Cuando
comemos la Eucaristía no es un pan material para alimentar el cuerpo sino que
es Cristo mismo el que nos alimenta para darnos vida en plenitud
Hechos de los apóstoles 8, 26-40; Sal 65;
Juan 6, 44-51
Queremos
alimentar la vida, y a ser posible con el mejor alimento. Así vamos por la vida
y nos dan consejos de todo tipo de cual es la mejor alimentación, y nos ofrecen
dietas, y nos dicen que alimentos pueden ser perjudiciales y cuales son los
mejores, muchas veces cada uno desde sus intereses, cada uno según le vaya en
la vida o lo mejor que le haya servido a él; y andamos preocupados por ganarnos
el pan con el sudor de nuestra frente, como se suele decir, y nos afanamos en
este trabajo y en no sé cuántos más que podríamos conseguir para obtener
mejores ganancias que nos garanticen ese pan de cada día.
Pero, ¿ese es
solo el alimento por el que tenemos que preocuparnos? ¿Nos reducimos solamente
a alimentar el cuerpo, y tenemos que hacerlo porque nos debilitaríamos o nos moriríamos
de inanición, o tendríamos que buscar otro alimento para la vida para que
también no andemos como cadáveres ambulantes de un lado para otro?
Y ya quizá
nos ponemos a pensar en la adquisición de conocimientos, a buscar una sabiduría
de la vida que nos hagan vivir mejor, que nos hagan encontrar un sentido y un
valor a lo que hacemos para que todo no se nos quede en ese alimentar el cuerpo
para simplemente vegetar, por decirlo de alguna manera, en la vida. Y ya
comenzamos a cultivar otras cosas en la vida, y ya queremos investigar otras
muchas cosas que nos llenen la mente de conocimientos, y ya queremos entrar en
caminos de ciencia o de filosofía para ir encontrando respuestas a muchas
preguntas que nos puedan ir surgiendo.
Es de alguna
manera alimentar nuestro espíritu, esa sensibilidad espiritual que todos
llevamos dentro, en nuestro ser personas, que es mucho más que un cuerpo que
conservemos bien alimentado o bien embellecido. Hay otras bellezas que tenemos
que buscar, hay otros alimentos para la vida.
Pero aun con
toda la riqueza que todo eso pueda ir significando, nuestro espíritu nos lleva
a algo más superior aun, algo que sobrepasa lo natural de nuestro ser humano y
que nos eleva y que nos trasciende porque buscamos otro plenitud, tenemos
ansias por así decirlo de eternidad. Es lo que buscamos desde lo más hondo de
nosotros mismos en esa trascendencia que queremos darle a nuestra vida, pero es
algo que porque nos sobrepasa solamente podremos descubrir en su mayor plenitud
desde la revelación que Dios nos hace de si mismo. Porque todo eso es una
tendencia hacia Dios.
Es lo que nos
va revelando Jesús, de lo que hoy nos está hablando en el evangelio. Partiendo
de aquella búsqueda de alimento allá en el descampado cuando milagrosamente
Jesús multiplica el pan para que coma toda la multitud, ahora Jesús está queriéndoles
hacer comprender que todo aquello era un signo de ese pan nuevo que en El
podríamos encontrar. Jesús les habla del pan bajado del cielo, y aunque ellos
interpretan aquel maná que sus antepasados comieron en el desierto, Jesús viene
a decirles que es mucho más lo que El quiere darles. ‘Vuestros padres
comieron el maná en el desierto y murieron… el pan que yo les daré es vida para
el mundo… yo soy el pan vivo bajado del cielo, y el que me come tendrá vida
para siempre’.
Es mucho más
que un pan material. Porque es comer a Jesús, es dejarnos alimentar por Jesús,
es poner toda nuestra fe en El para poder tener vida para siempre. Cuando
ponemos nuestra fe en El, toda nuestra vida se transforma para llenarnos del espíritu
de Jesús, y llenos de Jesús tendremos vida y tendremos vida para siempre. No es
la materialidad de un pan que alimenta el cuerpo, es Jesús que se hace alimento
para darnos esa vida nueva por la fuerza de su espíritu.
Por eso quien
cree en Jesús hará que su vida sea distinta, una nueva forma de pensar, una
nueva forma de vivir, un sentido nuevo para nuestra existencia, una
trascendencia que nos eleva y nos llena de vida eterna. El nos dice que ese pan
es su carne, que es una manera de decirnos que es su vida. Será el gran signo
de la Eucaristía, del que estas palabras de Jesús que ahora escuchamos son un
anuncio. Por eso cuando comemos la Eucaristía no es un pan lo que comemos, sino
que es Cristo mismo el que nos alimenta.
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