Quizás tengamos que volver a releer las palabras de Jesús y ver si lo que nos dice es la manera cómo estamos haciendo el anuncio de la buena nueva del Reino de Dios
Nehemías 8, 1-4ª. 5-6. 7b-12; Sal 18; Lucas 10, 1-12
Si nos encargan una tarea o una responsabilidad seguramente la asumimos con confianza y alegría por la confianza que han tenido en nosotros para encomendarnos esa tarea que a nosotros nos parece importante.
Puede ser la alegría con que el hijo acoge el encargo de su padre para unas determinadas tareas o trabajos que ha de realizar o si le confía ya una participación más intensa, por ejemplo, en los negocios familiares. Se siente orgulloso de que le hayan confiando tal tarea y tratará de desempeñarla con total seriedad y responsabilidad. Ya el padre se encargará de hacerle sus recomendaciones, darle sus indicaciones de cómo ha de realizar esa tarea y además como buen padre le alertará también de lo difícil que va a ser el desempeñarla y de las muchas dificultades con que se va a encontrar. Esto le hará poner en alerta y sentirá el peso de esa responsabilidad sobre sí.
Estamos hablando de un padre con su hijo, pero si fuera otra persona la que nos hace un encargo así, quizás nos lo pensaríamos antes de asumir tal responsabilidad por las dificultades que entraña tal empresa. Nos entraría miedo en el cuerpo, como solemos decir, y ya nos lo pensaríamos si seríamos capaces de realizarlo, aun con todo los honores que significa la confianza que han tenido en él.
¿Sería algo así como se sentirían los setenta y dos discípulos a los que Jesús encarga ir a realizar su misma misión del anuncio del Reino de Dios? Y Jesús no se calla las dificultades con las que se van a encontrar, porque irán como corderos en medio de lobos; no irán dotados de grandes medios porque han de ir en la más absoluta pobreza y confiando solo en la disponibilidad que ellos han de tener. Ni bolsa, ni alforja, ni sandalias de repuesto, sino que han de ir con lo puesto. Pero además les advierte que podrán o no podrán ser recibidos en los pueblos. Allí donde los reciban han de vivir una vida igual a la que viven las personas del lugar, no tienen que destacar por nada, y si no los reciben, simplemente se sacuden las sandalias y a otra parte.
Podría parecer que tendría que metérseles el miedo en el cuerpo, porque la misión que les están confiando es grande, porque es el anuncio del Reino de Dios que llega, pero han de ir con pocos refuerzos, porque ni ellos mismos están muy seguros aún de lo que ha de ser ese Reino de Dios ni como lo han de vivir. Ejemplo está en las disputas en las que andan por los primeros puestos o los lugares de importancia. Pero ahora han de ir con lo puesto, sabiéndose los últimos, pero con una gran tarea en sus manos. Una fe y una disponibilidad grande se les exige. Pero ellos marcharon con la misión de Jesús.
Pero ahora nosotros tendríamos que pensar que esa misma es la misión que Jesús nos está confiando hoy; que también andamos como ovejas entre lobos y que no todos van a aceptar el mensaje que nosotros les vamos a llevar. Quizás nos pidan primero que les ayudemos a arreglar una carretera que escucharnos la Buena Nueva que queremos anunciarles diciéndoles que Dios nos ama. Es sublime el mensaje del evangelio que tenemos que anunciar, es una buena noticia pero que quizá no todos la van a escuchar como una buena noticia que merece la pena escuchar y bien sabemos que la gente anda en otras cosas que consideran más importantes a que nosotros les hablemos de Dios.
Pero ese es el mundo donde tenemos que ir a anunciar el Reino de Dios, ese es el mundo que tenemos que evangelizar que nos dice quizá que para que necesitamos rezar; es el mundo que quizá no quiere signos religiosos en su entorno y que harían todo lo posible quizá por ejemplo por hacer desaparecer las cruces de nuestros caminos. Es el mundo al que ya no les dice nada la Iglesia, sino que siempre andarán reprochando lo que hace o no hace, o lo que ellos piensan que tendría que hacer la Iglesia. Es el mundo que siempre estará a la contra de lo que nosotros podamos anunciarles de Dios, de la fe, de la Iglesia y ya hasta nos impedirán que podamos hablar.
Y ahí tenemos que ir con nuestra pobreza y poniéndonos siempre al lado de los pobres, porque como ellos hemos de vivir; quizás nos gustaría ir con otros medios, o ir a otros lugares donde pensamos que seriamos mejor recibidos; quizá nosotros podamos estar pensando en otras manera de hacer el anuncio o queramos ponernos en una posición de poder sobre esas personas para que nos escuchen. Pero ese no es el estilo de Jesús, no es lo que nos enseña Jesús en el evangelio, no son las pautas que nos da de cómo hemos de ir a hacer el anuncio del evangelio.
Quizás nosotros, los primeros, tengamos que volver a releer las palabras de Jesús y ver si esa es la manera como nosotros estamos haciendo ese anuncio de la buena nueva del Reino de Dios.
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