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martes, 16 de marzo de 2021

Jesús va delante abriendo caminos, rompiendo barreras, haciendo visibles otros horizontes, dándole sensibilidad a la vida para encontrar un sentido nuevo de existir

 


Jesús va delante abriendo caminos, rompiendo barreras, haciendo visibles otros horizontes, dándole sensibilidad a la vida para encontrar un sentido nuevo de existir

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-16

El agua siempre decimos es fuente de vida, pues sin agua no podemos vivir y es la esperanza de todos los pueblos sedientos - ¿no andamos buscando indicios de agua en el planeta Marte para saber si allí hubo vida o allí un día podríamos vivir – pero también la podemos ver como causa de destrucción y de muerte como podemos contemplar en graves y grandes cataclismos de la humanidad, en torrentes que se desbordan, en lluvias torrenciales que todo lo inundan, o en aguas desbocadas que van produciendo destrucción a su paso por donde sea.

Igualmente podemos decir el agua puede ser círculo que nos encierre e incomunique, o al mismo tiempo camino que se abre en el mar que nos lleva otros horizontes, a otros lugares, o al encuentro con otros pueblos y personas.

Recuerdo hace muchísimos años asistiendo a un curso en Madrid, alguien que procedía no recuerdo bien de qué región española, al saber que yo vivía en las islas me decía que él no podría vivir en una isla porque se sentía encerrado en ella rodeado de mar por todas partes; yo le decía lo contrario, que no me sentía cerrado sino abierto a otros horizontes, que contemplar el horizonte en el mar que nos rodea me llevaba aunque fuera en la imaginación y en el deseo hacia otros mundos y hacia otros países, que el mar era para mi camino que me llevaba a otros lugares y me abría al contacto con otros pueblos.

No sé si a todos los que vivimos en islas les sucede así, pero mi experiencia desde niño al ver partir a mis hermanos primero y luego a mi padre en un barco que se hacía a la mar y que los llevaba a otros mundos buscando una vida mejor, era imagen que se había quedado grabada en mí y me abría a nuevos horizontes a pesar de lo traumático de aquellas despedidas.

Mucho significado y mucha riqueza podemos encontrar en la imagen del agua, signo de vida como puede ser signo también de purificación y de un renacer y de un revivir. Así nos la presenta la Biblia en muchísimas ocasiones, tal como hoy también escuchamos. El profeta nos habla del agua que manaba del templo del Señor y que llegaba al mar de aguas pútridas para purificarlo y llenarlo de vida; cómo a su paso van apareciendo las plantas y la vida, sus orillas se llenan de árboles frutales, como un signo de la vida y de la salvación que manan de las plantas de Dios.

Ha servido de texto de referencia para lo que luego escuchamos en el evangelio. Se nos habla de una piscina que con el movimiento milagroso de sus aguas también llenan de vida y salvación a los enfermos postrados en sus pórticos si a tiempo se pueden introducir en esa agua. Pero allí hay un enfermo que lleva muchos años, treinta y ocho nos apunta el evangelista, sin poderse introducir a tiempo en el agua porque no tenía quien le echara una mano. Nos habla de una discapacidad en su parálisis, pero nos habla en una soledad en la insolidaridad de los que le rodean. No puede llegar al agua de la vida y que podría traerle la salvación. Un pequeño salto desde el pórtico donde estaba postrado que se convertía en una barrera infranqueable que le impedía alcanzar la vida.

Creo que casi debemos detenernos ahí en este momento. Cuántas barreras que encontramos en la vida, que nos pueden encerrar, que nos pueden impedir incluso soñar con ir más allá, que son obstáculo para que nos abramos otros caminos en la vida. la barrera principal no era la discapacidad; la barrera y la discapacidad está en quienes podemos ayudar y no ayudamos, en quienes tendríamos que pensar en los que nos rodean pero solo pensamos en nosotros mismos, en quienes vamos poniendo obstáculos porque pensamos más en unos protocolos, normas o preceptos que en el dolor que puede haber en otros corazones, en quienes tendríamos que tener los brazos abiertos pero solo nos palpamos a nosotros mismos y a nuestros intereses, a quienes tendríamos que ser sensibles ante las limitaciones en que se podrían encontrar muchos de los que nos rodean, pero preferimos mirar a otro lado o hacernos los ciegos en nuestra insensibilidad.

Menos mal que Jesús va delante de nosotros abriendo caminos; no se deja notar porque ni siquiera aquel hombre curado sabrá quien es el que lo ha curado, pero ahí queda su obra, su salvación, su vida que va repartiendo por doquier. No se pone medallas por lo que ha hecho sino solo le pide la fe y la confianza a aquel hombre para que ahora comience a portarse de manera nueva no vaya a caer en las mismas insensibilidades de los que le rodeaban y le tenían sumido en la más terrible soledad.

Y nosotros ¿qué vamos a hacer? ¿Nos sentiremos igualmente encerrados o nos abriremos a los nuevos horizontes que Jesús pone delante de nosotros?

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