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lunes, 13 de mayo de 2013


Una auténtica confesión de fe en el Espíritu Santo

Hechos, 19, 1-8; Sal. 67; Jn. 16, 29-33
Estamos en el tercer viaje de san Pablo, y tras atravesar toda la meseta de Asia Menor llega a Éfeso, una ciudad muy importante en el mundo antiguo grecorromano por su cultura y por sus riquezas. Allí había estado Apolo, del que escuchamos hablar en días anteriores que ahora había marchado a Corinto.
Ahora cuando Pablo pregunta al grupo de discípulos que se encuentra en Éfeso si han recibido el Espíritu Santo, ni siquiera han oído hablar del Espíritu Santo. Ellos solo habían recibido el bautismo de Juan, que solo era un primer signo de conversión como preparación para el que había de venir, como preparación para la llegada de Jesús. Aquellos discípulos de Éfeso no habían llegado a ese momento de la conversión. Y sucede algo semejante a lo que le sucedió a Apolo que aunque hablaba de Jesús sin conocer plenamente a Jesús como para convertirse a El. Es la tarea que Pablo ahora realizará con aquellos discípulos de Éfeso hasta llegar al Bautismo. Cuando son bautizados ‘bajó sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar’.
Seguimos haciendo el recorrido de los viajes de Pablo y contemplando su intensa tarea evangelizadora. Poco a poco se irá propagando el Evangelio por la fuerza del Espíritu que es el que conduce a la Iglesia, el que está en el corazón de aquellos apóstoles y misioneros para sentir su fuerza para la obra que han de realizar.
Esta acción del Espíritu en la vida de la Iglesia nos viene muy bien el considerarla, el reflexionar sobre ello; por una parte en esta última semana de Pascua, en las vísperas ya de la celebración de Pentecostés, que nos ayude a prepararnos debidamente para esa gran fiesta del Espíritu que vamos a celebrar. Y por otra parte para que seamos en verdad conscientes de quien es el que guía la vida de la Iglesia.
Hay varias tentaciones que nosotros podemos sufrir también. La primera, por empezar por alguna parte, el que no demos importancia a la acción del Espíritu en nuestra propia vida, porque quizá tengamos un gran desconocimiento sobre el Espíritu Santo. Damos por sentado que lo conocemos, cuando recitamos el credo para profesar nuestra fe, por supuesto hacemos mención del Espíritu Santo, pero para nosotros, como lo fue para aquellos discípulos de Éfeso, sea también el gran desconocido.
A lo más, como le sucede a algunos se les puede quedar en una devoción más para personas piadosas que igual que le tienen devoción a una determinada imagen de la Virgen o a cualquier santo, ahora, podríamos decir, está de moda también tener devoción al Espíritu Santo. Iremos reflexionando estos días preparatorios a Pentecostés sobre ello.
Y por otra parte en referencia a la acción del Espíritu en la vida de la Iglesia, nos sucede algo parecido. Muchas veces nos hacemos nuestros juicios sobre lo que sucede en la Iglesia o lo que es la vida de la Iglesia, y parece que anduviésemos con parámetros no solo demasiado humanos sino cargados hasta de unos tintes de interés político. Así incluso cuando se hablaba de la elección del nuevo Papa ahora recientemente, para muchos carentes de fe, y de una verdadera fe con sentido eclesial, les podría parece que la elección del Papa era como una carrera electoral a la manera de lo que es la vida política.
Es cierto que la Iglesia está constituida por hombres, pero siempre con ojos de fe tenemos que ver todo lo que sucede a la Iglesia y es ahí donde tenemos que saber descubrir la acción de Dios, la guía del Espíritu Santo que es el que verdaderamente conduce la vida de la Iglesia, aunque se valga de nosotros los hombres.
Volvemos a repetir lo que decíamos; que no nos suceda como a aquellos discípulos de Éfeso que decían a la pregunta de Pablo: ‘Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo’. No olvidemos el credo de nuestra fe: ‘creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas…’ Que sea auténtica nuestra confesión de fe y en este año de la fe en que estamos nos sirva para una renovación de esa confesión de fe y en una profundización en todo el misterio del Espíritu Santo.

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