Tenemos
que saber afrontar la vida con sus dificultades e incluso con los tropiezos que
podamos tener en nuestro encuentro con los demás con verdadera madurez
Zacarías 8,20-23; Sal 86; Lucas 9,51-56
Alguna vez nos habrán dado el consejo
de que si tenemos que pasar por algún sitio de especial dificultad o peligroso,
demos un rodeo evitando ese lugar y ese peligro. Y nos puede parecer un buen
consejo. Quizás lo decimos a nuestros hijos para evitarles amistades peligrosas
o se vean enrollados en tantas cosas que se les ofrecen hoy y pudieran terminar
esclavizándolos.
Claro que rodeos damos muchos en la
vida y no solo evitando esos peligros que podíamos decir físicos, sino que por
muchas razones evitamos muchas cosas, evitamos personas con las que no queremos
encontrarnos, evitamos aquello en lo que pudiéramos vernos comprometidos,
evitamos aquello que pudiera exigirnos un esfuerzo de superación o algún tipo
de sacrificio. Claro que entonces lo del buen consejo que decíamos al principio
tendríamos que pensárnoslo si queremos vivir de una forma madura buscando la
sana convivencia entre todos.
Creo que en estos breves versículos del
evangelio que hoy se nos ofrece puede haber una hermosa lección para esos
caminos de nuestra vida. Jesús decidió subir a Jerusalén porque El sabía que le
llegaba su hora. Los discípulos no terminan de entender las prisas de Jesús ni
los anuncios que les ha venido haciendo.
El camino habitual que hacían las
gentes de Galilea para subir a Jerusalén era bajando por el valle del Jordán
para luego subir desde Jericó hasta Jerusalén. Evitaban el paso por Samaría,
que eran judíos también, pero con los cuales no había buenas relaciones, porque
ellos no aceptaban la centralidad del templo de Jerusalén. Recordamos el caso
de la samaritana del que nos habla el evangelio de san Juan. Pero Jesús en esta
ocasión decidió subir atravesando Samaría. Afronta el enfrentamiento o el
rechazo que se pudieran encontrar por el hecho de ir a Jerusalén.
Es el incidente con que se encuentran
los discípulos cuando van a una aldea a pedir hospitalidad, pero que son
rechazados por dirigirse a Jerusalén. Enfadados vienen Santiago y Juan diciéndole
a Jesús que baje fuego del cielo para castigar a quienes no les han ofrecido
hospitalidad. ‘Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que
acabe con ellos?’ Pero bien vemos que Jesús les rechaza esa petición porque
nunca la violencia es solución de nada.
Bien nos puede valer en este momento de
nuestra reflexión lo que un escritor y pensador de nuestro tiempo decía: ‘No
es cierto que la violencia sea la «imperfección» de la caridad; es el pudridero
de la caridad, la inversión, la falsificación y la violación de la caridad.
Quizá algún violento haya comenzado a ejercer su violencia por motivos
subjetivos de amor, pero de hecho, al hacer violencia se ha convertido en el
mayor enemigo del amor. Ya que con la violencia se puede entrar en todas
partes, menos en el corazón’. (JL Martín Descalzo)
Tenemos que saber afrontar la vida con
sus dificultades e incluso con los tropiezos que podamos tener. Primero porque
no somos perfectos y en ocasiones se va a manifestar nuestra debilidad en
aquello que hacemos. pero eso ha de
hacer que sepamos mirar con otros ojos a los demás, que también tienen sus
debilidades, que tienen su manera de ver y hacer las cosas en lo que muchas
veces no coincidimos, nos vamos a encontrar distintas opiniones o incluso
rechazo de aquello que nosotros queremos hacer. Son muchos los caminos que nos
encontramos, muchas las maneras de entender o de hacer las cosas que incluso
puede ir en contra de nuestra manera de pensar y de actuar. Pero hemos de saber
respetarnos y valorarnos en lo bueno que hacemos a pesar de las diferencias.
Muchas veces preferimos dar rodeos. Si
es para evitar la violencia y buscar la paz buenos caminos pueden ser; pero
bien sabemos que muchas veces los rodeos que hacemos es porque queremos evitar
a las personas, porque no siempre quizás queremos encontrarnos o mezclarnos con
todo el mundo; ahí entra todo ese camino de discriminaciones en el que tantas
veces entramos; ahí entran esos distanciamientos y barreras que creamos porque
un día quizás no nos entendimos o incluso en nuestro diálogo podíamos tener
opiniones enfrentadas; ahí entran esos miedos al compromiso, a expresar con
valentía lo que son nuestras convicciones aunque sean distintas a las de los
demás, esas cobardías que a la larga tan molestas nos resultan hasta para
nosotros mismos.
Realmente nos manifestamos muchas veces
con un infantilismo tremendo y con una inmadurez muy peligrosa. Seamos capaces
de dar la cara por nuestras convicciones, por nuestra fe y por nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario