Jesús
va delante abriendo caminos, rompiendo barreras, haciendo visibles otros
horizontes, dándole sensibilidad a la vida para encontrar un sentido nuevo de
existir
Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-16
El agua siempre decimos es fuente de
vida, pues sin agua no podemos vivir y es la esperanza de todos los pueblos
sedientos - ¿no andamos buscando indicios de agua en el planeta Marte para
saber si allí hubo vida o allí un día podríamos vivir – pero también la podemos
ver como causa de destrucción y de muerte como podemos contemplar en graves y
grandes cataclismos de la humanidad, en torrentes que se desbordan, en lluvias
torrenciales que todo lo inundan, o en aguas desbocadas que van produciendo
destrucción a su paso por donde sea.
Igualmente podemos decir el agua puede
ser círculo que nos encierre e incomunique, o al mismo tiempo camino que se
abre en el mar que nos lleva otros horizontes, a otros lugares, o al encuentro
con otros pueblos y personas.
Recuerdo hace muchísimos años
asistiendo a un curso en Madrid, alguien que procedía no recuerdo bien de qué
región española, al saber que yo vivía en las islas me decía que él no podría
vivir en una isla porque se sentía encerrado en ella rodeado de mar por todas
partes; yo le decía lo contrario, que no me sentía cerrado sino abierto a otros
horizontes, que contemplar el horizonte en el mar que nos rodea me llevaba
aunque fuera en la imaginación y en el deseo hacia otros mundos y hacia otros
países, que el mar era para mi camino que me llevaba a otros lugares y me abría
al contacto con otros pueblos.
No sé si a todos los que vivimos en
islas les sucede así, pero mi experiencia desde niño al ver partir a mis
hermanos primero y luego a mi padre en un barco que se hacía a la mar y que los
llevaba a otros mundos buscando una vida mejor, era imagen que se había quedado
grabada en mí y me abría a nuevos horizontes a pesar de lo traumático de
aquellas despedidas.
Mucho significado y mucha riqueza
podemos encontrar en la imagen del agua, signo de vida como puede ser signo
también de purificación y de un renacer y de un revivir. Así nos la presenta la
Biblia en muchísimas ocasiones, tal como hoy también escuchamos. El profeta nos
habla del agua que manaba del templo del Señor y que llegaba al mar de aguas pútridas
para purificarlo y llenarlo de vida; cómo a su paso van apareciendo las plantas
y la vida, sus orillas se llenan de árboles frutales, como un signo de la vida
y de la salvación que manan de las plantas de Dios.
Ha servido de texto de referencia para
lo que luego escuchamos en el evangelio. Se nos habla de una piscina que con el
movimiento milagroso de sus aguas también llenan de vida y salvación a los
enfermos postrados en sus pórticos si a tiempo se pueden introducir en esa
agua. Pero allí hay un enfermo que lleva muchos años, treinta y ocho nos apunta
el evangelista, sin poderse introducir a tiempo en el agua porque no tenía
quien le echara una mano. Nos habla de una discapacidad en su parálisis, pero
nos habla en una soledad en la insolidaridad de los que le rodean. No puede
llegar al agua de la vida y que podría traerle la salvación. Un pequeño salto
desde el pórtico donde estaba postrado que se convertía en una barrera
infranqueable que le impedía alcanzar la vida.
Creo que casi debemos detenernos ahí en
este momento. Cuántas barreras que encontramos en la vida, que nos pueden
encerrar, que nos pueden impedir incluso soñar con ir más allá, que son
obstáculo para que nos abramos otros caminos en la vida. la barrera principal
no era la discapacidad; la barrera y la discapacidad está en quienes podemos
ayudar y no ayudamos, en quienes tendríamos que pensar en los que nos rodean
pero solo pensamos en nosotros mismos, en quienes vamos poniendo obstáculos
porque pensamos más en unos protocolos, normas o preceptos que en el dolor que
puede haber en otros corazones, en quienes tendríamos que tener los brazos
abiertos pero solo nos palpamos a nosotros mismos y a nuestros intereses, a
quienes tendríamos que ser sensibles ante las limitaciones en que se podrían
encontrar muchos de los que nos rodean, pero preferimos mirar a otro lado o
hacernos los ciegos en nuestra insensibilidad.
Menos mal que Jesús va delante de
nosotros abriendo caminos; no se deja notar porque ni siquiera aquel hombre
curado sabrá quien es el que lo ha curado, pero ahí queda su obra, su salvación,
su vida que va repartiendo por doquier. No se pone medallas por lo que ha hecho
sino solo le pide la fe y la confianza a aquel hombre para que ahora comience a
portarse de manera nueva no vaya a caer en las mismas insensibilidades de los
que le rodeaban y le tenían sumido en la más terrible soledad.
Y nosotros ¿qué vamos a hacer? ¿Nos
sentiremos igualmente encerrados o nos abriremos a los nuevos horizontes que
Jesús pone delante de nosotros?
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