Ya
estamos en Jerusalén, dispongámonos a contemplar ardientemente cuanto sucede
para que lleguemos a celebrar la Pascua de Jesús y nuestra pascua
Isaías 50, 4-7; Sal 21; Filipenses 2,
6-11; Lucas 22, 14 – 23, 56
Hoy entramos
en Jerusalén. Es la subida a Jerusalén tantas veces anunciada por Jesús para la
fiesta de la Pascua. Es la culminación del camino que hemos venido realizando
de manera especial durante esta Cuaresma. Eso nos propusimos cuando el
miércoles de ceniza iniciábamos el camino cuaresmal.
Hoy hemos
entrado en la ciudad santa entre las aclamaciones de los que peregrinaban a la
ciudad santa para la Pascua que ahora se convirtieron en cánticos de alabanza
al que venía en nombre del Señor. Con la alegría de aquellos peregrinos que se
asomaban al monte de los olivos y contemplaban desde allí el esplendor y la
belleza de Jerusalén, nosotros también aclamamos los hosannas dirigidos a Jesús
porque sabemos que sube a la Pascua y nosotros queremos ir con El, queremos
vivir también su pascua. Toda esta semana estaremos en la ciudad santa hasta
que lleguemos a culminar la celebración de la Pascua.
‘Ardientemente
he deseado comer esta Pascua con vosotros’, nos dice Jesús al comienzo de la cena
pascual, nos está diciendo al inicio de esta semana de Pasión que culmina
también en la Pascua. Es la intensidad que queremos poner en estos días y en
estas celebraciones. Por eso hoy, en
este domingo de Ramos en la Pasión del Señor hemos escuchado ya el relato de la
pasión, este año según el evangelista Lucas. Pero no es tiempo solo de
escuchar, es tiempo de contemplar.
Nos vamos a
situar en ese camino de Jesús y con Jesús queremos recorrerlo, porque sintiendo
el paso de Jesús en su pasión podremos contemplar de nueva manera y podremos
llegar a contemplar algo nuevo que Jesús nos va a ofrecer; nos vamos a situar
en ese camino de pasión porque con Jesús queremos llegar a la vida, a la
resurrección; vamos a traer a ese camino todo lo que es el dolor y el
sufrimiento de la humanidad porque Cristo quiere recogerlo todo en el cáliz de
su ofrenda, porque su pasión es redentora, porque su pasión es nacimiento de
nueva vida, es regeneración y redención de esa humanidad desgarrada bajo el
peso del yugo del pecado y de la muerte para que haya pascua, para que haya un
paso de la muerte a la vida, para que nos llenemos de su salvación.
Contemplemos
esos pasos de Jesús desde el Cenáculo hasta el Gólgota; caminemos con El y
contemplemos su oracion y su agonía en Getsemaní antes incluso de comenzar físicamente
la pasión pero que se va a manifestar en ese sudor de sangre, en esos goterones
de sangre que ya se van derramando para llenar ese cáliz de la nueva alianza;
sigamos sus pasos ante los distintos tribunales, el Sanedrín o el Pretorio,
además de la burla de su presencia ante Herodes; contemplemos a quien presenta
Pilatos desde lo alto del Pretorio como aquel en quien no encuentra culpa
alguna, pero que lo entregará para que sea conducido bajo el peso de la cruz
hasta lo alto del Gólgota.
Acusaciones
contradictorias, burlas de la soldadesca o de la corte de Herodes, escarnio de
quien es proclamado inocente pero sin embargo condenado al suplicio de la
muerte en cruz, lo contemplamos entonces pero lo seguimos contemplando en
nuestro mundo tan lleno de falsedad y de mentiras, este mundo que hace chance
de todo desde la frivolidad y la superficialidad de la vida, este mundo tan
lleno de violencia cuando nos pueden tocar los nudos de nuestro orgullo o los
cimientos de vanidad y ambición sobre los que edificamos tantas veces la vida. Es
la pasión de Jesús, pero es la pasión que de tantas maneras seguimos
construyendo en la vida, sobre la que construimos tantas veces nuestra
sociedad.
Seguimos
contemplando con toda intensidad el camino de Jesús que conduce a la Pascua que
nosotros queremos vivir también ardientemente. Pero entre la crueldad que
contemplamos en lo alto del calvario se irán desgranando unas palabras que nos
hacen vislumbrar la luz final de la pascua y que van poniendo esperanza en el
corazón. A Jesús no le arrancaron la vida, sino que El libremente la entregó
por amor. Un amor que se hace perdón y se hace vida, un amor que abre las
puertas del paraíso y un amor que nos hace poner toda nuestra confianza en el
Señor.
‘Padre,
perdónales porque no saben lo que hacen’, poniendo casi como una disculpa para nuestra
debilidad y nuestro pecado porque cuando hay amor en el corazón tendemos
siempre a la disculpa y a la compasión, porque siempre Dios está confiando y
esperando la vuelta del hijo que con su pecado se ha marchado y para el que
tendrá siempre los brazos abiertos para ofrecer el perdón. El padre o la madre
que ama siempre espera y siempre disculpa porque solo sabe mirar con ojos de
amor.
‘Hoy
estarás conmigo en el paraíso’, es la gran promesa que nos llena de esperanza. Eran
unos malhechores y por eso estaban sufriendo el mismo castigo que el que era
inocente y sin embargo hay una palabra de luz, una palabra anuncio de vida, una
palabra que nos llena a todos de esperanza. Dios siempre nos abre las puertas
cuando volvemos a El, como un padre lleno de amor no cierra nunca las puertas
al hijo que vuelve a casa.
‘Padre, a
tus manos encomiendo mi espíritu’. Fueron sus palabras finales, es la consumación de
la ofrenda, es el sentido profundo de cuanto ha sucedido. Si tanto había amado
Dios al mundo que le había entregado a su Hijo único, es el momento en que el
Hijo se pone en las manos del Padre. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu
voluntad’, fueron sus palabras a la entrada en el mundo y ahora se ha
consumado la ofrenda de amor. El amor que ha dado sentido a todo el
sufrimiento, pero el amor que nos ha redimido de todo sufrimiento; es el amor
que sublima nuestra vida, es el amor que nos da fuerza para seguir caminando a
pesar de tanta debilidad como mostramos en la vida, es el amor que nos hace
encontrar el perdón que recibimos pero el perdón que también generosamente
nosotros estamos dispuestos a ofrecer, es el amor que sana todas las heridas y
nos abre todas las puertas.
Por eso en
medio de tanto dolor y sufrimiento hemos podido ir viendo diferentes gestos de
amor; son las mujeres que lloran al paso del cortejo que conduce el patíbulo;
es la ayuda que se le ofrece en aquel cireneo que cargará también con la cruz
de Jesús - ¿habrá cireneos en el mundo para cargar la cruz de los demás? -; es
el gesto valiente de aquel hombre bueno, aunque miembro del Sanedrín ahora
ofrece una sepultura para el cuerpo muerto de Jesús, para que no quedara roto y
desgajado colgando del madero aquel sábado de pascua que era tan importante;
son las mujeres que están pendientes, aunque a lo lejos porque no las dejan
acercarse, pero que prepararán los aromas para pasado el sábado venir a
embalsamar debidamente el cuerpo muerto de Jesús.
¿Serán
caminos que se nos abren para ofrecer esos mismos gestos de amor en este mundo
nuestro tan roto y tan dolorido? Sigamos contemplando y dejemos que el corazón
vaya dando respuestas de amor. Así podremos llegar a vivir la pascua en
plenitud. Ya estamos en Jerusalén, celebremos en verdad la pascua de Jesús.
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