¿Seremos
los que decimos que tenemos muchas cosas que hacer pero al final no hacemos
nada, que somos amigos de mis amigos pero nunca hermano de todos?
Sofonías 3,1-2.9-13; Salmo 33; Mateo
21,28-32
Con qué facilidad decimos bonitas
palabras y hacemos propósitos de buenos deseos. Escuchamos a alguien con sus
sueños de grandes proyectos y sin pensárnoslo mucho ha estamos asintiendo
espontáneamente apuntándonos a esos futuros éxitos de esas cosas grandes e
importantes que ya estamos soñando realizar. No hace falta ni que nos pregunten
para ya nosotros estar dando el paso adelante apuntándonos a todo eso que nos
dicen. Pero pasa el tiempo, pasan los días ¿y qué ha quedado de toda aquella
admiración que sentíamos por los proyectos que nos presentaban, por esos nuevos
planes que nos hacíamos para llevarlos a cabo? Como se suele decir ‘si te vi.
no me acuerdo’.
Nos quejamos y decimos que estamos
cansados de tantas promesas y de tantos proyectos maravillosos que nos ofrecen
nuestros dirigentes. Es una de las críticas más frecuentes y son las
insatisfacciones más dolorosas, porque en un momento puntual, cuando quizás se
estaba pasando por unas circunstancias dolorosas todo eran promesas y aquello
se iba a resolver pronto, y las cosas al final incluso iban a estar mejor. Estamos
cansados de esas promesas.
Pero que no sea solo la queja que
tengamos contra los demás, sino mirémonos a nosotros mismos y en tantas
ocasiones no estamos haciendo lo mismo. Y hablo ahora religiosamente en nuestra
vida espiritual, en nuestros compromisos como cristianos y en el testimonio que
tendríamos que dar y recordemos que tras unos momentos de fervor, una
celebración especial, un acontecimiento en la vida de la comunidad, una reflexión
que escuchamos, unos ejercicios espirituales, una fiesta de pascua vivida
quizás con mucho fervor y mucha intensidad, nos hicimos una lista interminable
de propósitos que pronto se fueron borrando incluso del papel en que lo
escribimos, porque ya en nuestra mente los damos hasta por olvidados.
De esto nos está hablando Jesús.
Hablaba a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, como nos señala el
evangelista como nos habla a nosotros hoy. Habla de los dos hijos enviados por
el padre a trabajar a la viña; uno entusiasta todo son buenas palabras de ir
inmediatamente a cumplir con lo dicho por el padre, pero que pronto lo olvida,
porque quizás tiene tantas cosas que hacer, tantas promesas por cumplir, que al
final algo se queda sin hacer; mientras el otro que parecía rebelde, que se
negó incluso a cumplir con lo ordenado por su padre, sin embargo recapacita y
se arrepiente y será el que vaya finalmente a cumplir lo mandado por el padre.
Y Jesús les habla claramente y les echa
en cara lo que es la manera habitual de actuar. Vino Juan y no quisieron
escucharlo, parecía que no les convencía, quizás les parecieran duras sus
palabras y sus propuestas, ellos estaban acomodados a lo de siempre y por qué
iban a cambiar, como nos decimos nosotros también tantas veces. Pero Jesús les
habla de los publicanos y todos aquellos que ellos despreciaban; les dice que
se les van a adelantar en el reino de los cielos, porque escucharon y se
arrepintieron, escucharon y entraron en camino de conversión.
¿Quiénes eran los que seguían a Jesús?
Le echaban en cara que comía con publicanos y pecadores. Pero el publicano
Zaqueo fue el primero que se bajó de su árbol para recibir a Jesús en su casa;
el publicano Leví será quien se levanta de se garita dejándolo todo por seguir
a Jesús; la mujer pecadora fue la que se atrevió a ir a lavar los pies de Jesús
en la casa de Simón el fariseo; la inmunda hemorroisa es la que se abre paso
por detrás de Jesús para con fe tocar su manto en busca de su curación; la
pecadora de la que habían sido expulsados siete demonios, la Magdalena, será la
que está a los pies de la cruz en el Calvario y la que llorará a la entrada del
sepulcro porque se habían robado el cuerpo del Señor Jesús. Podríamos seguir
recordando muchas más páginas del evangelio.
Y nosotros, ¿dónde estamos? ¿Cuál es
nuestra respuesta o cuales son nuestras evasivas? Tenemos muchas cosas que
hacer y al final no hacemos nada. Decimos que sí amamos mucho a Jesús, pero
seguimos poniendo filtros para ver a quienes tenemos que amar. Amigo de mis
amigos, decimos, pero, ¿cuándo vamos a ser hermanos de todos sin distinción?
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