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lunes, 6 de febrero de 2017

colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos

También Jesús llega a nuestra vida y se deja tocar por nosotros para llenarnos de una nueva vida si sabemos acercarnos al hermano que sufre a nuestro lado

Génesis 1,1-19; Sal 103; Marcos 6,53-56
Como muestra de nuestro saludo lleno de paz y de buenos deseos ofrecemos la mano a aquel con quien nos encontramos y con quien vamos a compartir algo, aunque solo sean unos momentos de nuestro tiempo. Es señal de buena educación el ofrecer nuestra mano sin ningún tipo de guante, sino nuestra mano y limpia y desnuda pero también de esos deseos de paz; no llevamos en ella ningún arma ni ninguna cosa que pudiera dañar a nuestro contrincante o a aquel con quien nos encontramos pero que es signo también de nuestros buenos deseos que llevamos allá dentro de nosotros mismos.
En la corrección de la vida normalmente no tocamos a nadie, pero si en un momento nos sentimos tocados nos ponemos como en alerta pues sería señal de algo salvo que sea inadvertido o no querido; puede ser un toque de atención, una llamada de alguna manera, un deseo de cercanía, una muestra de confianza, una súplica de auxilio, de muchas maneras lo podemos interpretar.
Ese tender la mano, ese tocar a alguien, como estamos expresando, puede significar muchas cosas, en ese ofrecimiento quizá que hacemos de nosotros mismos, como dicen hoy de trasmitirle nuestra energía. Cuánto sentimos dentro de nosotros mismos cuando recibimos un abrazo alguien como muestra de cariño y amistad, como signo de confianza, como expresión de que cuentan con nosotros seamos como seamos. Por eso la imposición de manos puede significar el confiar una misión, el trasmitir algo de si mismo o un buen deseo o una bendición.
El evangelio nos habla hoy de la llegada de Jesús y los discípulos después de la travesía que habían hecho por el lago a Genezaret; allí fueron reconocidos por la gente y comenzó un recorrido de Jesús por aquellos lugares, por aquellas aldeas donde la gente salía a su encuentro trayéndole los enfermos para que los curase. Le pedían poder al menos tocarle para así curarse, como aquella mujer que en otro lugar del evangelio contemplamos tocando a hurtadillas el manto de Jesús por detrás. Todos los que lo tocaban se curaban, nos dice el evangelista.
Jesús no rehúsa ese contacto físico. Ya le veremos en ocasiones que será El  quien toque al leproso, toque los ojos del ciego, los oídos y lengua del sordomudo o tienda su mano para levantar al paralítico. Quiere que esos gestos tengan un profundo significado de fe. Es algo más que una curación física lo que Jesús está ofreciendo. Jesús quiere despertar la fe en aquellos que le escuchan y se acercan a El pero para que no solo sea la salud que recuperen sino que se manifieste en unas nuevas actitudes de vida. Es la salvación que Jesús nos ofrece que nos pone siempre en camino de algo nuevo, de la vivencia del Reino de Dios.
Quizá alguna vez en nuestra mente o en nuestro corazón haya aparecido también ese deseo de ese contacto personal y hasta físico con Jesús, si estuviera en nuestra mano. Sí podemos sentir esa presencia de Jesús en nosotros por nuestra fe. Sí podemos llegar a ese encuentro íntimo y profundo con el Señor en nuestra unión con El en la comunión Eucarística. Sí podemos sentir esa presencia viva del Señor junto a nosotros en el hermano, y sobre todo en el hermano que sufre. Yo estaré con vosotros todos los días, nos prometió y esa presencia llena de vida y que nos llena de vida no nos faltará.

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