Dios llega con sus llamadas a la hora en que menos pensemos pero en nosotros ha de haber una sintonía espiritual para captar la señal, la honda de Dios
Oseas 2, 16b. 17de. 21-22; Sal 44; Mateo
25,1-13
Salimos al camino o bien porque nos
vayamos a poner en camino para ir hacia alguna parte, o porque esperamos a
alguien. Más de una vez lo habremos hecho o habremos visto a alguien a la
puerta de su casa como si estuviera esperando a alguien; alguien nos ha avisado
que llega y quizás en cierto modo impacientes nos asomamos al camino para ver
si atisbamos por donde viene; quizás tengamos que indicar con claridad al que
llega cual es el lugar, o por el respeto que nos merece la persona que llega
mantenemos la puerta abierta y en cierto modo preparamos algo para recibirle.
Había muchos gestos y signos que se realizaban para expresar la acogida que dispensábamos
al que llegaba.
Jesús al proponernos hoy la parábola utiliza la imagen de las bodas, en las que las amigas de la novia habían de salir al camino con lámparas encendidas para iluminar el camino y para hacer la acogida del novio que llegaba con sus amigos para la boda. Y aquí era algo importante la luz; era la carencia de luz, algo normal en aquellos caminos, pero la luz que había de servir también para iluminar la sala del banquete de bodas; y era importante la previsión del aceite suficiente para poder mantener las lámparas encendidas.
La parábola habla de una tardanza; los
caminos podían ser largos y dificultosos y en el camino siempre nos podemos
encontrar contratiempos que nos hagan retrasar la llegada; en el mundo de las
puntualidades en el que vivimos en el presente bien sabemos que también se
producen los retrasos por lo que siempre hemos de estar atentos al momento de
la llegada con los preparativos necesarios.
Es lo que nos sucede en el ritmo
ordinario de la vida, esperamos y algunas veces nos llenamos de impaciencia; se
nos anuncia que algo va a llegar o a suceder y quizás andamos distraídos en
otras cosas y quien llega se nos puede presentar de improviso, porque además
nos puede adelantar su llegada. Me estaba acordando ahora de aquel prior del
convento que sabía de la llegada del Obispo aquel día a visitar el convento,
pero el obispo se presentó antes de la hora prevista y para sorpresa del propio
prior se encontró en ropa de faena regando los jardines del claustro, y nada
estaba aún preparado pasando sus correspondientes apuros.
Cuando Jesús nos está proponiendo esta
parábola está señalándonos la vigilancia con que hemos de vivir nuestra vida
porque Dios llega con sus llamadas a la hora en que menos pensemos. Es el ojo
del creyente atento a ese actuar de Dios en su vida; las cosas se nos van
sucediendo una tras otra y seguimos con normalidad el ritmo de nuestra vida,
pero el verdadero creyente sabe tener una sintonía especial para descubrir esa
presencia de Dios, esa llamada de Dios, esa Palabra de Dios que nos llega a
través de esos mismos acontecimientos ordinarios que vamos viviendo.
La parábola habla del aceite suficiente
que se ha de tener preparado porque parte de esa imagen de las lámparas de
aceite que se han de tener encendidas. Decimos el aceite y decimos esa sintonía
espiritual para captar las señales de Dios; decimos el aceite y estamos
diciendo esos ojos de fe para saber estar atentos y a la escucha; decimos el
aceite y hablamos de nuestro espíritu de oración para estar a la escucha; decimos
el aceite y estamos hablando de esa capacidad de reflexión para pensar y para
repensar lo que nos sucede; decimos el aceite y estamos diciendo esa vigilancia
y atención para no dejarnos embaucar ni seducir por falsos cantos de sirena en
tantas cosas que nos pueden distraer en la vida; decimos el aceite y decimos
ese cultivo espiritual que hemos de hacer en nosotros mismos para que sepamos
ver más allá de lo material que tantas veces nos ciega.
No importa que tarde o venga fuera de
hora incluso adelantándose a lo que quizás teníamos previsto, porque en
nosotros hay esa sintonía espiritual para captar la señal, para captar esa
honda de Dios.
Hoy estamos celebrando a santa Teresa
Benedicta de la Cruz, Edith Stein como era conocida antes de ser religiosa, que
un día supo escuchar la voz de Dios, aunque estaba fuertemente enfrascada en
sus estudios filosóficos, para entrar por los caminos de la fe y aceptar a Jesucristo
como única sabiduría de su vida. La ciencia y el conocimiento filosófico no fue
un obstáculo para ella encontrarse con Jesús y consagrarle totalmente su vida.
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