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jueves, 9 de enero de 2020

‘Ánimo, soy yo, no temáis’, ¡qué palabras más bonitas y qué sensación de paz podemos de nuevo sentir desde esas situaciones de miedos y temores que nos aparecen tantas veces


‘Ánimo, soy yo, no temáis’, ¡qué palabras más bonitas  y qué sensación de paz podemos de nuevo sentir desde esas situaciones de miedos y temores que nos aparecen tantas veces!

1Juan 4, 11-18; Sal 71; Marcos 6, 45-52
Hay ocasiones en que se nos mete el miedo en el cuerpo, como solemos decir, aunque bien sabemos que es algo mucho más hondo. Físicamente hasta nuestro cuerpo se sienten aturdidos y los temores nos hacen ver más densas las sombras. Pudiera ser incluso después de experiencias muy intensas y reconfortantes pero cuando todo aquello pasa nos viene un vació y una soledad que nos llena de temores. ¿Sería todo un sueño? ¿Sucedió en realidad? ¿Por qué ahora nos sentimos solos? Porque esa soledad la sentimos incluso aunque físicamente haya personas cerca, porque es algo que llevamos o sentimos por dentro.
El miedo y el temor nos hacen sentirnos cada vez más desorientados y sin rumbo y nuestra imaginación se nos llena de fantasías que no son en la mayoría de las ocasiones nada estimulantes sino todo lo contrario. El miedo nos hace barruntar siempre lo peor y ya nos vemos envueltos en no sé cuantas catástrofes y calamidades. Al final aquello que pudiera ser un rayo de luz también nos confunde y hace que nuestros temores aumenten.
Un problema que un día nos apareció y nos sentíamos acosados por todas partes; el miedo a no saber enfrentarnos hace que nos encerremos más en nosotros mismos y no contemos con nadie; las posibles soluciones nos parecen imposibles aunque parezca un contrasentido pero es que la oscuridad de nuestra mente lo revuelve y lo confunde todo. Seguramente en alguna ocasión nos habremos visto envueltos en situaciones así sin saber darle salida.
No era quizá un problema tan existencial el que podían estar pasando los discípulos en aquella travesía del lago que se les estaba haciendo tan costosa. Para ellos sin embargo ahora era un problema el que tenían.  Se mezclaban muchas cosas. El viento en contra les impedía avanzar y las sombras de la noche lo envuelven y lo confunden todo. Pero ellos que siempre habían estado con el Maestro, ahora El se había querido quedar en tierra donde lo de la multiplicación de los panes e iban solos en la barca hacia la otra orilla. Es cierto que le tenían miedo al lado, aunque allí iban avezados pescadores, pero de todos eran conocidas las tormentas que con facilidad se desataban sobre el lago. Y esos peligros aumentaban sus miedos. Ahora hasta les parecía ver fantasmas.
Jesús se había quedado en la orilla para despedir a la gente y luego se había metido monte arriba buscando la soledad para la oracion. Pasada media noche sabiendo lo que les estaba pasando a los que iban en la barca decidió ir a su encuentro andando sobre el agua. Era el fantasma que ellos creían ver. ‘Animo, soy yo, no temáis’, fueron las palabras de Jesús. El estaba con ellos ya en la barca y la calma volvió por todas partes, en el viento del lago que cesó pero cuanto más en el corazón de los discípulos que se sentían solos y con tantos miedos dentro de ellos. Y es que ‘ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada’. Eran muchas las cosas que se iban sucediendo y aun no terminaban de comprenderlo todo.
Animo, soy yo, no temáis’, ¡qué palabras más bonitas  y qué sensación de paz se puede sentir dentro del corazón! Pensemos de nuevo en esas situaciones de miedos y temores como comenzábamos recordando, pero que en medio de ese torbellino escuchemos la voz de Jesús. Como un día María Magdalena a la entrada del sepulcro vacío. Como los apóstoles en el cenáculo la tarde de aquel primer día de la semana que era como la tarde del primer día de la nueva creación.
‘Soy yo, no temáis’, y sentiremos la mano de Jesús sobre nuestro hombro cuando nos sentimos hundidos, o vemos la mano tendida de Jesús que nos quiere levantar después de nuestras caídas, o le veremos caminar a nuestro lado queriendo hacer arder de nuevo nuestro corazón cuando nos sentimos desilusionados y desesperanzados, tantas veces que Jesús vendrá a nuestro encuentro y hemos de saber verle, sentir su presencia junto a nosotros caldeando de nuevo nuestro corazón con su amor.

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