Queremos
ser nosotros la familia de Jesús, llenarnos de su paz, rebosar de amor,
sentirnos hombres nuevos, para comenzar a hacer un mundo nuevo
Génesis 3, 9-15; Sal. 129; Corintios 4,
13–5, 1; Marcos 3, 20-35
‘Mira tú, ese muchacho, por lo que
le ha dado’. Así pensamos alguna vez,
o hemos escuchado el pensamiento de alguien, cuando vemos que alguien cercano a
nosotros, vecino o familiar quizás, se ha dedicado a cosas que nos parecen
extrañas, porque quizás en lugar de buscarse un trabajo con el que forjarse un
futuro, se dedica a ir por ahí complicándose la vida, porque quiere ayudar a
todo el mundo, porque se implica en cualquier batalla reivindicativa ante
problemas que hay entre el vecindario o en la comunidad, y vemos que quizás
unos lo aprecian, pero otros no lo ven con tan buenos ojos y andan sembrando
desconfianzas incluso entre aquellos a los que ha ayudado ese muchacho, como
decíamos. ‘Mira tú por lo que le ha dado’.
¿Pensarían así los vecinos de Nazaret
cuando se enteraron de las andanzas de Jesús? ¿Pensarían así los familiares y
vecinos que le conocían de toda la vida, porque allí se había criado? Ya
sabemos, por otra parte, que no fue muy exitosa su visita a Nazaret. No nos
extraña pues esos primeros párrafos en que tras presentarnos como la casa se le
llenaba a Jesús de gente de manera que ni podían comer tranquilos, ahora
aparecen por allí unos familiares que quieren llevarse a Jesús porque eso no es
vida, no anda en sus cabales. Pero nada pudieron hacer.
Y Jesús sigue rodeado de aquella gente
sencilla que se siente dichosa de escucharle; por eso andan allí metidos en su
casa. Pero no todos piensan lo mismo. Han llegado unos emisarios de Jerusalén,
representantes de aquellos partidos que se sentían o creían poderosos en medio
del pueblo. No se sienten tranquilos con lo que escuchan de Jesús y lo ven un
peligro. Hay que buscar la manera de desprestigiarle.
¿Qué Jesús cura a los endemoniados? No
podían admitir que aquello era obra de Dios, liberar a cuantos se sentían
oprimidos por el mal; era lo que Jesús realmente iba haciendo cuando ayuda a la
gente a que realizara una transformación de sus corazones. El mal no es algo
que nos domine de fuera, aunque hay muchas cosas que pueden ser opresión pero
siempre procede de la maldad de los corazones, sino que tenemos que descubrir
ese mal que tenemos dentro de nosotros y del que tenemos que librarnos.
Es algo que cuesta, pero cuando lo
vamos logrando nos sentimos transformados, porque nos llenamos de una nueva
paz, de un nuevo sentido y valor para la vida. Es lo que Jesús va realizando en
los corazones con esa palabra salvadora que nos anuncia. Es así como se va
realizando de verdad el Reino de Dios, porque no será el mal el que nos domina,
sino que Dios es el verdadero Señor de nuestra vida y con El sentimos la paz.
Pero esa liberación no les convence a
aquellos venidos de Jerusalén que vienen sembrando cizañas de desconfianza. Lo
que hace Jesús, vienen a decir, lo hacer con el poder del príncipe de los
demonios. ¿Quién los puede entender en su propia contradicción? Y escuchamos
hoy a Jesús como quiere hacerles comprender donde está esa verdadera liberación
que viene de Dios. Es el actuar de Dios en nuestras vidas, es la fuerza del Espíritu
del Señor.
La gente sigue apretujada junto a Jesús,
porque no escuchan a aquellos sembradores de cizañas. Alguien más quiere llegar
hasta Jesús. Ahora no son unos familiares cualesquiera, son su madre y sus
hermanos, que tampoco pueden llegar por la aglomeración de la gente. Es lo que
le anuncian a Jesús. ‘Fuera están tu madre y tus hermanos que andan
buscándote’.
Y ahora Jesús nos dice algo muy
importante. No niega la valoración de la familia, de su madre y parientes que
están allí porque quieren estar a su lado también. Jesús nos abre horizontes,
porque nos dice que todos podemos ser su familia. Estos son mi familia, mi
madre, mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.
Queremos ser nosotros esa familia de Jesús.
Queremos dejarnos impregnar por esa palabra salvadora que nos libera, nos sana
y ya no es solo de nuestros males físicos sino de ese mal que se nos puede
meter por dentro, nos llena de gracia, nos hace hijos, nos hace hermanos de Jesús.
Dejémonos liberar por Jesús, dejémonos
sanar por esa Palabra de vida. Nos llenaremos de su paz, comenzaremos a rebosar
de amor, nos sentiremos en verdad unos hombres nuevos, comenzaremos a hacer un
mundo nuevo, comenzaremos a actuar a la manera de Jesús aunque también nos
puedan decir que no estamos en nuestros cabales, como san Juan de Dios seremos
los locos de Dios por el amor.
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