En su
Asunción al cielo María pone en nuestras manos el testigo de la luz de Cristo
para que nos levantemos y pongamos en camino para iluminar nuestro mundo
Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab;
Salmo 44; 1Corintios 15, 20-27ª; 1, 39-56
Levantarnos
y ponernos en camino. Creo que puede ser el mensaje que resuma lo que hoy esta fiesta de la Asunción de la
Virgen nos puede dejar para nuestra vida.
Levantarnos exige de nosotros una toma
de decisión, ni nos quedamos postrados porque nos sintamos unidos ni nos
quedamos en la pasividad de dejar la vida pasar sin poner nada de nuestra
parte. Es decidir que tenemos que hacer
algo, en este caso, ponernos en camino; ponernos en camino es como lanzarnos a
una aventura nueva, es mirar más allá y más lejos porque queremos alcanzar una
meta, queremos algo, queremos buscar; atrevernos a descubrir algo nuevo,
atrevernos a afrontar lo que vayamos encontrando en el camino, aunque a veces
sea duro, lanzarnos a descubrir algo nuevo, a contemplar también la belleza de
lo que nos rodea pero buscando otra belleza mayor y mejor, es ser conscientes
de la travesía que estamos haciendo pero también de cuanto y cuantos vamos
encontrando en esa travesía para ir también interactuando con ese mundo que nos
rodea, es poner alegría, ilusión y esperanza en el camino que vamos haciendo
que ya no lo podemos hacer entonces de cualquier manera.
No es solo el hecho de que despertemos
por la mañana y nos levantemos de la cama para ir haciendo rutinariamente las
cosas de cada día. Es empeño, es entusiasmo, es creer en lo que vamos a hacer,
es implicar a los que nos rodean con nuestra alegría y nuestra ilusión. Es
trasmitir y comunicar lo que llevamos dentro, es convertirnos en mensajeros de
que algo nuevo y bueno puede surgir o tenemos que construir.
Comienza diciéndonos el evangelio de
hoy que María, después de haber recibido aquella embajada angélica y enterada
de lo que estaba sucediendo allá en las montañas de Judea, en casa de su prima
Isabel, ‘se levantó y se puso en camino deprisa a la montaña’. María
tenía que desahogar lo que tenia en su alma, porque Dios se había fijado en el
ella y en su pequeñez estaba realizando cosas grandes; María tenía que ir a
comunicar lo que estaba viviendo y es que la misericordia del Señor estaba
visitando a su pueblo y todas las promesas mesiánicas se estaban dando
cumplimiento; María llevaba alas en su corazón – deprisa hizo el camino nos
dice el evangelista – porque Dios visitaba a su pueblo y ella tenía que ser
signo de esa visita de Dios que derramaba bendiciones a su paso. La criatura
saltó en el seno de Isabel al escuchar las palabras del saludo de María.
El camino de María era un camino nuevo
que estaba emprendiendo la humanidad; será un camino sencillo y humilde, al que
se hacen sordos los poderosos y los que se creen grandes, pero que van a
reconocer los pequeños, los pobres, los sencillos porque serán a los que se
revele Dios mientras los poderosos son derribados de sus tronos; un camino de
gestos sencillos como ponerse a servir a los que también se sienten pequeños y
débiles en sus necesidades pero en quienes se va a derramar de forma abundante
la misericordia del Señor.
Es camino nuevo, porque es camino que
nos trae la buena noticia, es camino de evangelio, es camino que nos señala el
paso de Dios por nuestra vida y por nuestra historia, pero que nos convierte a
nosotros en caminantes y testigos en medio de nuestro mundo.
Siguiendo el ejemplo y testimonio de
María nosotros hoy también queremos levantarnos y ponernos en camino. Ni nos
podemos quedar en la tranquilidad de Nazaret ni nos podemos quedar en lo alto
de la montaña por muy bien que se esté allí como le sucedía a Pedro. Los que de
Nazaret no se pusieron en camino les costaría incluso después reconocer en
Jesús el paso salvador de Dios por sus vida. Si nos quedamos ensimismados en lo
alto de la montaña no seremos capaces de palpar la realidad cruda de nuestro
mundo, como cuando Jesús bajó del Tabor y se encontró con aquel padre que no
sabía qué hacer con su hijo porque tampoco los discípulos eran capaces de
curarlo.
Ponernos en camino significará para
nosotros contemplar la cruda realidad de nuestra vida y de nuestro mundo,
muchas veces desorientado y confundido, que nos puede ofrecer mil caminos pero
en los que nunca encontraremos satisfacción porque solo quieren encantarnos con
cantos de sirena, con alegrías superficiales
o con felicidades efímeras que al final nos dejan mal sabor en la boca y
amargura en el corazón. Es el camino ilusionante que nosotros hemos de
emprender desde nuestro encuentro con Jesús en la fe para llevar una rayo de
luz, un rayo de esperanza de que algo nuevo y mejor podemos hacer para darle
plenitud a nuestro mundo.
Es el faro de luz que de manos de María hoy recibimos cuando la vemos glorificada junto a Dios, en esta fiesta de su Asunción al cielo, cuando contemplamos su camino de Nazaret a las Montañas de Judea, o cuando la estamos contemplando en su bendita Imagen de la Candelaria, como hoy la celebramos en nuestra tierra canaria.
Esa vela luminosa y encendida que lleva
en sus manos en nuestras manos la está depositando para que nosotros poniéndonos
en camino seamos signos de esa luz en el mundo que nos rodea. Es como un
testigo que pone en nuestra manos, pero que ya recibimos desde el día de
nuestro bautismo, porque además es la luz que si la mantenemos encendida con
ella podremos entrar en las bodas eternas del cielo, en la gloria del Señor,
como a Ella hoy la contemplamos.
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