Eclesiastés, 3, 1-11;
Sal. 143;
Lc. 9, 18-22
Hoy como ayer la presencia de Jesús en medio de los hombres es una pregunta ‘¿Quién soy yo?’ Jesús no nos deja indiferentes. Ante El tenemos que tomar partido. Su presencia es un interrogante que sentimos muy fuerte por dentro. Lo han sentido los hombres de todos los tiempos, aunque muchas veces se quiera acallar o nos volvamos contra El.
En los versículos anteriores a lo escuchado hoy en san Lucas – le leíamos ayer – Herodes también se pregunta: ‘¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?’ Es que oía cosas muy diferentes, y quizá porque le atormentaba la conciencia por haber mandado decapitar a Juan, se sentía mucho más confuso ‘y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que eran Juan Bautista que había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas’.
Es la respuesta semejante que dan los discípulos a Jesús cuando les pregunta: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ La respuesta está calcada en lo dicho anteriormente. Pero Jesús sigue interrogando con mayor profundidad porque no sólo quiere que le digan los discípulos lo que dice la gente, sino lo que piensan ellos mismos que tanto han estado con Jesús.
‘Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios. Y El les prohibió terminantemente decírselo a nadie’. Decir que Jesús era el Mesías podía tener muchas interpretaciones, y más en aquellos momentos pre-mesiánicos que vivía el pueblo que se sentía bajo el yugo opresor del dominio extranjero. Necesitaban un Mesías que los acaudillara para alcanzar la liberación de Israel. Incluso alguno de los discípulos, de los que formaban parte del grupo de los Doce, era del partido de los Zelotas, un movimiento revolucionario en medio de Israel.
Jesús les prohibe pero les explica el verdadero sentido de su mesianismo. ‘El Hijo del hombre…’ comienza a decirles empleando una expresión que ya había utilizado el profeta Daniel. Hablaba el profeta del Hijo del Hombre que vendría entre las nubes del cielo. Esta expresión ahora en labios de Jesús con esa resonancia del profeta viene a explicar la más hondo personalidad de Jesús. El la volverá a emplear más tarde cuando esté ante el Sanedrín y le pregunte el Sumo Sacerdote con toda autoridad si El es el Hijo de Dios. ‘Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo’.
Sí, es el Mesías, es el Hijo de Dios vivo, como responde Pedro. Pero es ‘el Hijo del Hombre, el que va a venir entre las nubes del cielo’, pero el que ‘tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, y ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Cuando lo proclame ante el Sanedrín, los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados lo juzgarán blasfemo y reo de muerte y seré el comienzo del proceso entregándolo a los gentiles para ser ejecutado, pero también para resucitar al tercer día, para que se realice plenamente la Pascua en Jesús, la Pascua de Jesús para nuestra salvación.
Nos preguntamos quién es Jesús, y ante El tenemos que tomar partido. Creemos en El y de El esperamos la salvación. Le damos nuestro sí y queremos para siempre ser sus discípulos. Nos ponemos a su lado y hacemos nuestra su Pascua, porque para siempre ya participaremos de su muerte y resurrección. Tomamos partido por Jesús y ya nuestra vida no puede ser igual. Que cuando venga el Hijo de Hombre con todo poder y gloria nos haga participar ya para siempre de la heredad del Reino que el Padre nos tiene preparado.
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