Con
mucha atención tendríamos que leer este pasaje en que Jesús nos pone a un niño
en medio y nos dice que no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños
Deuteronomio 31,1-8; Dt 32; Mateo 18, 1-5.
10. 12-14
Todos, quieras que no, vamos buscando
nuestro lugar en la vida, para eso nos esforzamos, nos preparamos, trabajamos
para ir logrando ese lugar, ese puesto, ese prestigio; podemos luego darnos
importancia, o sentirnos interiormente satisfechos de nuestros logros. No está
mal, claro que tendríamos que ver nuestras mañas, nuestras aspiraciones, los
empujones quizás que hemos dado para quitar delante de nosotros el que nos
estorba, el que nos impide llegar a aquel lugar con el que soñamos; tendríamos,
es cierto, que ver por qué lo buscamos o qué pretendemos.
Pero no queremos ser como ‘esos’, y
pensamos a los que vemos a nuestro alrededor que nada importan ni significan,
que según nosotros simplemente van arrastrándose por la vida sin conseguir
nada, sin salir de sus pobrezas o nulidades como a nosotros quizás nos gusta
pensar. Y nos hacemos comparaciones y no queremos ‘vernos en su pellejo’,
porque nos parece que para nada valen, para nada sirven y no van a llegar a
ninguna parte.
Ya nos estamos dando cuenta que en esas
nuestras apetencias no todo era tan bonito cuando decíamos que queríamos
buscar nuestro lugar en la vida. Cuántas comparaciones hacemos, cuantas
descalificaciones, a cuantos arrimamos a un lado porque son tan pequeños, son
tan insignificantes en la vida, que nada decimos alcanzarán. ¿Para nosotros los
primeros puestos, los lugares de importancia?
Jesús viene a romper nuestros esquemas.
De entrada ha tomado un niño y lo ha puesto en medio. ¿Qué hace un niño en una
reunión de personas mayores? ¿Qué puede pintar allí? ¿Quizás para que nos haga
los mandados? Pero Jesús viene a decirnos otra cosa. ‘¿Quién será el más
importante en el Reino de los cielos?’ Una pregunta que parece que no dice
nada. ¿A qué viene esa pregunta? Pero es lo que tantas veces han discutido y
volverán a discutir entre el grupo de los discípulos más cercanos a Jesús. Y
Jesús lo quiere dejar muy claro. ‘Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no
entraréis en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como
este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos. El que acoge a un
niño como éste en mi nombre, me acoge a mí’.
Por eso ha puesto un niño allí en
medio, en el centro. Hacernos como niños, pequeños como este niño; no eran
tenidos en cuenta para nada los niños. Se le consideraba algo insignificante.
Se acogía a los amigos, se acogía a las personas de bien, se acogía a las
personas importantes, se acogía a los poderosos, pero ahora nos dice Jesús que
hay que acoger un niño. Sus ángeles están viendo el rostro de Dios, nos dice.
Si el pastor que pierde una oveja en el
campo se vuelve loco buscándola hasta que la encuentre, ahora nos dice Jesús
que a ese pequeño e insignificante hay que acogerlo, hay que tenerlo en cuenta.
Pero es que nos dice más, es que nosotros tenemos que hacernos así pequeños,
como los inocentes niños, y entonces entenderemos la verdadera grandeza que
hemos de buscar.
Pero nosotros seguimos con nuestras
peleas y con nuestras ambiciones, seguimos buscando puestos y queriendo
ascender en esa escalera que nos llevaría a los puestos de privilegio. ¿Dónde
está nuestro espíritu de servicio? ¿No estaremos viendo esos codazos muchas
veces también en nuestra iglesia? Las hermandades que quieren aparecer con toda
pomposidad y gran número de afiliados; los puestos especiales en nuestras
celebraciones porque nosotros vamos con nuestro bastón de mando o con nuestras
medallas y nuestras túnicas y hábitos, los ropajes de colores que buscamos
vestir para diferencias las diversas categorías o las carreras que hemos hecho.
¿Nuestra iglesia no tendría que leer
con más atención este pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece?
No hay comentarios:
Publicar un comentario