Nuevo
nacimiento para ser hombres nuevos, que no son solo apariencias o fisonomías
externas sino que por la fuerza del Espíritu hacemos desde lo más hondo de
nuestro ser
Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2;
Juan 3, 1-8
Nos
encontramos con un amigo al que hace tiempo que no vemos, que quizás ha pasado
por una enfermedad y nuestra reacción al encontrarlo distinto es decirle aunque
tratemos de hacerlo con la mayor delicadeza ‘pero, ¡qué cambiado estás!’.
Nos parece otro, su fisonomía ha cambiado por efecto de lo que padecido, lo
notamos distinto. Ya sabemos cómo las enfermedades afectan incluso a la manera
de ser de las personas, en su carácter, en su manera de reaccionar, porque lo
que algunas veces nos parecen distintos.
Pero no vamos
a hablar de esos cambios que en fin de cuentas se reducen a lo exterior de la
persona. Hoy tendríamos que pensar en la transformación que tendría que darse
en nuestra vida al encontrarnos con la fe, al haber tenido un encuentro y una
experiencia vital con el Señor. Cuando de verdad nos hemos dejado envolver por
nuestra fe nuestra vida no puede ser igual; es lo que produce ese encuentro
vivo con el Señor. Hoy Jesús en el evangelio nos habla de un nacer de nuevo, de
manera que san Pablo en sus cartas nos hablará del hombre nuevo.
Ya nos
hablaba al principio el evangelio de san Juan, que es el que ahora vamos a
seguir de una manera intensa escuchando en este tiempo pascual, de un distinto
nacimiento, que no es por la carne ni por la sangre, sino que es un nacimiento
que nos viene de lo alto, que nos hace hijos de Dios. ‘A los que lo
recibieron, les dio poder ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino
que han nacido de Dios’.
Hoy
escuchamos el encuentro de Nicodemo con Jesús. Aquel magistrado judío que viene
de noche a ver a Jesús. ¿Estaba en la oscuridad de la noche buscando la luz?
Todo puede ser significativo. Y es que ya Nicodemo de entrada reconoce un algo
distinto en Jesús. ‘Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios como
maestro, porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con
él’.
Y es el
momento en que Jesús le viene a decir que no basta solo ese reconocimiento sino
que tiene que ser una transformación más profunda la que tiene que realizarse
en el hombre, en la persona cuando comience a creer en El. Y habla de un nuevo nacimiento, cosa que va a
sorprender a aquel magistrado porque no termina de entender sus palabras. ‘El
que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios’. Es el primer anuncio
que Jesús ha hecho creer en la Buena Noticia que se les está comunicando, que
el Reino de Dios está cerca. Pero no pueden ser solo palabras, tiene que ser
como comenzar a tener una vida nueva. ‘El que no nazca de nuevo, no puede
ver el Reino de Dios’, no podrá entender lo que es el Reino de Dios, no
podrá vivir en ese Reino nuevo de Dios.
Como Nicodemo no entiende porque se está quedando en una literalidad de las palabras Jesús le dirá con toda claridad. ‘En verdad, en verdad te digo: el que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios’. No es solo obra nuestra; es cierto que tenemos que poner nuestra voluntad, la obediencia de la fe, nuestro asentimiento porque solo es una oferta que nos hace Dios a la que nosotros hemos de responder, pero es acción de Dios en nosotros. ‘No han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios’. Como ahora nos dice ‘por el agua y el Espíritu’, que bien significamos en el Bautismo.
¿Estaremos
nosotros dispuestos a eso? Cuánto nos cuesta arrancarnos del hombre viejo para
ser hombre nuevo. No nos arrancamos sino que nos arrastramos, y mira que son
distintas las palabras. ¿Qué respuesta le damos a esa oferta de nueva vida?
¿Estaremos dispuestos a ser distintos? Y no es solo en apariencias o por
fisonomía, sino desde lo más hondo de nuestro ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario