Dejemos
que el Espíritu de Jesús resucitado nos abra el corazón para que entendamos su
Palabra y El habite en nosotros y nosotros en El
Hechos de los apóstoles 9, 1-20; Sal 116;
Juan 6, 52-59
Algunas veces
nos cuesta entender. No sabemos interpretar el sentido de las palabras o
estamos tan ofuscados con nuestros pensamientos que somos incapaces de abrirnos
a algo nuevo que se nos quiere decir. Nos refugiamos quizá en lo que siempre se
ha hecho, un recurso fácil en muchas ocasiones para encerrarnos en nuestro
inmovilismo o el tener que enfrentarnos a algo nuevo que nos podría comprometer
más, o con ideas preconcebidas pretendemos hacer nuestras interpretaciones que
conllevan quizá ciertas rebajas a la hora de un compromiso. No sabemos
interpretar las imágenes que con un lenguaje más poético quizás se nos ofrecen
para que nos trascendamos de esa como rutina en la que vivimos.
Las palabras
de Jesús nos ofrecen una realidad nueva, se nos llenan de imágenes como sucede
tantas veces en las parábolas para que a través de esas realidades de la vida
seamos capaces de ir más allá para entender un mensaje que nos eleva o que nos
pone en nuevo camino. No nos quedamos en la parábola del sembrador en una
semilla que el sembrador echó a voleo y al que podríamos criticar por no saber
bien en qué campos echar la semilla, y todos entendemos de esa Palabra que
quiere trasmitirnos Jesús y que tendrá que dar fruto en nuestros corazones.
Así lo que
hoy Jesús nos está diciendo. Nos habla de pan de vida, de pan bajado del cielo,
nos habla de no morir para siempre y nos habla de comer su carne. Todo un montón
de imágenes en las que no nos podemos quedar en la materialidad de las
palabras. Si habla de pan bajado del cielo no es para pensar en el maná que
comieron sus padres en el peregrinar del desierto, porque ya aquello entonces
tenía también su significado en la presencia y en la fuerza de Dios para hacer
aquel peregrinaje por el desierto.
Hoy nos habla
Jesús de comer su carne y de beber su sangre y ya los judíos de Cafarnaún se
estaban viendo como antropófagos que comían y bebían carne y sangre humanas. No
podía aceptarlo con interpretaciones así, no podrían aceptarlo si no se abrían
a algo nuevo que Jesús les estaba diciendo. ¿Cómo podrían aceptarlo sin hacer
una buena interpretación de las palabras de Jesús si ya incluso la Biblia les
impedía – quizás por razones incluso higiénicas y de salud – el beber la sangre
de los animales o comer lo que con la sangre se pudiera elaborar?
Cuando Jesús
les ha venido hablado de ese pan vivo bajado del cielo que había que comer, ya tenían
que estar entendiendo cómo había de ser ese alimentarse de lo que Jesús nos
estaba ofreciendo. No era simplemente un alimento material que llenara nuestros
estómagos, sino que estaba hablándonos de algo que podía darnos vida, que podía
darnos un sentido de vida cuando aceptábamos las palabras de Jesús. Por eso nos
insiste en el creer en El.
Creemos en
Jesús y en su Palabra para dejarnos transformar por El. Hoy emplea la imagen de
que quien le come se siente como habitado por Jesús lo que viene a significar
toda esa transformación de nuestra vida cuando creemos en Jesús y su Palabra la
hacemos vida de nuestra vida. No somos ya nosotros, es Cristo que vive en mi,
es que yo desde esa fe tendré que reflejar en mi vida lo que es la vida de
Jesús; es algo nuevo que tengo que vivir, algo nuevo que yo tengo que ser; es
ese llenarme de Jesús, de su Palabra para ser un hombre nuevo. No nos
reflejamos a nosotros mismos sino que tenemos que reflejar a Jesús. El habita
en nosotros y nosotros habitaremos en El.
Dejemos que
el Espíritu de Jesús nos abra el corazón. Ahora en el tiempo pascual repetidas
veces hemos escuchado cómo Jesús abrió el corazón de sus discípulos para que
entendieran las Escrituras donde estaba anunciado que El había de resucitar. Es
lo que tenemos que hacer para poder escuchar bien y entender su Palabra, vivir
su vida nueva, ser esos hombres nuevos porque nos hemos dejado transformar por
el Espíritu de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario