Siempre
hay algo nuevo que hacer, siempre hay algo bueno que va a surgir y vamos a
terminar disfrutando de todo eso bueno que va surgiendo en el corazón
1Juan 4, 7-10; Sal 71; Marcos 6, 34-44
Absortos estamos en aquello que nos
gusta, que es de nuestro agrado, con lo que estamos disfrutando cuando lo
hacemos, de manera que se nos pasa el tiempo y ni nos damos cuenta. Bien porque
miramos el reloj y nos damos cuenta de cuanto tiempo ha pasado o porque llama
nuestra atención por cualquier motivo se nos irían las horas disfrutando de
aquellos momentos, de aquel entretenimiento en que nos habíamos metido o de
aquel trabajo que tantas satisfacciones interiores nos produce. Qué importante
que disfrutemos de aquello que hacemos, que disfrutemos de nuestro trabajo.
Algo así le estaba pasando a Jesús en
aquella ocasión. Habían llegado a un descampado porque quería irse a solas con
sus discípulos más cercanos, pero se encontraron con una multitud que les
estaba esperando. ‘Sintió lástima’, nos dice el evangelista, eran como
ovejas descarriadas, como ovejas que no tienen pastor que les ofrezca buenos
pastos. Y allí se puso Jesús a hablar, a enseñarles, a escuchar sus cuitas y
sus dolores, a curar a los enfermos; la gente no se separaba de Jesús y el
tiempo pasaba; se sentían todos a gusto, Jesús y la gente que lo escuchaba.
Vendrán los discípulos con un toque de
atención, a decir que se hace tarde, que va a caer la noche y que están lejos,
que no tienen nada para que coma toda aquella gente. ‘Dadles vosotros de
comer’, les dice Jesús.
Son muchos los detalles en los que
podemos fijarnos aparte de ese disfrutar de la presencia de Jesús por parte de
aquella gente y del disfrutar de Jesús atendiendo y escuchando a aquella gente.
En los discípulos más cercanos ya se iban gestando otros nuevos sentimientos,
aparece la preocupación por los demás y aparece la solidaridad aunque aun no
saben hasta donde les llevará. Pero andan preocupados por aquella gente. Pero
aparece un nuevo detalle, Jesús quiere que sean ellos los que le den de comer,
que se las ingenien, que tomen iniciativas, que busquen hasta por donde no
haya, pero que encuentren la solución. Es fácil decir que las cosas andan mal,
es fácil decir que estamos en una situación peligrosa; no es tan fácil
encontrar la solución, no es tan fácil que comencemos a comprometernos, que
comencemos a buscar soluciones, a encontrar alguien a nuestro lado que nos
ayude, que nos abra puertas, que nos abra los ojos.
Ahora había solamente cinco panes y dos
peces y la multitud era grande. Aquello no parece que sea la solución, como
tantas veces que nos encontramos con las manos vacías, que nos sentimos
incapaces, que no vemos qué es lo que podamos hacer con aquello poco que
tenemos. Pero ya se ha desbordado el camino de la solidaridad, ya se han
abierto nuevas puertas y allí está Jesús que nos ayudará con su gracia y su
poder a que los problemas se puedan solucionar.
Al final aquella multitud comió hasta
saciarse y hasta recoger cestos de pan con lo que había sobrado. Como tantas
veces vemos que se desborda la generosidad cuando pensábamos que no había y las
cosas se solucionan y la gente se implica, y comienzan a aparecer actitudes
nuevas. Cómo tenemos que ir dejándonos conducir por esa generosidad que aparece
en un momento dado en el corazón y que nos la da el Espíritu del Señor que es
nuestra fuerza y nuestra vida. No nos podemos ya quedar cruzados de brazos ni
derrotados porque los problemas nos parezca que son muchos y superan nuestra
capacidad. Siempre hay algo nuevo que hacer, siempre hay algo bueno que va a
surgir y vamos a terminar disfrutando de todo eso bueno que va surgiendo en el
corazón.
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