1Jn. 1, 5-2,2;
Sal. 148;
Lc. 10, 38-42
‘Hiciste arder de amor divino a santa Catalina de Siena en la contemplación de la pasión de la pasión de tu Hijo y en su entrega al servicio de la Iglesia…’ Así define las liturgia la santidad de Santa Catalina de Siena a quien la Iglesia reconoce como doctora por la sublimidad de su enseñanza mística y como Patrona de Europa por la importancia que tuvo su figura en aquellos años difíciles para la Iglesia y para la misma Europa.
Una mujer encerrada tras los muros de un monasterio de vida contemplativa y que además murió muy joven, sin embargo tuvo una influencia decisiva en la vida de la Iglesia, en la vuelta del Papa a Roma tras los largos años de Avignon como sólo un alma grande y santa podría realizar.
Lo importante, podríamos decir, fue su santidad. Se consagró al Señor muy joven en la Orden dominicana contemplativa. En la contemplación de la pasión de Cristo, decíamos en la oración, creció en su espíritu y sobresalió en la contemplación del misterio de Cristo y así en su espíritu de oración pudo llegar a altas cotas de contemplación y santidad. Lo que no la hacía ajena a los problemas de la Iglesia y de su tiempo, por lo que vivió ese intenso servicio a la Iglesia impulsando reformas de costumbres y una vida santa en todos.
Cómo tendríamos que aprender a empaparnos así de la vida de Cristo que nos llena de su gracia. Cómo contemplando la pasión de Cristo que es contemplar su amor sin límites, su amor infinito por nosotros, nos sentimos impulsados para arrancarnos del pecado, para purificar más y más nuestra vida, para que así resplandezca la gracia del Señor en nosotros, y así brille nuestra santidad.
Nos cuesta porque somos como esos objetos valiosos que, porque no hemos sabido cuidar debidamente, se van ennegreciendo, perdiendo su brillo y resplandor y pronto podremos confundirlos con objetos de poco valor. Los limpiamos, los pulimos, arrancamos esa suciedad y negrura y nos daremos cuenta de su brillo y valor.
Así nosotros, que valemos nada menos que la dignidad de hijos de Dios con que el Señor nos ha dotado en nuestro bautismo y además el valor infinito de la sangre de Cristo con la que hemos sido rescatados. Pero dejamos ennegrecer nuestra vida con el pecado, la frialdad, la indiferencia, la desgana espiritual y perdemos ese brillo de la gracia. Que aprendamos a purificarnos, a buscar ese brillo de la santidad en nuestra vida.
¿Cómo hacer? Hoy en el evangelio hemos visto a las dos hermanas de Betania alrededor de Jesús cada una en su función y que ambas tanto nos pueden enseñar. María, a los pies de Jesús, bebiéndose sus palabras, absorta en el disfrute de la presencia de Cristo allí en su hogar es el ejemplo para nuestra oración, para nuestra unión grande y profunda con el Señor. Y Marta, desviviéndose en el servicio, para atender de la mejor manera que podía y sabía al Señor.
Desviviéndose en el servicio que es desviviéndose en el amor, el amor al hermano, al que está a nuestro lado, al pobre que sufre de muchas carencias o al que tiene mucha necesidad, o al que se siente solo y abandonado porque ahí está el Señor. Desviviéndose en el servicio, tenemos que decir con el ejemplo de Santa Catalina de Siena, que es el amor a la Iglesia, amándola, defendiéndola, orando por ella, siendo buenos hijos de la Iglesia, prestando nuestro servicio de amor a la comunidad.
Es el camino que hoy nos pide quizá el Señor. ‘Concédenos vivir asociados al misterio de Cristo para que podamos llenarnos de alegría en la manifestación de su gloria’.
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