos todo negro. Algunas veces pareciera que preferimos las negruras. No sabemos ver un rayo de luz. Se nos cae la esperanza y la confianza. Nos gustaría que las cosas fueran de otra manera, que todo nos saliera bien y no tuviéramos ningún tropiezo. Pero las cosas no salen siempre bien y los tropiezos aparecen por nuestros errores, nuestras dudas o también la oposición o la malicia de los demás. Pero tenemos que saber encontrar la luz.
Que no nos hundamos, Señor. ‘Sálvame’, fue el grito de Pedro y es tantas veces nuestro grito. ¿O acaso algunas veces ni siquiera somos capaces de gritar pidiendo auxilio porque lo vemos todo tan negro que pensamos que las cosas no tienen solución o nadie nos puede salvar?
Jesús tendió mano hasta Pedro para levantarlo y sacarlo a flote, ‘¡Qué poca fe! ¿por qué has dudado?’ ¿Por qué dudamos? ¿No sabemos que ahí está el Señor y El nunca nos abandona?
‘Realmente eres Hijo de Dios’, fue la exclamación y la profesión de fe que terminaron haciendo cuando vieron que todo volvía a la calma. Que seamos capaces de hacer esa afirmación siempre, porque no nos entre la duda, porque no se nos enfríe la fe. Es el Señor. Es Jesús, el Hijo de Dios que está con nosotros, que camina con nosotros.
Que crezca cada día mas mi fe. ‘Auméntame la fe’, le pedimos como aquel hombre del evangelio. Que aunque siente la tentación de la duda, me aferre siempre a mi fe, me aferre siempre a Jesús que nos está tendiendo su mano, que nos está diciendo que no perdamos la fe, que nos está dando confianza diciéndonos una y otra vez que El está ahí.

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