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viernes, 15 de agosto de 2025

En su Asunción al cielo María pone en nuestras manos el testigo de la luz de Cristo para que nos levantemos y pongamos en camino para iluminar nuestro mundo

 


En su Asunción al cielo María pone en nuestras manos el testigo de la luz de Cristo para que nos levantemos y pongamos en camino para iluminar nuestro mundo

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Salmo 44; 1Corintios 15, 20-27ª; 1, 39-56

 Levantarnos y ponernos en camino. Creo que puede ser el mensaje que resuma  lo que hoy esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos puede dejar para nuestra vida.

Levantarnos exige de nosotros una toma de decisión, ni nos quedamos postrados porque nos sintamos unidos ni nos quedamos en la pasividad de dejar la vida pasar sin poner nada de nuestra parte.  Es decidir que tenemos que hacer algo, en este caso, ponernos en camino; ponernos en camino es como lanzarnos a una aventura nueva, es mirar más allá y más lejos porque queremos alcanzar una meta, queremos algo, queremos buscar; atrevernos a descubrir algo nuevo, atrevernos a afrontar lo que vayamos encontrando en el camino, aunque a veces sea duro, lanzarnos a descubrir algo nuevo, a contemplar también la belleza de lo que nos rodea pero buscando otra belleza mayor y mejor, es ser conscientes de la travesía que estamos haciendo pero también de cuanto y cuantos vamos encontrando en esa travesía para ir también interactuando con ese mundo que nos rodea, es poner alegría, ilusión y esperanza en el camino que vamos haciendo que ya no lo podemos hacer entonces de cualquier manera.

No es solo el hecho de que despertemos por la mañana y nos levantemos de la cama para ir haciendo rutinariamente las cosas de cada día. Es empeño, es entusiasmo, es creer en lo que vamos a hacer, es implicar a los que nos rodean con nuestra alegría y nuestra ilusión. Es trasmitir y comunicar lo que llevamos dentro, es convertirnos en mensajeros de que algo nuevo y bueno puede surgir o tenemos que construir.

Comienza diciéndonos el evangelio de hoy que María, después de haber recibido aquella embajada angélica y enterada de lo que estaba sucediendo allá en las montañas de Judea, en casa de su prima Isabel, ‘se levantó y se puso en camino deprisa a la montaña’. María tenía que desahogar lo que tenia en su alma, porque Dios se había fijado en el ella y en su pequeñez estaba realizando cosas grandes; María tenía que ir a comunicar lo que estaba viviendo y es que la misericordia del Señor estaba visitando a su pueblo y todas las promesas mesiánicas se estaban dando cumplimiento; María llevaba alas en su corazón – deprisa hizo el camino nos dice el evangelista – porque Dios visitaba a su pueblo y ella tenía que ser signo de esa visita de Dios que derramaba bendiciones a su paso. La criatura saltó en el seno de Isabel al escuchar las palabras del saludo de María.

El camino de María era un camino nuevo que estaba emprendiendo la humanidad; será un camino sencillo y humilde, al que se hacen sordos los poderosos y los que se creen grandes, pero que van a reconocer los pequeños, los pobres, los sencillos porque serán a los que se revele Dios mientras los poderosos son derribados de sus tronos; un camino de gestos sencillos como ponerse a servir a los que también se sienten pequeños y débiles en sus necesidades pero en quienes se va a derramar de forma abundante la misericordia del Señor.  

Es camino nuevo, porque es camino que nos trae la buena noticia, es camino de evangelio, es camino que nos señala el paso de Dios por nuestra vida y por nuestra historia, pero que nos convierte a nosotros en caminantes y testigos en medio de nuestro mundo.

Siguiendo el ejemplo y testimonio de María nosotros hoy también queremos levantarnos y ponernos en camino. Ni nos podemos quedar en la tranquilidad de Nazaret ni nos podemos quedar en lo alto de la montaña por muy bien que se esté allí como le sucedía a Pedro. Los que de Nazaret no se pusieron en camino les costaría incluso después reconocer en Jesús el paso salvador de Dios por sus vida. Si nos quedamos ensimismados en lo alto de la montaña no seremos capaces de palpar la realidad cruda de nuestro mundo, como cuando Jesús bajó del Tabor y se encontró con aquel padre que no sabía qué hacer con su hijo porque tampoco los discípulos eran capaces de curarlo.

Ponernos en camino significará para nosotros contemplar la cruda realidad de nuestra vida y de nuestro mundo, muchas veces desorientado y confundido, que nos puede ofrecer mil caminos pero en los que nunca encontraremos satisfacción porque solo quieren encantarnos con cantos de sirena, con alegrías superficiales  o con felicidades efímeras que al final nos dejan mal sabor en la boca y amargura en el corazón. Es el camino ilusionante que nosotros hemos de emprender desde nuestro encuentro con Jesús en la fe para llevar una rayo de luz, un rayo de esperanza de que algo nuevo y mejor podemos hacer para darle plenitud a nuestro mundo.


Es el faro de luz que de manos de María hoy recibimos cuando la vemos glorificada junto a Dios, en esta fiesta de su Asunción al cielo, cuando contemplamos su camino de Nazaret a las Montañas de Judea, o cuando la estamos contemplando en su bendita Imagen de la Candelaria, como hoy la celebramos en nuestra tierra canaria.

Esa vela luminosa y encendida que lleva en sus manos en nuestras manos la está depositando para que nosotros poniéndonos en camino seamos signos de esa luz en el mundo que nos rodea. Es como un testigo que pone en nuestra manos, pero que ya recibimos desde el día de nuestro bautismo, porque además es la luz que si la mantenemos encendida con ella podremos entrar en las bodas eternas del cielo, en la gloria del Señor, como a Ella hoy la contemplamos.

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