Somos
una comunión de hermanos que se aman y quieren caminar juntos a pesar de sus
imperfecciones y limitaciones, porque mutuamente nos ayudaremos a superarnos y
a caminar
Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo 18,
15-20
Algunas veces nos creemos una raza de perfectos.
Aunque en la sinceridad de nuestro ser más profundo reconocemos lo que son
nuestras limitaciones, pero no es así cómo queremos manifestarnos, cómo
queremos que nos conozcan, y ya nos molesta muchísimo que alguien nos haga ver
nuestros defectos y nuestras limitaciones.
Así como queremos poner como una
máscara para que no se noten nuestros defectos o nuestros fallos, porque muchas
veces no es simplemente una debilidad, sino una maldad que nos surge en nuestro
corazón, con los demás nos volvemos exigentes y nada les perdonamos; con qué
facilidad echamos en cara a los otros sus errores, en qué pedestal de
autosuficiencia nos subimos tantas veces, y cómo no nos importa humillar a los
demás. Son cosas que nos pasan, que están ahí en la realidad de nuestra vida,
que no sabemos superar, y es causa de tantos tropiezos o de tantas heridas que
podemos ir produciendo en los demás.
Y es que nos falta humanidad; humanidad
que tiene que llenar de comprensión nuestro corazón, que nos hace ser sinceros
con nosotros mismos, que nos llevaría a una cercanía para saber caminar junto a
los otros apoyándonos, estimulándonos, evitando heridas o curándolas cuando
aparecen, sintiéndonos de verdad en un mismo camino.
Hemos convertido la vida demasiado en
una competición, pero sin espíritu deportivo; con espíritu deportivo lo veremos
como algo alegre que hemos de vivir para sentirnos todos satisfechos, con
verdadero espíritu deportivo no es tanto el que quede el primero o el último,
sino el gozo de haber hecho ese camino juntos. Pero hemos convertido la vida en
una competición en que si podemos descartamos al otro, lo anulamos de la forma
que sea y para ello no nos importaría sobreabundar sus defectos o sus errores,
para yo quedar en mejor lugar. Es amargo un camino así. No es la alegría que
tendríamos que vivir en la vida.
Lo que nos enseña Jesús en el evangelio es que sepamos caminar juntos, que seamos felices caminando juntos, que seamos capaces de aceptarnos, pero al mismo tiempo ser estímulo para los demás como los demás son estímulo para mí para superarnos juntos, para corregir errores, para limar asperezas, para sanar heridas. Por eso hoy Jesús nos habla de la corrección fraterna; y nos da unas pautas, porque esa corrección no puede ser un hundir a la persona sino darle la mano para que se levante y siga caminando; esa corrección la llamamos fraterna porque así nos sentimos, hermanos, y hermanos que se quieren, y hermanos que quieren lo mejor los unos para los otros, hermanos que nos sabemos sentir en comunión.
Por eso hoy Jesús nos habla también del
perdón; cuando sabemos ofrecer ese perdón, y lo hacemos porque hay amor en
nuestro corazón, ese gesto llega al cielo y desde el cielo recibimos también
ese perdón. Por eso nos dice Jesús que ‘todo lo que atéis en la tierra quedará
atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los
cielos’. Es el fruto del amor, es el fruto de sentirnos hermanos, es el
fruto de saber caminar juntos.
Por esto terminará diciéndonos Jesús
que cuando vivamos un amor así, seremos verdaderamente gratos para Dios. Tan
gratos que por esa comunión que hay entre nosotros podemos tener la seguridad
de que Dios siempre nos escucha, Dios se hace presente entre nosotros de manera
especial. ‘Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la
tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde
dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’.
Ya no somos aquella raza de perfectos
que nos volvemos exigentes con todos y de qué manera; somos una comunión de
hermanos que se aman y quieren caminar juntos a pesar de sus imperfecciones y
limitaciones, porque mutuamente nos ayudaremos a superarnos y a caminar.
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