Sigamos
dando esos pasos del camino de cuaresma para que culminemos de verdad en la
Pascua del Señor, que será también nuestra Pascua pasando de la muerte a la
vida
Isaías 49,8-15; Sal. 103; Juan 5, 17-30
El camino de cuaresma que vamos
recorriendo se va acercando a su meta; aun nos quedan días, un par de semanas
para llegar al triduo pascual, pero la Palabra de Dios que ha venido iluminando
nuestro camino se va intensificando precisamente con los relatos en que aparece
ya cómo los dirigentes judíos quieren quitarse de en medio a Jesús.
Lo consideran algo así como un hereje o
un blasfemo porque la afirmación que va haciendo Jesús de sí mismo y tal como
nos va apareciendo en el evangelio es algo que no pueden soportar, que no
pueden admitir. Que Jesús llame a Dios Padre, aunque lo de menos serían las
palabras a las que se podría dar muchas interpretaciones, sino la actitud con
que se manifiesta Jesús como verdadero Hijo de Dios que se manifiesta en total
fidelidad a lo que el Padre le ha pedido. Esto colma el vaso, podríamos decir,
supera todo lo que puedan aceptar, tienen que quitarlo de en medio.
Son textos que nos ayudan a definirnos
en referencia a Jesús, son textos que nos van manifestando toda esa intriga
contra Jesús por parte de las autoridades judías y los que se consideran
principales dirigentes del pueblo judío; toda esa inquina con la que irán
preparando su muerte. Pero como nos dirá Jesús en otro momento, nadie le quita
la vida, sino que El la entrega libremente, porque con una misión ha venido y ha
llegado la hora del anuncio del Reino de Dios y su realización cuya culminación
estará con su entrega en la cruz por nosotros y por nuestra salvación.
¿Qué nos queda a nosotros? Poner toda
nuestra fe en El. Así obtendremos vida eterna. Como nos dice hoy; ‘En
verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió
posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte
a la vida’. Podremos poseer la vida para siempre, la vida eterna, pasamos
de la muerte a la vida. En nosotros se ha de realizar la pascua. Porque no es
solo un recuerdo lo que nosotros vamos a hacer; vamos a vivir, a vivir la
Pascua de Jesús, hacerla realidad en nosotros. Por eso hemos de pasar de la
muerte a la vida. Con Cristo hemos de morir, el pecado ha de quedar sepultado
para siempre en nosotros; lo hemos de arrancar y arrojar de nuestra vida.
Muchas señales de esa renovación hemos
venido viendo a través del evangelio que hemos venido escuchando; pero esa
renovación tiene que realizarse en nosotros. Siguen siendo momentos de
reflexión, de examen de nuestra vida, de ver cual es la realidad que hay en
nosotros, de analizar con todo detalle de todo aquello de lo que tenemos que
arrancarnos y aunque nos cuesta dar los pasos necesarios de renovación, de
encuentro con la gracia, de llenarnos de la vida nueva que nos ofrece Jesús.
Por eso es tiempo de mucha oración. No
es algo que vamos a ir realizando por nosotros mismos. Es una gracia del Señor,
pero tenemos que orar para abrir de verdad nuestro corazón a esa gracia, hemos
de orar para sentir la fuerza de Dios en nosotros, la fuerza del Espíritu Santo
que nos transforma, hemos de orar porque no será algo que hagamos solo por
nosotros mismos sino que será con la fuerza del Señor.
Tiempo de oración y tiempo de
acercarnos a la gracia sacramental. Es en el Sacramento donde se realiza ese
momento de gracia, ese momento de renovación verdadera de nuestra vida; es el
sacramento donde nos gozaremos en el perdón del Señor para tantas debilidades
de nuestra vida, y es en el sacramento donde podremos llegar a sentirnos
hombres nuevos de gracia porque comenzaremos a vivir a Jesús. ‘Quien escucha
mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna… sino que ha pasado ya
de la muerte a la vida’, escuchábamos y repetíamos hace un momento.
Es lo que se va a realizar en nosotros.
Sigamos dando esos pasos del camino de cuaresma para que culminemos de verdad
en la Pascua del Señor, que será también nuestra Pascua.
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