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jueves, 24 de julio de 2008

En ti, Señor, está la fuente viva

Jer. 2, 1-3. 7-. 12-13
Sal. 35
Mt. 13, 10-17


La vida de las personas muchas veces está llena de luces y de sombras. Podemos pensar, por ejemplo, en los momentos de dicha y de felicidad, que en muchas ocasiones se ven ensombrecidos por las sombras del sufrimiento, del dolor, de las dificultades o problemas que nos van apareciendo en la vida.
Pero al hablar de luces y de sombras quiero referirme de manera especial a esos momentos de fe y de fervor, de entusiasmo por la vida cristiana y por el seguimiento de Jesús que en muchas ocasiones sentimos y vivimos, pero que también sucede que pueden ir seguidos por momentos de decaimiento espiritual, de enfriamiento, de tentación y de infidelidad. Lo vivimos en nuestra propia carne en que nos vemos zarandeados por las tentaciones y el pecado, pero lo observamos también en tantos que en alguna etapa de su vida han vivido un fuerte fervor religioso, pero que luego lo han abandonado todo, llegando incluso al abandono de la fe.
Hoy hemos escuchado al profeta Jeremías. Durante un par de semanas vamos a hacer una lectura continuada de este libro del Antiguo Testamento. Un profeta al que le costó mucho la misión que el Señor le había encomendado. Puso en principio fuerte resistencia. ‘Mira que no sé hablar, que soy un muchacho’, fue la primera respuesta al Señor que le llamaba a su misión. ‘No digas, soy un muchacho, que a donde yo te envíe irás, y lo que te mande, lo dirás... yo pongo palabras en tu boca...’
Y el profeta fue fuerte en su denuncia, de tal manera que encontró fuerte oposición por parte de su pueblo, llegando incluso a ser arrojado en una aljibe sin agua. Hoy le escuchamos denunciando la situación del pueblo, que tanto había recibido del Señor, pero que se había llenado de infidelidad a la Alianza y de pecado. Ya sabemos que el lenguaje profético está lleno de imágenes para expresar algo hondo. Aquí les recuerda sus primeros tiempo de amor y de fervor. Su salida de Egipto, el paso del Mar Rojo, la Alianza del Sinaí, el camino del desierto, los momentos gloriosos de los reinados de David y Salomón.
‘Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto... Israel era sagrada para el Señor... yo te conduje a un país de huertos, para que comieses sus buenos frutos...’ Pero frente a tanta bondad del Señor estaba la respuesta no siempre positiva de su pueblo. Ni lo sacerdotes, ni los pastores del pueblo (los reyes), incluso los mismos profetas, no eran fieles, sirviendo a otros dioses. Por eso termina diciéndoles: ‘Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen agua...’ Abandonaron los caminos del Señor para querer seguir sus propios caminos. No quisieron ir a la fuente, pero fueron a aljibes agrietados.
Pero la historia de Israel es nuestra propia historia, nuestra historia personal y la historia de nuestro pueblo. Cuantos momentos de fervor y de religiosidad grande a los que siguen tiempos de decaimiento e indiferencia ante la religión y ante la fe. Luces y sombras de nuestra vida, de nuestro pueblo.
Pero tenemos que despertar. Escuchar la voz del Señor que por tantos profetas nos sigue llamando e invitando a la conversión. ‘¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!... les das a beber del torrente de tus delicias. Porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz’, que rezamos con el salmista.
Cristo es esa fuente de agua viva. Podemos recordar el episodio de la samaritana junto al pozo de Jacob. ‘El que beba del agua que yo le dé no volverá a tener mas sed’. Cristo quiere darnos esa agua viva, pero cuantas veces preferimos nosotros los aljibes agrietados. En el agua viva que El nos da encontraremos la luz, el sentido y la fuerza de nuestra vida. Pero seguimos buscando otras luces, queremos beber otras aguas que se van a volver amargas en nuestro corazón, caminamos muchas veces desorientados y sin rumbo porque no queremos llegar hasta el Camino que es Jesús. No nos queda otra cosa que volvernos a El, convertirnos a El, beber del agua viva que El nos da.

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