Un corazón limpio de maldad nos hará tener una mirada limpia para conocer a Dios y para reconocer en los otros a unos hermanos con quienes hacemos el camino de la vida
Génesis
2,4b-9.15-17; Sal 103; Marcos 7,14-23
Hay una frase que casi como una muletilla le escuchamos decir a Jesús
muchas veces, ‘el que tengo oídos para oír, que oiga’. Sobre todo en
momentos en que Jesús nos dice cosas que nos pueden dejar desconcertados y bien
sabemos que muchas veces oímos lo que queremos oír. Pasamos por el filtro de nuestra
subjetividad muchas cosas, y aquello que no nos conviene no lo oímos, no lo
queremos oír, o nos desentendemos de ello como si no lo hubiéramos escuchado.
Las cosas que dan origen a lo que Jesús hoy quiere trasmitirnos quizá
a la gente del mundo de hoy poco les pueda decir; eso de comidas puras o
impuras, cosas que nos entren por la boca y nos hagan daño espiritualmente nos
suena hoy quizá como a cosas trasnochadas, aunque tendríamos mejor que fijarnos
en el mensaje que Jesús nos quiere trasmitir. Sin embargo en eso de las comidas
bien que nos hacemos distinciones hoy, o muchos se las hacen, los vegetarianos
en contra de todo lo que signifique carne de animales, los que nos dicen y
repiten en las redes sociales que si tal alimento produce esto o produce lo
otros, cosas así estamos viendo, sin embargo todos los días.
Pero vayamos al mensaje que Jesús nos quiere trasmitir. Frente a
aquellos que en sus reglas y minucias habían establecido lo de los alimentos
puros e impuros Jesús nos viene a decir que lo malo es lo que llevamos dentro.
La maldad o la bondad salen de nuestro corazón.
Es cierto que muchas cosas pueden influir en nosotros y una buena educación y
formación nos ayudará a cultivar lo bondad en nosotros y todos los valores
buenos, pero bien sabemos también de los desordenes que salen de dentro de
nosotros cuando nos dejamos arrastrar por la pasión, ya sea la ira o el
desamor, ya sean las violencias o los malos deseos que podamos tener contra los
otros.
‘Lo que sale de dentro, eso
sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos
propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,
injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.
Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro’.
Ese corazón puro y limpio es lo
que tenemos que buscar. Es lo que nos hará merecer la bienaventuranza. ‘Dichosos
los limpios de corazón porque ellos verán a Dios’. Que tengamos ese corazón
puro, limpio de malicias y de malos deseos. Nos hará tener una mirada nueva,
una mirada limpia, como nos dice la bienaventuranza podemos ver a Dios, podemos
conocer a Dios.
Es más, con un corazón limpio
tendremos una mirada limpia para ver de forma nueva a los demás. Será una
mirada no pasada por el cristal manchado de malicia y podemos ver en el otro a
un hermano a quien amar, con quien compartir, con quien hacer el camino de la
vida, de quien siempre podemos aprender, a quien queremos hacer feliz y que nos
hará felices también a nosotros, con quien podemos construir ese mundo nuevo.
Es el gran mensaje, la gran
lección que el Señor quiere trasmitirnos hoy. Sembremos esa buena semilla en
nuestro corazón, en nuestra vida y en nuestro mundo. Abramos bien nuestros
oídos para oír y entender lo que el Señor quiere decirnos.
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