Busquemos de verdad lo que es más importante, el reino de Dios y su justicia que lo demás vendrá como añadidura.
Génesis 1,20–2,4ª; Sal 8; Marcos 7,1-13
En el mundo de hoy, y creo que así ha sido de alguna manera en todos
los tiempos, nos encontramos con personas que pasan de todo y que no quieren,
en nombre de su libertad personal dicen, tener su vida sujeta por ninguna norma
o precepto, sino que simplemente hacen o quieren hacer aquello que les apetezca
o que en su subjetividad les parezca que es bueno, sin importarle, repito,
ninguna regla, norma o mandamiento, sin importarle ningún principio ético
superior.
Por el contrario nos encontramos también la gente minuciosa, que está
pendiente del más mínimo detalle a ver hasta donde puede llegar y desde no puede
pasarse, y quizá se están fijando sobre todo en reglas o preceptos menos
importantes, dejando quizá a un lado lo que habría que considerarse
verdaderamente fundamental. Son los amantes de los reglamentos minuciosos que
se convierten en verdaderos protocolos que se cumplen con toda rigidez. Y hemos
de reconocer que muchas veces entre los cristianos y entre gente de iglesia y
hasta organizaciones de la Iglesia sucede algo así. ¿Estaremos de verdad en el
espíritu del evangelio?
Como decíamos antes, son cosas que han sucedido en todos los tiempos,
pero que nosotros cuando leemos el evangelio tenemos que traducirlo a nuestras
situaciones concretas, a lo que de alguna manera nos sucede hoy. Siempre el
evangelio es luz, luz que nos ilumina en nuestras oscuridades concretas, en las
dudas que nos puedan surgir, en esos rincones más oscuros de nuestra vida que
en ocasiones nos cuesta reconocer. Una tentación fácil que hoy también
podríamos tener es quedarnos en lamentar las cosas que sucedían entonces pero
sin saber aplicar el mensaje de Jesús a nuestra situación concreta de hoy.
El evangelio de hoy parte de aquellas normas estrictas que tenían los judíos
y que de alguna manera la secta de los fariseos en cierto modo quería imponer
como norma y ley estricta en las costumbres del pueblo en relación al ayuno, al
tema de la purificación que se les quedaba reducida en si lavarse las manos o
no cuando volvían a sus casas o cuando iban al templo a la oración, minucias a
las que les daban excesiva importancia.
No están tan lejos de nosotros las costumbres de los ayunos y las
vigilias a cumplir a rajatabla que decíamos para hacer penitencia, pero que
mientras nos privábamos de un alimento determinado, quizá nos complacíamos con
otros más exquisitos; no está lejos aquello del ayuno eucarístico en que ni
agua podíamos tomar después de la media noche para poder ir a comulgar, y si fallábamos
en eso lo considerábamos una falta muy grande; cuantas conciencias atormentadas
por esas minucias, mientras quizá pasábamos junto al necesitado y no le ayudábamos
en nada ni siquiera le mirábamos o teníamos una palabra de saludo para él. ¿Qué
era lo más importante que teníamos que hacer?
Tenemos que descubrir la verdadera libertad que el evangelio nos viene
a traer. Ya lo anunciaba Jesús en la sinagoga de Nazaret, que venia lleno del
Espíritu del Señor a liberar a los oprimidos, ¿no será esa libertad interior la
que Jesús en verdad quiere ofrecernos?
Sintamos la libertad que Jesús nos ofrece allá en lo más hondo del corazón y
busquemos de verdad lo que es más importante, el reino de Dios y su justicia
que lo demás vendrá como añadidura.
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