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martes, 3 de mayo de 2022

Y Dios cuenta así con nosotros, con esas limitaciones pero también con esa riqueza de nuestra personalidad, y responde a nuestras dudas e interrogantes

 


Y Dios cuenta así con nosotros, con esas limitaciones pero también con esa riqueza de nuestra personalidad, y responde a nuestras dudas e interrogantes

1Corintios 15, 1-8; Sal 18; Juan 14, 6-14

¿Por qué la gente se aferra tanto a una cosa de manera que por mucho que le expliquen no entra en razón y sigue fijo en su pensamiento anterior? La mente del ser humano no es un simple aparato al que en un momento determinado le dan a un botón, le dan a una tecla, introducen un chip e inmediatamente comienza a actuar de otra manera. Algunas veces queremos comparar nuestra cabeza, nuestra mente con un ordenador en el podamos enchufar un USB y ya automáticamente comienza a actuar de otra manera. Está nuestra libertad, está nuestra capacidad de pensar y de razonar, están nuestras decisiones para aceptar una cosa u otra, no somos una simple máquina, aunque a algunos parece que les gustaría.

¿Por qué no cambiamos cuando sabemos que una cosa no es buena y que actuando de otra manera sería mejor? Porque ahí está toda esa armazón de la mente humana, de nuestros sentimientos o de nuestros apegos, de nuestras maneras de ver las cosas o de las cosas a las que nos sentimos atados, y todo tendrá que ser un proceso donde vaya actuando la persona con su libertad, con sus decisiones, con sus errores también. No somos unos autómatas.

Y Dios cuenta así con nosotros, con esas limitaciones pero también con esa riqueza de nuestra personalidad. Es la paciencia que contemplamos en Jesús con sus discípulos. Estaban siempre con El, a El le escuchaban enseñanzas que quizás otros no oyeran, porque a ellos de manera especial les explicaba, estaba esa presencia cautivadora de Jesús, pero allí seguían ellos con sus dudas, con sus preguntas, con sus pasos adelante y atrás sin saber muchas veces a qué atenerse, con sus miedos e interrogantes.

Era algo nuevo lo que Jesús les estaba trasmitiendo y de lo que ellos poco a poco se irían impregnando pero hay momentos que no entienden, hay momentos en que parece que vuelven para detrás. Jesús ha venido a ser el rostro del Padre, porque su cercanía y su misericordia, su compasión con los pecadores y el amor que a todos mostraba era una forma de acercarnos a Dios, era una forma de que conociéndole a El conocieran a Dios. Pero pesaban muchas cosas en aquellos discípulos. Era una buena nueva, era una nueva noticia, era algo nuevo y distinto lo que Jesús les estaba mostrando de Dios, y a ellos les cuesta entender, les cuesta aceptar, y siguen con sus titubeos.

Jesús les está hablando de que es el Camino y la Verdad y la Vida y que para ir al Padre tienen que ir por El, pero surge la pregunta que parece que después de tanto Jesús hablarles y enseñarles puede parecer imposible. ‘Señor, muéstranos al Padre, y nos basta’, que le dice Felipe. No se han enterado. No han sido capaces aun de ver el rostro del Padre en Jesús.

Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras’.

Vemos a Jesús y estamos viendo a Dios; vemos a Jesús y contemplamos su amor y su misericordia. Si alguna vez Jesús nos ha dicho que seamos compasivos y misericordiosos como el Padre es misericordioso, es que eso lo hemos aprendido con Jesús, lo hemos aprendido contemplando a Jesús. El que se acerca a los pecadores, el que se detiene al pie de la higuera de Jericó para que baje Zaqueo que Jesús quiere hospedarse en su casa; el que va en busca del que nadie quiere ni atiende en la piscina para devolverse el movimientos de sus miembros tullidos; el que se deja besar y abrazar por aquella mujer que es una pecadora, pero que ahora está demostrando mucho amor; el que se detiene para contemplar a Pedro después de la negación y que luego solo le preguntará por su amor… y así podríamos seguir recordando textos del evangelio en que estamos contemplando el amor que Dios nos tiene y que se manifiesta en los gestos de Jesús. ‘El que me ve a mi, ve al Padre’, que le dirá Jesús a Felipe.

Pero quizás ahora nos quede una pregunta que hacernos. ¿Qué imagen estamos dando nosotros de ese Dios en quien decimos que creemos? ¿Quiénes nos contemplan estarán viendo el rostro amoroso del Padre? Nos cuesta dar esos pasos en nuestra vida, pesan muchas cosas en nosotros que no somos unos autómatas, pero vayamos dándolos porque nos dejamos conducir por el Espíritu de Jesús.

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