‘Ánimo, soy yo, no temáis’, ¡qué palabras más bonitas y qué sensación de paz podemos de nuevo
sentir desde esas situaciones de miedos y temores que nos aparecen tantas
veces!
1Juan 4, 11-18; Sal 71; Marcos 6, 45-52
Hay ocasiones en que se nos mete el
miedo en el cuerpo, como solemos decir, aunque bien sabemos que es algo mucho
más hondo. Físicamente hasta nuestro cuerpo se sienten aturdidos y los temores
nos hacen ver más densas las sombras. Pudiera ser incluso después de
experiencias muy intensas y reconfortantes pero cuando todo aquello pasa nos
viene un vació y una soledad que nos llena de temores. ¿Sería todo un sueño? ¿Sucedió
en realidad? ¿Por qué ahora nos sentimos solos? Porque esa soledad la sentimos
incluso aunque físicamente haya personas cerca, porque es algo que llevamos o
sentimos por dentro.
El miedo y el temor nos hacen sentirnos
cada vez más desorientados y sin rumbo y nuestra imaginación se nos llena de fantasías
que no son en la mayoría de las ocasiones nada estimulantes sino todo lo contrario.
El miedo nos hace barruntar siempre lo peor y ya nos vemos envueltos en no sé
cuantas catástrofes y calamidades. Al final aquello que pudiera ser un rayo de
luz también nos confunde y hace que nuestros temores aumenten.
Un problema que un día nos apareció y
nos sentíamos acosados por todas partes; el miedo a no saber enfrentarnos hace
que nos encerremos más en nosotros mismos y no contemos con nadie; las posibles
soluciones nos parecen imposibles aunque parezca un contrasentido pero es que
la oscuridad de nuestra mente lo revuelve y lo confunde todo. Seguramente en
alguna ocasión nos habremos visto envueltos en situaciones así sin saber darle
salida.
No era quizá un problema tan
existencial el que podían estar pasando los discípulos en aquella travesía del
lago que se les estaba haciendo tan costosa. Para ellos sin embargo ahora era
un problema el que tenían. Se mezclaban
muchas cosas. El viento en contra les impedía avanzar y las sombras de la noche
lo envuelven y lo confunden todo. Pero ellos que siempre habían estado con el
Maestro, ahora El se había querido quedar en tierra donde lo de la
multiplicación de los panes e iban solos en la barca hacia la otra orilla. Es
cierto que le tenían miedo al lado, aunque allí iban avezados pescadores, pero
de todos eran conocidas las tormentas que con facilidad se desataban sobre el
lago. Y esos peligros aumentaban sus miedos. Ahora hasta les parecía ver
fantasmas.
Jesús se había quedado en la orilla
para despedir a la gente y luego se había metido monte arriba buscando la
soledad para la oracion. Pasada media noche sabiendo lo que les estaba pasando
a los que iban en la barca decidió ir a su encuentro andando sobre el agua. Era
el fantasma que ellos creían ver. ‘Animo, soy yo, no temáis’, fueron las
palabras de Jesús. El estaba con ellos ya en la barca y la calma volvió por
todas partes, en el viento del lago que cesó pero cuanto más en el corazón de
los discípulos que se sentían solos y con tantos miedos dentro de ellos. Y es
que ‘ellos estaban en el colmo
del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente
embotada’. Eran muchas
las cosas que se iban sucediendo y aun no terminaban de comprenderlo todo.
‘Animo,
soy yo, no temáis’, ¡qué palabras más bonitas y qué sensación de paz se puede sentir dentro
del corazón! Pensemos de nuevo en esas situaciones de miedos y temores como comenzábamos
recordando, pero que en medio de ese torbellino escuchemos la voz de Jesús.
Como un día María Magdalena a la entrada del sepulcro vacío. Como los apóstoles
en el cenáculo la tarde de aquel primer día de la semana que era como la tarde
del primer día de la nueva creación.
‘Soy
yo, no temáis’, y sentiremos la mano de Jesús sobre nuestro hombro cuando nos sentimos
hundidos, o vemos la mano tendida de Jesús que nos quiere levantar después de
nuestras caídas, o le veremos caminar a nuestro lado queriendo hacer arder de
nuevo nuestro corazón cuando nos sentimos desilusionados y desesperanzados,
tantas veces que Jesús vendrá a nuestro encuentro y hemos de saber verle,
sentir su presencia junto a nosotros caldeando de nuevo nuestro corazón con su
amor.
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