El
martirio del diácono san Lorenzo tendría que hacernos pensar en quienes son en
verdad los tesoros de la Iglesia
2Corintios 9, 6-10; Sal 111; Juan 12, 24-26
Hoy celebramos el martirio de san
Lorenzo. Archidiácono de la Iglesia de Roma, aunque según tradiciones de origen
español, por eso Huesca lo tiene como lugar de su nacimiento y como patrono de
su ciudad, su misión era el servicio diaconal junto al Papa que llevaba consigo
la administración de los bienes de la Iglesia para la atención de los pobres y
de los necesitados.
Recordamos con los Hechos de los
Apóstoles que para eso nació ese ministerio ya en aquella primera comunidad de
Jerusalén; para que los apóstoles se dedicaran más intensamente a la oracion y
a la predicación, la atención de los huérfanos y las viudas de la comunidad con
el compartir de todos los que creían en Jesús se confió, recordamos, a aquellos
siete diáconos escogidos en medio de la comunidad.
En la Iglesia de Roma estaba organizado
igualmente ese ministerio de servicio, el diaconado, aunque todavía nos
encontremos a mediados del siglo III con las carencias que entonces existían y
en medio de las persecuciones que sufrían todos los que creyesen en el nombre
del Señor Jesús. Y es precisamente lo que se destaca de manera especial en el
diácono Lorenzo, su servicio y atención a los pobres. La persecución decretada
por el emperador Valeriano se llevaba a cabo de manera especial con los
dirigentes de la comunidad cristiana. Días antes del martirio de san Lorenzo
había sido el martirio del Papa Sixto con un grupo también de diáconos.
Ahora quieren apoderarse de los tesoros
de la Iglesia – no ha dejado de persistir ese encono contra la Iglesia y sus
tesoros también en nuestros tiempos – y por eso es a Lorenzo al que detiene el
emperador para obligarle a entregarle esos tesoros. Lorenzo reúne a todos
aquellos pobres, huérfanos y viudas que eran atendidos por la comunidad
cristiana para presentárselos al emperador como los tesoros de la Iglesia. Lo
que aquellas aun incipientes comunidades cristianas podían compartir
precisamente era dedicado plenamente a la atención de esos pobres y
necesitados. El emperador se sintió burlado y la condena a Lorenzo fue a morir
en la hoguera. Es el signo que forma parte de la imagen de san Lorenzo, la
parrilla junto con la palma del martirio.
Ser mártir es ser testigo; el mártir
cristiano es testigo de su fe en Jesús pero que se manifiesta en el testimonio
del amor. Normalmente cuando hablamos de los mártires pensamos en aquellos que
fueron testigos hasta dar su vida, hasta morir incluso de una manera cruenta
por la fe que tienen en Jesús, al que no quieren negar.
Es el testimonio supremo de la fe y del
amor, porque es llegar a dar la vida por la fe y por el amor, con la fuerza de
la fe y con la fuerza del amor de Dios que rebosa en sus corazones. Es el grano
de trigo que se entierra para que dé fruto, como nos enseña hoy el evangelio. De
cualquier manera no se puede ser mártir, dar el testimonio de la vida,
convertir la vida en un testigo, si no es con la fuerza de la fe, con la fuerza
del amor de Dios.
Mártir, pues, es el que se da desde el
amor, el que ofrece al mundo el testimonio de su amor, se convierte en testigo
del amor. Dios nos puede conceder ese don del martirio y nos dará fuerza para
soportarlo porque es dar la vida, pero sí tenemos que pensar que un cristiano
siempre tiene que ser un testigo de su fe y de su amor. Si decimos que creemos
en Jesús porque queremos vivir su evangelio nuestra vida tiene que ofrecer un
brillo especial, nuestra vida tiene que ser la vida de un testigo. Nuestra
forma de vivir y de amar nos tiene que hacer distintos, en nosotros tiene que
resplandecer de una manera especial ese amor. ¿No tendríamos que ser como ese
grano de trigo que muere para germinar y dar fruto? Por eso en el sentido más
profundo de la palabra tendíamos que decir que el cristiano siempre es un
mártir, porque siempre ha de ser un testigo.
Una última consideración que podríamos
hacernos a la luz del martirio de san Lorenzo sería preguntarnos donde están
también hoy los tesoros de la Iglesia. ¿Serán igualmente los pobres tal como
los presentaba san Lorenzo? Miremos a Cáritas y a cuantos son atendidos desde
esa institución de nuestras comunidades cristianas, pero tendríamos que mirar
tantas obras de la Iglesia en la atención a los ancianos, en el cuidado de los
enfermos, en la apertura de nuestras comunidades a los discapacitados de todo
tipo, en los comedores sociales que dan comida en nuestros pueblos y ciudades a
tantos que se sienten abandonados, en la preocupación por los sin techo, y así
en tantas y tantas obras que nacer al calor del amor de la comunidad cristiana;
la lista se haría interminable.
¿Serán también para mí mis tesoros
porque los tendré como una prioridad en las preocupaciones de mi vida?
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