Sigamos
viviendo con toda intensidad esta Pascua, no cerremos las puertas para que nos
podamos convertir también para los demás en signos del paso de Dios
Hechos de los apóstoles 2, 42-47; Sal 117;
1Pedro 1, 3-9; Juan 20, 19-31
‘Estando
las puertas cerradas…’ nos dice por dos veces el evangelista en este corto trozo del
evangelio. ¿Querrá expresar una realidad de nuestra vida? ¿Seguiremos estando
con las puertas cerradas?
Materialmente,
por decirlo de alguna manera, es una realidad de la vida de hoy con tantas
inseguridades con las que vivimos. Algunas veces no queremos recordar otros
tiempos porque los consideramos peores – ahora que dicen que vamos logrando un
estado del bienestar – pero algo que recuerdo de mis tiempos de niño era que
habitualmente al menos entre vecinos nadie tenía las puertas cerradas;
solamente teníamos que empujar la puerta para entrar dando una voz diciendo que
éramos nosotros los que entrábamos.
¿Podemos o no
podemos tener las puertas abiertas hoy? Cada uno vera sus miedos o sus inseguridades,
pero es que también tenemos el peligro de ir cerrando otras puertas y vías de
comunicación con los que tenemos más cerca de nosotros. Fácilmente hoy nos
comunicamos de inmediato con alguien que está al otro lado del mundo, pero
cuidado no seamos capaces de darle los buenos días al de la puerta de al lado.
Hay cerrazones o hay comunicaciones de muy diversa índole que tenemos o no
tenemos en cuenta en el día a día.
Pero me da
que pensar mucho más este episodio del evangelio de hoy y estas puertas
cerradas de los discípulos que se habían encerrado en el cenáculo. ¿Era
solamente el miedo a que con ellos pudieran hacer lo mismo que habían hecho con
su maestro o era una indecisión, una falta de confianza en lo que Jesús les
había dicho y anunciado? ¿No estaba en cierto modo la falta de fe, la falta de
confianza en las palabras de Jesús? Creyendo en Jesús hubieran comprendido
mejor el sentido de aquella pascua que tan dolorosa les había sido.
Le estaban
poniendo puertas a la fe, podríamos decir; como nos sucede a nosotros cuando
esa fe nos compromete, nos hace tomar opciones, nos obliga a plantearnos
cambios en nuestra vida, nos habla de un vaciarnos de nosotros mismos, de lo
que nosotros llamamos nuestras seguridades. Reconozcamos que nos entran nuestros
miedos y quisiéramos poner puertas. Como Tomás también queremos palpar por
nosotros mismos porque nos parece que eso es lo único que nos da seguridad.
Cuando nos
dejamos envolver por la fe seremos capaces de lanzarnos a algo nuevo con la
confianza de que estamos en las manos de Dios; ya no tememos desprendernos de
todo para compartir, ya miraremos cara a cara al que está a nuestro lado para
también tener confianza aunque no lo conozcamos, para sentirlo como un hermano
sea quien sea dejando ya a un lado para siempre prejuicios y desconfianzas. Es
un camino abierto el que hemos de recorrer para también dejarnos sorprender por
ese actuar de Dios que nos lleva a nosotros a un nuevo actuar.
Despertemos
de una vez por todas nuestra fe. Dejémonos sorprender porque el Señor está ahí
en nosotros, con nosotros, en medio nuestro cuando antes no éramos capaces de
verlo ni tampoco queríamos aceptar el testimonio de los demás. Aquellos discípulos
encerrados en el cenáculo aquella tarde ya habían recibido noticias de que el
sepulcro estaba vacío, que los ángeles les anunciaban que no buscaran entre los
muertos al que estaba vivo, las mujeres habían venido con la noticia de sus
encuentros con Jesús e incluso los discípulos que se habían ido a Emaús había
regresado contando cómo había hecho con
ellos el camino y lo habían reconocido al partir el pan. Pero ellos no habían creído,
seguían con las puertas cerradas. Lo que le seguía pasando a Tomás que no había
querido estar con ellos y por su cuenta se había echado a la calle. ¿Reflejará
de algún modo alguna de nuestras actitudes y posturas, de nuestras dudas o de
nuestras peticiones de pruebas?
Ahora se
llenan de inmensa alegría, nos dice el evangelista. Se han llenado del Espíritu
de Jesús resucitado – es el regalo de la pascua – para sentir ya comenzaba una
vida nueva de amor, de perdón y de paz. Una alegría que pronto querrán
compartir con el discípulo que por haber perdido la comunión con los hermanos
había perdido la oportunidad de su encuentro con Jesús y seguía con sus dudas y
sus peticiones de pruebas. Bien podían decir ellos ‘hemos visto al Señor’.
Cuando de
nuevo se manifieste el Señor resucitado ya también Tomás, que ahora sí estará
con ellos, podrá hacer su hermosa confesión de fe. ‘¡Señor mío y Dios mío!’.
¿No tendrá que ser ese también el itinerario de fe de nuestra vida? Descorramos
esos velos que nos ciegan y nos hacen permanecer en tinieblas, que se abran las
puertas, que desaparezcan las barreras que nacen de nuestro propio egoísmo o de
la autosuficiencia de creemos que podemos caminar solos por nuestra cuenta, que
busquemos en verdad estar unidos y en nueva comunión sintiéndonos más hermanos
para que podamos sentir en nosotros esa presencia del Señor que derrama su
misericordia sobre nosotros y nos llena de una nueva paz.
Sigamos
viviendo con toda intensidad esta Pascua para que nos podamos convertir también
para los demás en signos del paso de Dios por nuestra vida para que el mundo
crea que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y, creyendo, tenga vida en su
nombre.
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