Dos
momentos, vividos espiritualmente en la Pascua de Jesús, la liberación y la
fidelidad de Dios, que siguen estando presentes en nuestra historia de
salvación
2Crónicas 36, 14-16. 19-23; Sal 136; Efesios
2, 4-10; Juan 3, 14-21
La historia de las personas y de los
pueblos suele estar marcada por experiencias vividas con gran intensidad y que
de alguna manera le dan como un sello de identidad, ya sea la persona, ya sea
la comunidad. Todos hemos tenido momentos importantes en la vida que nos han
marcado, que no podemos olvidar, que nos señalan de alguna manera un antes y un
después; y como lo decimos de los individuos lo decimos de la sociedad, lo
decimos de nuestros pueblos. Acontecimientos de la historia que han marcado del
devenir de nuestros pueblos que no son los mismos antes o depuse de tales
acontecimientos.
Durante siglos España estuvo marcada
por el acontecimiento del viaje de Colon y el descubrimiento de un nuevo mundo
América, de manera ha sido momento de división o de encuentro de diversas
etapas de la historia, pasar de la edad media a la edad del renacimiento o edad
moderna fue algo que marcó no solo la historia de España sino del mismo mundo.
Igualmente acontecimientos más
recientes en el devenir de nuestra historia por su gravedad, por todas las
circunstancias que concurrieron a su alrededor han marcado la historia de
España en el último siglo. Individualmente todos recordaremos también hitos
importantes de nuestra historia personal que han dejado huella en nuestra vida.
En la historia de la salvación,
siguiendo la historia del pueblo de Dios, el pueblo de Israel también hubo
momentos que determinaron su historia y su vida. Un primer momento fue la
liberación de Egipto con el paso del mar Rojo; por eso cada año celebraban la
Pascua, el paso del Señor, el paso de liberación y salvación. Pero otro fue el
momento en el destierro y cautividad de Babilonia; ese sería el momento de la
fidelidad de Dios para con su pueblo; a pesar de las infidelidades del pueblo
que les había llevado a desastre y a la pérdida, en cierto modo, de su
identidad como pueblo, Dios se mantuvo fiel a la Alianza que había hecho con su
pueblo y así obtendrían un día de nuevo la liberación. De ello nos ha hablado
la primera lectura de hoy.
Pero son dos momentos, vividos
espiritualmente en la Pascua de Jesús, la liberación y la fidelidad de Dios,
los que siguen estando presentes en nuestra historia de salvación. Son los que
mantienen viva nuestra fe, como respuesta a esa fidelidad de Dios. Es lo que
nos hace celebrar nosotros cada año la Pascua de Jesús como signo de esa
liberación que nosotros hemos de vivir también, pero como camino de fidelidad
en nosotros a imagen de la fidelidad de Dios para con su pueblo.
San Pablo nos ha hablado hoy
maravillosamente de ello en la lectura de la carta a los Efesios. Nos habla de
la misericordia de Dios que permanece inalterable a pesar de nuestras
infidelidades y pecados; una misericordia que nos llena de esperanza porque no
nos sentiremos castigados para siempre sino que en la entrega de Jesús sabemos
que tenemos el perdón y la gracia, el regalo de la vida de Dios que nos ofrece. 'Por
gracia estáis salvados, mediante la fe’, nos dice. ‘Y esto no viene de
nosotros, sino que es un don de Dios’. No podemos cansarnos de dar gracias,
una y otra vez nos ponemos en camino del encuentro con la misericordia.
Y el evangelio que hoy escuchamos es el
culmen de todo ese maravilloso mensaje. Nos encontramos ante una de las páginas
más bellas y más profundas de todo el evangelio. Casi no es necesario hacer
mucho comentario. ‘Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él
tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito,
para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque
Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él’.
Son las palabras de Jesús a Nicodemo,
aquel hombre principal entre los judíos que fue de noche a ver a Jesús. En la
oscuridad de la noche encontró la luz. Qué hermoso el juego de imágenes que
Juan nos ofrece en el evangelio. Son las palabras que a nosotros nos iluminan
también y nos llenan de esperanza. No nos sentiremos condenados para siempre
porque Jesús no viene a condenar sino a salvar. Cómo se regocija nuestro espíritu,
cómo nos sentimos impulsados a vivir en la fidelidad, cómo queremos renovar la
alianza una y otra vez en nosotros.
Tenemos que rumiar estas palabras una y
otra vez en nuestro corazón en este camino que estamos haciendo de preparación
para la celebración de la Pascua. Cómo sentimos el gozo de la fidelidad de Dios
que mantiene su alianza a pesar de que tantas veces nosotros la hemos roto con
nuestro pecado. Cómo tenemos que intensificar los pasos que vamos dando en este
camino cuaresmal para que se realice en nosotros esa renovación pascual.
Recordemos esos hitos de nuestra
historia personal en que en diversos momentos de la vida hemos vivido con
especial intensidad en nuestra vida la misericordia del Señor. Todos hemos
tenido alguna vez noches oscuras, momentos oscuros de nuestra vida, momentos en
que nos hemos sentido rotos por dentro pero que un día apareció de nuevo la luz
en nuestra vida para recomenzar a vivir de forma distinta. Esas experiencias de
Dios que hemos tenido no las podemos olvidar de ninguna manera porque han
marcado nuestra vida y porque siguen siendo motores que nos ayuda a vivir en la
fidelidad y en el amor.
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