Dichosos,
felices, bienaventurados, como nos dice Jesús, pero no es con una varita mágica
como lo conseguimos, sino con el camino nuevo que nosotros emprendamos
1Reyes 17, 1-6; Salmo 120; Mateo 5, 1-12
Todos soñamos siempre con algo mejor,
sobre todo cuando estamos pasando por momentos difíciles, con problemas y
carencias; si alguien viene además a decirnos con convencimiento que todo eso
puede cambiar, más grande se hace nuestra ilusión y de más esperanza llenamos
nuestros sueños; aunque nos tratemos de convencer que quizás eso no es tan
inminente como nos lo prometen, pero ahí está sembrada la semilla de la
esperanza, y seremos capaces de irnos detrás de quien nos ha hecho esas
promesas hasta el fin del mundo si fuera necesario; además cuando vemos algunas
señales de que eso es posible, más alegría se mete en el corazón, aun cuando
sigamos todavía por un tiempo con aquella misma situación. La esperanza que nos
parece cierta pone un nuevo brillo en nuestros ojos.
Seguramente era lo que iban sintiendo
los que escuchaban el mensaje de Jesús. Aunque algunos les dijeran que eso que
prometía era imposible, era irrealizable, estarían dispuestos a todo por
escucharle y por seguirle. Todavía hoy hay quienes cuando escuchan esta página
de las bienaventuranzas en el evangelio dicen que eso es una utopía
irrealizable, que de alguna manera los oyentes de Jesús se sentían engañados, y
siguen tirando piedras sobre el tejado de la Iglesia y del evangelio.
No queremos tampoco hacer rebajas en
las interpretaciones que nos hagamos de esta página del evangelio con unas
explicaciones muy espiritualistas. Sí tenemos que darnos cuenta de la
trascendencia que se despertaba en los corazones al escuchar estas palabras de Jesús.
Van más allá de una lectura e interpretación al pie de la letra; tenemos que
saber entender lo que significaba el Reino de Dios anunciado por Jesús; tampoco
Jesús quería promover una revolución llena de revueltas, como tantos hoy
manipulan a las personas y a los pueblos; Jesús estaba proponiendo un mundo
nuevo que por supuesto tenía que plasmarse en la vida de las personas, en la
mejora de las que iban a disfrutar todos los que creyeran el mensaje de Jesús y
quisieran ponerlo en práctica.
Porque de eso se trata, es algo que
tenemos que poner en práctica; no es una varita mágica con la que tocamos las
cosas y las cosas por si solas se transforman. Es la Palabra y la mano de Jesús
que irá tocando el corazón del hombre, el corazón de las personas para hacer
posible eso nuevo que Jesús nos proclama cuando nos llama dichosos también en
nuestra pobreza, nuestras carencias que pueden llevar al hambre y a la sed, a
aquellos que van a actuar de una manera nueva porque será la mansedumbre su
manera de actuar, desterrarán todo lo que signifique maldad y violencia, o se
sientan defraudados porque no son comprendidos por nadie.
Es que tenemos que comenzar a tener un corazón
nuevo - ¿no pedía Jesús conversión desde sus primeros anuncios para poder creer
en la buena noticia del Reino de Dios que Jesús nos anunciaba? -, por ahí tenemos
que comenzar y entonces comenzaremos a tener una nueva mirada de la vida, de
las personas, de los que están a nuestro lado, de cuanto vaya sucediendo, y
podremos tener esa mansedumbre del corazón, y esa humildad para mirarnos los
unos a los otros de una manera nueva, y pureza de corazón para arrancar toda
malicia que nos lleva a sospechas, envidias o incomprensiones. Vamos a comenzar
a sentir una nueva paz en el corazón, y nos sentiremos satisfechos de las
semillas que vamos sembrando, de la bondad que vamos repartiendo, de la ternura
con que vamos contagiando nuestro mundo. Y comenzaremos a sentir una felicidad
nueva en los corazones.
Es lo que nos está diciendo Jesús y es
lo que tenemos que comenzar nosotros a hacer y a vivir. Y no es una utopía irrealizable
lo que Jesús nos anuncia, esa manera de ser felices que Jesús nos está
diciendo. Si de verdad nos ponemos en camino en este estilo de Jesús estaremos
haciendo de verdad un mundo de felicidad para todos.
¡Dichosos! ¡Felices! ¡Bienaventurados!,
que nos dice Jesús.
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