Jesús
viene a nuestro encuentro y puede llegar de la manera más inesperada en una
palabra, en un gesto, en una invitación, en un suceso acaecido en nuestro
entorno
1Samuel 1, 1-8; Sal 115; Marcos 1, 14-20
Lo que nos puede parecer una rutina el
realizar las tareas de cada día en nuestro trabajo, en lo que son las
actividades de la vida ordinaria, ya sea en nuestras propias tareas domésticas,
ya sea en nuestro trabajo profesional, ya sea en lo que realicemos en la vida
social de encuentro con los demás no tiene que quedarse en algo mediocre y con
poco valor, sino que puede ser sin embargo un momento importante de nuestra
vida, puede ser un punto de estimulo y arranque quizás para nuevas actividades,
un motivo de encuentro con alguien que con su presencia o su palabra quizás
despierte en nosotros nuevos horizontes.
Es importante la intensidad y
responsabilidad con que vivimos cada momento y el sentido que le damos a lo que
hacemos para que tenga su valor. No son los mediocres, que se contentan
rutinariamente con lo que siempre hacen, sino los que son capaces de tener
sueños de algo más y mejor, los que un día pueden despertar emprendiendo nuevas
tareas y nuevos caminos.
Seguramente tenemos la experiencia de
encuentro vividos en momentos similares, experiencias que nos han enriquecido,
momentos que nos han llenado de felicidad o han despertado en nosotros
inquietudes de buscar algo nuevo y distinto, estímulos que nos han podido
levantar de situaciones o momentos oscuros por los que hayamos estado pasando.
Hemos sentido que momentos así nos han llenado de luz y puesto nuevas
esperanzas e ilusiones en el corazón.
Allí estaban aquellos pescadores en la
orilla del lago; unos echando de nuevo sus redes en búsqueda de nuevas
capturas, otros antes del descanso repasando sus redes para dejarlo todo en
orden para nuevas faenas. Jesús camina en medio de ese ajetreo de pescadores o
de gentes que se acercan a la orilla del lago esperando conseguir lo que
deseaban y para todos, podemos pensar, tenía una palabra, un gesto o una mirada
que fuera señal de ese Reino nuevo que El anunciaba. ‘Se ha cumplido el
tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio’,
era su anuncio. Había vuelto a Galilea y había comenzado a hacer el anuncio del
Reino de Dios después que el Bautista ya había sido encarcelado por orden del
Rey Herodes.
Y en su paso por la orilla del lago
Jesús se detiene junto a los pescadores que están echando de nuevo las redes
para pescar. ‘Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres’, era
la invitación que les había hecho. Dejar aquellas redes porque El les ofrecía
otras redes. Y aquellos hombres que ya habían escuchado el mensaje de Jesús que
había ido despertando inquietudes y esperanzas en sus corazones, lo dejaron
todo y se fueron con Jesús. Lo mismo había sucedido más adelante cuando se
detuvo con los hijos del Zebedeo que estaban con su padre remendando las redes.
‘También los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los
jornaleros y se marcharon en pos de él’.
Así prácticamente comienza el relato
del evangelio de san Marcos que nos habla de aquellos primeros momentos de la
predicación de Jesús. Un anuncio, una invitación, y unas primeras respuestas
generosas en disponibilidad. Sus corazones estaban hambrientos de esperanza y
para ellos llegó la luz que les abría nuevos caminos. Era la disponibilidad que
había en sus corazones que les hacía dar prontas respuestas.
Jesús quiere llegar también a nuestros
corazones inquietos por muchas cosas porque todos tenemos insatisfacciones en
la vida a las que no sabemos como responder; también tenemos nuestras tareas y
nuestras preocupaciones, en ocasiones la vida se nos hace dura y se nos llena
de sombras por lo que vemos que va sucediendo en nuestra sociedad, por lo que
estamos contemplando alrededor, o por las situaciones que en nuestro interior
podamos estar viviendo; nos parece que no salimos siempre de lo mismo y hay el
peligro de que nuestra mirada se vuelva turbia atormentada por las cosas que
suceden, nos parece que nos encontramos solos y nos cuesta en ocasiones
encontrar caminos de salida.
Pero Jesús viene a nuestro encuentro;
tenemos que saber distinguir su presencia para no entrar en confusiones, pero
nos puede llegar de la manera más inesperada en una palabra, en un gesto, en
una invitación, en un suceso acaecido en nuestro entorno, o hasta en esas
mismas cosas que suceden y que en ocasiones turban nuestro espíritu. Pero en
esa orilla del lago, en esa playa de la vida nos vamos a encontrar a ese
caminante que viene a nosotros, a Jesús que nos sale a nuestro encuentro y para
nosotros tendrá esa palabra, ese gesto, esa invitación.
Abramos nuestros ojos, entremos en esa
sintonía aunque nos sea difícil, escuchemos esa voz de Jesús que nos habla y su
palabra llega a lo hondo de nuestro corazón. ¿Seremos capaces de dar una
respuesta generosa?
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