Sintámonos
en verdad liberados de los rescoldos interiores que reavivan el fuego cuando
ofrecemos nuestro generoso perdón a la manera de la misericordia de Dios
Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Salmo 113; Mateo
18, 21-19, 1
Cuando hay un incendio, ya sea en nuestros
bosques o montes o incluso en cualquier edificación no solo tenemos que apagar
esas llamas que vemos que todo lo arrasan, sino que tenemos que tratar de
apagar lo que ha sido el origen de ese fuego, pero también vemos luego a los
bomberos por detrás, donde parece que no hay ya fuego, que van enfriando el
terreno, pero teniendo mucho cuidado en apagar esos rescoldos, muchas veces
enterrados, que durante mucho tiempo pueden mantener vivo ese incendio.
¿Has pensado alguna vez que cuando
desde el resentimiento que llevas en ti no quieres perdonar al otro es
principalmente a ti mismo al que te estás castigando? Quien no ha sabido
perdonar de verdad sigue manteniendo el desamor en si mismo, que no solo puede
ser destructivo para los demás sino que es destructivo para ti mismo porque seguirás
manteniendo esa cadena sobre tu espíritu. Perdonamos buscando la paz, buscando
el origen de la ofensa o del conflicto, pero tenemos que apagar también esos
rescoldos que nos quedan encerrados quizás en lo secreto del corazón y que no
dejarán que quede apagado por completo el conflicto, que vuelva la paz a todos
los corazones.
Perdonar no es solo liberar al otro de
su culpa, sino es liberarte a ti mismo de esa cadena, de ese rescoldo que
sigues manteniendo dentro y que sigue quitándote la serenidad y la paz de tu
vida. Si no te liberas de ese resentimiento que te lleva al desamor o al odio
nunca vas a tener paz en ti mismo, y entonces estarás haciendo que se reaviven
esas heridas que un día recibiste y no habrá manera de encontrar la curación de
tu espíritu.
Quien no ha perdonado de verdad no
llegará a saborear lo que es el autentico amor, porque siempre mantendrá ese
rescoldo, siempre le faltará la paz verdadera en su corazón. Cuando perdonas la
primera liberación es para ti mismo; como solemos decir muchas veces tenemos
que perdonarnos a nosotros mismos para que vuelvan a florecer las bellas flores
de la amistad, del amor verdadero. Apaguemos esos rescoldos y al sentirnos en
verdad liberados, encontraremos la verdadera paz para nuestro corazón.
Esto es algo que tenemos que rumiar
bien dentro de nosotros, porque no es fácil muchas veces apagar esos rescoldos
enterrados. Es necesario que aprendamos a saborear el perdón para que nosotros
podamos luego ofrecerlo con generosidad. Es nuestra piedra de tropezar, algo en
lo que siempre nos cuesta dar el paso hacia delante. Queremos seguir
manteniendo aquellas medidas, que se ofrecían como generosas, que Pedro está
expresando en su petición a Jesús.
¿Cuántas veces tenemos que perdonar?
Siguen apareciendo las contabilidades, pero si estamos haciendo esas
contabilidades significa que algo aun no anda bien dentro de nosotros. Porque
quien perdona de verdad lo olvida para siempre, no vuelve a recordar, no se
pone a contabilizar. Es lo que nos está enseñando Jesús. ‘¿Siete veces?...
hasta setenta veces siete’, responde Jesús para que entremos no en los cálculos
de los números, sino en las actitudes de perdón que hemos de mantener siempre
en el corazón.
La parábola que propone Jesús está clara.
Aquel siervo que fue perdonado por su amo no supo saborear aquel perdón que le
habían ofrecido generosamente; por eso no supo luego perdonar a su compañero
que era muy ínfimo lo que le debía en comparación con sus antiguas deudas con
su amor. Jesús con su parábola además está haciendo que elevemos nuestra
mirada, para que seamos capaces de reconocer lo que significa el amor y la
misericordia del Señor en nuestra vida y aprendamos esas mismas actitudes para
tener nosotros con los demás.
La incapacidad de perdonar, le hacia
mantener el odio en su corazón y hacía imposible la verdadera paz, la serenidad
del espíritu para ver con mejor claridad el amor que tenemos siempre que
repartir. ¿No nos había enseñado Jesús que nos acogiéramos a la misericordia de Dios porque nosotros
somos también misericordiosos y compasivos con nuestros hermanos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario