Dios ha querido encarnarse en nuestra humanidad con su historia de luces y sombras para que aprendamos a sentir cómo en Jesús somos dignificados a una vida nueva
Génesis 49, 1-2. 8-10; Salmo 71; Mateo 1, 1-17
Seguramente en alguna ocasión hemos querido averiguar quienes son nuestros ascendientes, porque habitualmente lo más que conocemos son nuestros padres y nuestros abuelos y hemos querido saber y hemos acudido a registros civiles o parroquiales para intentar hacer nuestro árbol genealógico en una mayor o menor amplitud viendo de paso también de dónde proceden nuestras familias en las distintas generaciones. Es nuestra historia decimos, guste o no nos guste, tenga sombras y también por supuesto con sus luces, estando ahí reflejada la vida de nuestros ascendientes donde ahora nosotros pondremos nuestra parte con lo que somos o con lo que dejamos a quienes nos sigan en la vida. Es bonito, para muchos muy importante, es una realidad con la que hemos de contar y que ha hecho lo que ahora y hoy somos.
Cuando comenzamos esta última semana de preparación para la Navidad la liturgia nos ofrece hoy el árbol genealógico de Jesús, en este caso, según el relato del evangelio de san Mateo. Un detalle importante que tuvieron muy en cuenta las primeras comunidades cristianas, y sobre todo en el caso del evangelio de San Mateo que nos quiere plasmar como en Jesús se cumple lo anunciado por los profetas. La elaboración de la genealogía de Jesús no nos la podemos tomar como un hecho histórico construido de manera científica en que uno hubieran más generaciones en el periodo descrito, pero sí quiere manifestarnos ese entronque de Jesús con el pueblo judío y con la historia de la salvación que en Jesús va a tener precisamente su momento culminante. Viene a decirnos cómo en ese pueblo y en esa familia con su historia también con sus luces y con sus sombras vino a encarnarse el Hijo de Dios para nuestra Salvación.
Como nos dirá san Lucas, como ya escucharemos, plantó su tienda entre nosotros, en nuestra humanidad y en nuestra historia, tal como somos y cómo anhelaríamos ser, porque vino a hacerse uno como nosotros para levantarnos con El. Es la maravilla de la Encarnación que vamos a celebrar y en lo que iremos meditando mucho en estos días. Toma nuestra carne, toma nuestra historia, toma nuestra vida y nos redime, nos eleva de los abismos donde nos hemos hundido y nos llena de luz cuando en tantas sombras y tinieblas nos hemos envuelto. Toma nuestra carne, siendo Dios y hombre verdadero, pero para divinizarnos a nosotros porque va a hacernos partícipes de una nueva vida, nos hace participar de su vida, nos hace hijos de Dios.
Es la maravilla de la Encarnación que nosotros nos eleva. Es la maravilla de la Encarnación que nos hace descubrir unos caminos nuevos, un nuevo sentido de nuestro vivir, pero que es una nueva y distinta mirada que hemos de tener desde ahora a ese mundo que nos rodea y a esos hombres y mujeres que con su historia caminan a nuestro lado.
Nos hace mirar nuestra humanidad tan llena de barro a veces por la tierra que vamos pisando pero que desde que Jesús tomó nuestra carne nosotros hemos de aprender a vivir de una manera nueva, porque en Jesús nos sentimos lavados, en Jesús nos sentimos transformados, en Jesús nos sentimos con una nueva vida. Tenemos que ser distintos, tendremos que elevarnos por encima de esas sombras que tantas veces nos envuelven y tenemos que comenzar a reflejar una nueva luz, no podemos ya vivir encerrados en nosotros mismos porque el amor ha abierto una nueva puerta en nuestra vida para ir a los demás, para mirar a los demás, para caminar con los demás.
Lejos de nosotros ya para siempre esas miradas que discriminan, lejos de nosotros ese fijarnos en los demás nada más que para ver sombras; están caminando en mismo barro que nosotros pero en ellos tenemos que contemplar también ese misterio de la Encarnación de Dios, que tomó nuestra carne llena de barro pero para lavarnos y dignificarnos; en lo que tenemos que sentir que en los otros también se está realizando, en lo que nosotros con nuestra aceptación y respeto también tenemos parte porque estar para levantar y no para hundir, estamos para poner luz y no para resaltar oscuridades, estamos para amar y crear comunión y nueva fraternidad no para distinciones o discriminaciones.
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